Desde las entrañas de Bajofondo, el tecladista uruguayo acaba de editar su segundo disco como solista: Rêverie. Un ejercicio exquisito entre la canción y los pasajes instrumentales, con la pulsión del vivo y la precisión del estudio. Graziano entrevistó a Supervielle y parte del resultado se publicó en G7.
LA CIENCIA DEL SUEÑO
Por Martín E. Graziano
Rêverie tiene su historia. A comienzos de 2009, el Teatro Solís convocó a Luciano Supervielle y Juan Campodónico para ser los curadores del ciclo con el que se inauguraría la Sala Zabala Muñiz. Supervielle y Campodónico, dos personajes con mucho en común: la infancia en el exilio, pioneros del hip hop uruguayo devenidos en productores y compañeros en Bajofondo. Aceptaron la propuesta y por el ciclo pasó lo mejor de la escena montevideana, desde la trova de Franny Glass hasta la apoteosis eléctrica de Hablan por la Espalda. Sin embargo, tanto la apertura como el cierre quedaron a cargo del propio Supervielle, que para la ocasión decidió dejar a un lado computadoras, samplers y sintes. Explorar el pulso más sanguíneo e incursionar en la veta cancionística con versiones y algunas composiciones en colaboración. Para eso reunió un ensamble que tenía casi todo Bajofondo más un par de incorporaciones de lujo. Es decir, el propio Supervielle, Campodónico (guitarra acústica), Javier Casalla (violín), Martín Ferrés (bandoneón), Gabriel Casacuberta (bajo) y los refuerzos de Martín Ibarburu (batería) y el Topo Antuña (guitarra eléctrica).
¿Cómo tomó forma la idea del disco?
Fue muy espontáneo. No es algo que vine preparando durante años. Ni siquiera el concepto de hacer un disco sin electrónica era un asunto pendiente: fue generarme una limitación para un contexto puntual. Después la idea fue aprovechar el momento, esa formación y ese repertorio. Pero no hacer un disco en vivo, sino generar material y después trabajarlo. Traducir esa energía del show y el ensamble, del tipo de arreglos y todo aquello que nos generaba esa sala. De ahí viene el nombre, porque Rêverie quiere decir ‘ensoñación’. Y la analogía hace referencia a que una pata está apoyada sobre el mundo de la realidad y otra pata en un mundo onírico.
La impronta y algunas referencias dejan claro que es tu música menos obviamente contemporánea. ¿Cómo la pensaste?
Es el disco más atemporal que hice, sobre todo porque muchas veces se me asocia con nuevas tendencias y música electrónica. La realidad es que la computadora es uno de mis instrumentos principales, pero es un instrumento. Y no haber contado con eso me obligó a hurgar en todas mis herramientas, mover los límites y tomar riesgos. Por ejemplo, hay un tema de Charly García que canto en francés, y yo no soy cantante. Justamente, al momento de plantearme un disco más pianístico apareció Charly, una de mis grandes influencias incluso a la hora de aprender a tocar el piano. Tipos como Charly, los Beatles, Gainsbourg, Mateo, Piazzolla e incluso los Beastie Boys, son artistas a los que siempre vuelvo. Forman parte de mi matriz.
También hay un acercamiento al género canción. ¿Qué te sedujo?
Salieron a flote fueron los años en que trabajé con Jorge Drexler. Ahí aprendí mucho del mundo de la canción, del sentido de las palabras en ese contexto. Es algo que fui incorporando con los años, incluso a partir de Bajofondo, que se ha acercado al género. Y al plantearme hacer un disco de este tipo y conocer mis limitaciones (uno hace lo que lo que quiere, pero también hace lo que puede), me enriqueció muchísimo colaborar con escritores de canciones como Juan Casanova y Franny Glass. Este disco lleva mi nombre, pero está hecho por un grupo de gente. Me encanta pensar que formo parte de una escena, de una red que me nutre.
Aunque tu música es cosmopolita, también tiene una fuerte identidad territorial. ¿Fue un proceso intelectual o intuitivo?
En mi evolución musical, hay un break gigante. Allá por 2001 estaba viviendo a Paris, donde hacía música instrumental, hip hop electrónico sin ningún tipo de identificación con sonidos de acá. Recién cuando me invitaron a Bajofondo empecé a hacer referencia al tango, la milonga, el candombe. Y fue automático: como encontrarme a mí mismo. Una frase hecha pero importantísima, porque me dio una identidad estando en Francia. Hoy en día, laburar con cosas que tienen que ver con mi identidad es fundamental. Por ejemplo, Rêverie tiene poco de tanguero, pero tiene un lado francés que también es parte de mí. Toda mi vida fui franco-uruguayo: tengo familia y amigos en los dos países. Sin embargo, recién cuando volví a Francia con 21 años, me sentí realmente uruguayo.
¿Cómo tomó forma la idea del disco?
Fue muy espontáneo. No es algo que vine preparando durante años. Ni siquiera el concepto de hacer un disco sin electrónica era un asunto pendiente: fue generarme una limitación para un contexto puntual. Después la idea fue aprovechar el momento, esa formación y ese repertorio. Pero no hacer un disco en vivo, sino generar material y después trabajarlo. Traducir esa energía del show y el ensamble, del tipo de arreglos y todo aquello que nos generaba esa sala. De ahí viene el nombre, porque Rêverie quiere decir ‘ensoñación’. Y la analogía hace referencia a que una pata está apoyada sobre el mundo de la realidad y otra pata en un mundo onírico.
La impronta y algunas referencias dejan claro que es tu música menos obviamente contemporánea. ¿Cómo la pensaste?
Es el disco más atemporal que hice, sobre todo porque muchas veces se me asocia con nuevas tendencias y música electrónica. La realidad es que la computadora es uno de mis instrumentos principales, pero es un instrumento. Y no haber contado con eso me obligó a hurgar en todas mis herramientas, mover los límites y tomar riesgos. Por ejemplo, hay un tema de Charly García que canto en francés, y yo no soy cantante. Justamente, al momento de plantearme un disco más pianístico apareció Charly, una de mis grandes influencias incluso a la hora de aprender a tocar el piano. Tipos como Charly, los Beatles, Gainsbourg, Mateo, Piazzolla e incluso los Beastie Boys, son artistas a los que siempre vuelvo. Forman parte de mi matriz.
También hay un acercamiento al género canción. ¿Qué te sedujo?
Salieron a flote fueron los años en que trabajé con Jorge Drexler. Ahí aprendí mucho del mundo de la canción, del sentido de las palabras en ese contexto. Es algo que fui incorporando con los años, incluso a partir de Bajofondo, que se ha acercado al género. Y al plantearme hacer un disco de este tipo y conocer mis limitaciones (uno hace lo que lo que quiere, pero también hace lo que puede), me enriqueció muchísimo colaborar con escritores de canciones como Juan Casanova y Franny Glass. Este disco lleva mi nombre, pero está hecho por un grupo de gente. Me encanta pensar que formo parte de una escena, de una red que me nutre.
Aunque tu música es cosmopolita, también tiene una fuerte identidad territorial. ¿Fue un proceso intelectual o intuitivo?
En mi evolución musical, hay un break gigante. Allá por 2001 estaba viviendo a Paris, donde hacía música instrumental, hip hop electrónico sin ningún tipo de identificación con sonidos de acá. Recién cuando me invitaron a Bajofondo empecé a hacer referencia al tango, la milonga, el candombe. Y fue automático: como encontrarme a mí mismo. Una frase hecha pero importantísima, porque me dio una identidad estando en Francia. Hoy en día, laburar con cosas que tienen que ver con mi identidad es fundamental. Por ejemplo, Rêverie tiene poco de tanguero, pero tiene un lado francés que también es parte de mí. Toda mi vida fui franco-uruguayo: tengo familia y amigos en los dos países. Sin embargo, recién cuando volví a Francia con 21 años, me sentí realmente uruguayo.
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