jueves, 26 de mayo de 2011

RESEÑA: El tiempo del amor

Editado por Los Años Luz y acompañado por un disco de Pequeños Éxitos (una antología fundamental que recorre sus tres volúmenes anteriores, ya descatalogados), acaba de publicarse lo nuevo de la Alvy Singer Big Band. Esta reseña se publicó en G7.
ALVY SINGER BIG BAND- El tiempo del amor
Atención, chicos: los niños no nacen del proverbial repollo. Los grandes discos tampoco. Hoy por hoy, Alvy Singer (a.k.a. Jano Seitún) es uno de los músicos más activos de la escena cancionística del Río de la Plata. Como compositor al frente de su Big Band, pero también como parte de Nacho y los Caracoles, Los Campos Magnéticos, Onda Vaga y, no menos importante, coordinando el taller de canciones La Oreja Atenta. El año pasado, después de varias formaciones fluctuantes, logró afianzar un ensamble donde el banjo desplazó a la guitarra eléctrica y la batería camina sobre escobillas. Al calor del ciclo Hotel Cocomo, fogueó buena parte del repertorio y entró a los estudios ION para grabar a la vieja usanza, con la Big Band a punto caramelo. Comprometida con las canciones al punto de que todos cantan con un goce contagioso, subidos al colocón que proponen estos boleros desmañados. Así, El tiempo del amor recorre el camino que va del mambo al foxtrot con la lucidez del enamorado y un humor dadaísta capaz de “emborrachar un oso” y poner “gorras gratis para las cabezas llenas de preguntas”. Si el invierno se pone crudo, el cuarto volumen de la Alvy Singer Big Band les va a calentar la casa.
Martín E. Graziano

lunes, 23 de mayo de 2011

JAVIERA MENA: superficies de placer

Algunas semanas atrás, Javiera Mena pasó por Buenos Aires para presentar su segundo disco. Una exploración de la identidad con los pies en la pista de baile y los ojos perdidos en un juego de espejos. Aún inédito en nuestro país, su título es -justamente- Mena. Graziano la entrevistó para G7: este es el texto.
SUPERFICIES DE PLACER

Por Martín E. Graziano

En la casa de Javiera Mena, nunca hubo lugar para el placer culposo. Si bien tiene una formación musical académica, desde el comienzo la cantautora chilena asumió con alegría y sin complejos el influjo de la música pop radiable. Esas canciones que escuchaba en la infancia y se adhirieron como chicle a su ADN musical. Por eso no resultó demasiado extraño que, para su primer disco, grabara una versión electro-pop de “Yo no te pido la luna”, el hit ochentoso que popularizó la mexicana Daniela Romo. Esquemas Juveniles salió a las pistas en 2006 y no sólo puso a Javiera al frente de una nueva generación de cantautores chilenos que incluía a Gepe y Francisca Valenzuela. A través de su edición en Argentina y las giras por México, también se ubicó como un referente continental para la canción melodramática de sensibilidad electrónica.
El año pasado, Javiera publicó su segundo disco a través de su propio sello: Unión del Sur. Un viaje personalísimo con los pies en la pista de baile que tituló sencillamente Mena. El primer corte del disco (aun sin edición argentina) fue “Hasta la verdad”, una perla pop que mereció un EP con ocho remezclas. La recepción fantástica de las canciones en tierras aztecas y la amistad con Julieta Venegas, plantearon la posibilidad de instalarse en México como plataforma de trabajo. Pero mientras ajusta los pasos de su futuro, Javiera sigue batallando desde Santiago y en marzo pasó por Buenos Aires para dar un concierto en el ciclo MSTRPLN.
Entre Esquemas Juveniles y Mena hay, más que cambios horizontales, una profundización. En ese sentido, ¿cómo funciona el título con tu apellido?
Si, es un disco ya más avanzado en el tiempo, con más conocimiento y más vivencias. Mi apellido funciono para mí como el nombre del disco, pero hasta fonéticamente me gusta un montón. Además la ‘mena’ es el primer mineral de donde se extrae una piedra preciosa, como oro, plata o platino. Entonces esa búsqueda se refleja también en lo que es hacer un disco, buscar las canciones y pulirlas. El arte fue guiado hacia una exploradora de piedras, como lo que pasa al componer. [El diseñador argentino] Alejandro Ros opinaba que era un apellido increíble para hacer un diamante, que sonaba a muchas cosas, y este diamante es el signo que ando trayendo y que sale en la portada.
Aunque Mena tiene siempre por delante el beat bailable, es un disco reflexivo. ¿Cómo decidiste ese equilibrio?
Me gusta mucho esa dualidad del baile con letras intensas. Fue una dirección que se fue dando, no la decidí. Siempre me ha gustado el pop, y mi formación académica me ayudo a entenderlo más. Saber cosas como que la sinfonía es una gran canción, entender la armonía, leer partituras… todo eso, a pesar de que yo no trabaje con partituras, me ayudo a tener más claridad al momento de componer.
Bueno, digamos que en tu música no existe la idea cristiana del placer culposo.
Claro, yo nunca tuve culpa por el pop. ¡De verdad que me emociona “Yo no te pido la luna”!
Ya colaboraste en un par de oportunidades con Lucas Martí y hasta versionaste a Virus. ¿Por dónde pasa tu relación afectiva con la música argentina?
Argentina fue el primer país donde viaje a mostrar mi música, y se me recibió muy bien. Ahí conocí a un montón de bandas, a Melero, Rosario Bléfari, Aldo Benítez. Me hice amigos importantes. De hecho, mi primer disco fue editado por Índice Virgen aún antes que en Chile. En esos tiempos me daba cuenta que había más situaciones musicales en las que yo podía participar que acá en Chile. Bueno, y con Lucas tengo una hermandad musical muy especial. Yo amo su lirica y su música, por eso siempre que voy lo visito y hacemos algo, sea un video o alguna colaboración. Ya es un lugar al que tengo que ir si o si en Argentina.
¿Hasta dónde llegan tus planes?
Voy de a poco, en general no pienso a grandes distancias. La intuición es parte de mí. Todo el tiempo es así y no ha cambiado mucho.

sábado, 14 de mayo de 2011

RESEÑA: Canciones propias

Este mes, Acqua Records salda una cuenta: la edición argentina del nuevo disco de Cabrera. Publicado en el Uruguay por el sello Ayuí, es una noticia atendible en muchos aspectos. Graziano lo reseñó para La Pulseada. El texto está aquí, y también debajo.
FERNANDO CABRERA- Canciones propias
¿Saben lo que es un movimiento dylaniano? Según mi diccionario, es el giro elegante, lógico aunque inesperado, de un artista. Un golpe de timón que parece evadir las expectativas pero, sin embargo, llega para satisfacer hambres insospechadas. Bueno, Canciones propias es un ejemplo perfecto. Después de treinta años de trabajo sobre un repertorio propio, imbatible y secreto, Fernando Cabrera se transformó en un músico referencial para toda una generación. Una camada de cancionistas rioplatenses que asiste a sus conciertos con el fervor de una ceremonia y la atención de una verdadera master class. Pero aquí viene el movimiento: en el preciso instante en que parecía ascender al pedestal del compositor arquetípico, Cabrera edita su primer disco como intérprete. Un recorrido por la obra de los autores elementales para entender el cancionero uruguayo tal como lo conocemos. Desde la Banda Oriental mítica y profunda de Osiris Rodríguez Castillos hasta los talentos extraterrestres de tipos como Mateo y Darnauchans. Claro que hay un truco, y está latiendo en ese título prosaico: Canciones propias. Con una formación de guitarra, piano, bajo, batería, Cabrera pone en marcha una especie de rock de cámara. Un approach minimalista que, en algunos casos, reduce la canción al hueso. Otras veces se sube a la melodía por el costado y, en otras, define por omisión. Como si recorriera las costas de una canción para establecer su cartografía y, luego, ir hacia el centro. Así elude los primeros versos de la inmortal “Río de los pájaros”, buscando nuestra complicidad para completar la canción. Aquí vamos: "El Uruguay no es un río, es un cielo azul que viaja…”.
Martín E. Graziano

lunes, 9 de mayo de 2011

ADRIAN IAIES: una módica plenitud

Uno de los grandes pianistas argentinos de jazz está viviendo una etapa especialmente prolífica. Después de editar un disco con Roxana Amed (Cinemateca Finlandesa) y dirigir por tercera vez el Festival Internacional Buenos Aires Jazz, se metió al Café Vinilo para grabar en vivo. El resultado es el flamante ¿Cuándo dejó la lluvia de ser sagrada?, un disco que recorre standards, piezas propias, un medley dedicado a Cobián y la relectura de un clásico almendriano. La nota de Graziano para G7, está acá.

jueves, 5 de mayo de 2011

RESEÑA: Canciones de cuna

Para el número de abril de G7, Graziano reseñó este disco. Un proyecto de la Casa de la Cultura de la Calle que logró unificar la proeza ética con el valor estético. Aquí está la tapa y el texto.
CANCIONES DE CUNA / VARIOS ARTISTAS
Es imposible pasar por alto la historia detrás de este disco. Pero hagamos el ejercicio: no sabemos que es un proyecto de la ONG que fundó Gastón Pauls para trabajar en la inclusión de chicos en riesgo social a través del arte. No sabemos que las letras fueron escritas por esos chicos, ni que buena parte de lo recaudado con las ventas será donado a esa institución. Bueno, aún despojado de todos esos atributos, este disco es una maravilla. Las nanas, que son el género más antiguo de todos, tienden un lazo directo con la esencia del hombre. Por eso escuchar estas miniaturas acústicas en manos de Luis A. Spinetta, Fernando Cabrera, Pedro Aznar, Hugo Fattorusso, Ricardo Mollo o Lisandro Aristimuño es una sonda enviada a las profundidades del alma. En ese sentido, el criterio del productor Nicolás Pauls aporta lo mejor de la música del Río de la Plata y hasta alguna perla del irlandés Damien Rice. Fito Páez entrega una canción que podría estar entre lo mejor de su último repertorio y el gaúcho Vitor Ramil recoge el verso del pequeño Lucas Bustamante (9 años) como si fuera un pichoncito caído del nido: “si te duermes te doy un caramelo y te quiero mucho”. Preparen los pañuelos.
Martín E. Graziano

lunes, 2 de mayo de 2011

VERÓNICA CONDOMÍ: melodías sanadoras

Un rescate de 2009, si no nos equivocamos. Por entonces, la cantante venía de editar Remedio pal alma, un disco notable que pasó un poco desapercibido y siempre vale la pena volver a escuchar. Nuestro periodista la entrevistó en Mendoza y la nota se publicó en La Pulseada, con las fotos imperdibles de Eliana Graziano.

MELODÍAS SANADORAS

Por Martín E. Graziano

En los camarines, Verónica Condomí y sus músicos calientan motores alrededor del baile y el vino sacramental. En minutos, es su turno en la primera fecha del Americanto mendocino. Cuando pisa el escenario, descalza y con un encantador vestido de tejido blanco, parece una pocahontas guaraní sin domesticar: no hay concesiones festivaleras en el enfoque anguloso de los arreglos para chacareras, zambas y vidalas. Verónica ha atravesado un largo camino como para claudicar ahora, y elige mostrar exactamente quién es. O al menos, quien cree que es. Todo eso que germinó desde sus primeros pasos familiares hasta su acercamiento a MIA -el colectivo musical que la familia Vitale gestó durante los días arduos de la dictadura-, donde junto a Liliana Vitale creó un dúo de voces que aún goza de excelente salud. Todo aquello que creció con su paso por los revulsivos MPA del Chango Farías Gómez, con La Nota Negra a comienzos de los ’90, y con el trío exquisito que formó más tarde junto a Facundo Guevara y Ernesto Snajer. En fin, todo lo que le permitió reconocerse y lanzar su disco más personal durante el año pasado.
Lo que nos lleva, ahora sí, a Remedio pal alma. Un disco orgánico, preciosista y emotivo, arreglado con humildad desde un buen gusto notable. No por nada los músicos que funcionan como su columna vertebral son la propia Verónica y acaso dos de los instrumentistas más importantes de la actual escena folklórica: el percusionista Mariano ‘Tiki’ Cantero y el propio Snajer en la guitarra. No faltan los invitados, que aportan colores sin contaminar su aparición con operaciones de prensa. Así, Luna Monti y Juan Quintero hacen de “Andando”, la vidala de los hermanos Díaz, una joya diminuta y frágil. El uruguayo Hugo Fatorusso, Raly Barrionuevo y hasta Tavo Kupinsky (Los Piojos) también meten la cuchara en la olla. Y, como suele suceder en el caso de Condomí, un poderoso componente familiar subyace por todos lados. Remedio pal alma está atravesado por la memoria de su padre, el cantor y compositor Miguel Condomí, desaparecido durante la última dictadura. Verónica recupera dos de sus composiciones y, en la dedicatoria, dice a los asesinos: “nadie puede desatar lo que la sangre une”. A esa curación se une el resto de la familia. Por allí está cantando Emme (la hija que comparte con Lito Vitale), su hermano Quique aportando violín y hasta su madre Guillermina Vera.
A fin de cuentas, todo tiene el aroma de un asado familiar, aunque algo parece indicar, no se trató exactamente de una celebración. En el booklet del Remedio…, Verónica firmó las siguientes palabras: “Mientras grabamos esta música tuve la sensación de curarme de algo. No sé de qué, pero me siento muy bien”. El temperamento sosegado y balsámico del disco resultó, entonces, un verdadero remedio. “La música no me decepciona –dice Verónica, el día después del show en el Americanto-, me produce cosas que no puedo ni nombrar. Me revitaliza, es algo así como un cambio de piel, una transfusión. Realmente, atravesando la música, uno puede ser mejor persona y mejor ser humano. Creo que uno adolece de montones de cosas que no siempre son enfermedades, sino que son ‘enfermedades sociales’. En mí, por lo menos, tengo montones de heridas que tienen que ver con las cosas que me han tocado vivir. Y compartir la música con la gente que admiro, con los músicos amigos y con la familia son cosas que me hacen feliz y me curan”.
Verónica se detiene a repasar un relato que escuchó hace un tiempo. Tiene que ver con las águilas. Cuando alcanzan una edad avanzada, dice, se retiran a la soledad de la montaña durante algunos meses. Allí se arrancan una a una sus plumas, sus garras y hasta su pico para que vuelvan a crecer más fuertes. Cuando regresan al vuelo y a la caza, esa renovación les permite vivir muchos años más. “Creo que si bien hay un rumbo de la vida que nos toca a todos por igual -ir a la escuela, recorrer todo eso que está pautado socialmente-, a cada uno le toca un aprendizaje diferente. Frente a la vida y la muerte, quizás estamos sentados en el mismo lugar y observando lo mismo, pero cada uno aprende una cosa distinta. Por eso, creo que determinado momento de la vida cada ser humano hace su renovación. Y como la música es parte de mi vida, de mi manera de vivir, el título y todo lo que sucede en el disco, están muy embebido de eso”.

MIA Y LA FAMILIA
Desde temprano, Verónica despertó a la música. Y tuvo la fortuna de contar con una familia que muy pronto entendió la fascinación de la niña y, en lugar de demorar el impulso o cooptarlo, decidió propulsarlo. De esa forma, con apenas siete años comenzó a integrarse al coro de la escuela y cantar allí donde pudiera. Desde luego, no es casualidad entonces su actividad como docente y su preocupación por recuperar el canto colectivo dando clínicas por todo el país. “La familia tiene mucho que ver… es un lugar dónde energizarse. Uno llega a este mundo desde un lugar desconocido, atravesando un universo que es la madre que habita. Entonces, todo lo que tiene que ver con la sangre es central, porque nos une más allá de haber compartido o no la infancia, de hablar o no un mismo idioma de crianza. A mí la música me fue dada por ese entorno familiar. Cuando era chica, mis tíos, mis viejos y sus amigos se juntaban todos los fines de semana a guitarrear. Entonces yo le pedía a mi mamá que por favor me dejara sobre los almohadones a escuchar. Y en esas reuniones, lo que era muy grosso era que cantaban todos. No es que cantaba el que cantaba más lindo, y eso que mi viejo era cantor y compositor; cantaban todos. Entonces yo crecí embelesada por el canto de mi familia. Recién cuando entré en primer grado me di cuenta que la gente no cantaba en sus casas, ¡porque no se sabían ninguna canción!”.
Mientras atravesaba la adolescencia estudiando canto en el conservatorio, su compañero del coro Elbio Góstoli la invitó a un concierto muy diferente. Elbio era parte de MIA, el proyecto socio-musical nucleado alrededor de los Vitale, la gestión independiente y el rock progresivo. Verónica quedó encantada con el grupo y, particularmente, seducida por el tímido y jovencísimo tecladista. Al poco tiempo, Lito Vitale y Verónica Condomí eran novios, y cuando ella aún no llegaba a sus 17 años, pasó a formar parte de MIA. No tardó demasiado en forjar una gran amistad con su cuñada Liliana y, juntas, encontraron un espacio que decidieron cultivar. “Las dos veníamos con esto de la investigación vocal, y a mí me encantaba cómo cantaba ella –recuerda Condomí-. Ahí surgió la idea de hacer una exploración a través de nuestros propios instrumentos. Empezamos a hacer cosas muy locas, a improvisar mucho y a componer para el dúo”.
El dúo Condomí/Vitale registró los discos Danzas de Adelina (1981), Camasunqui (1984), y luego cada una emprendió su recorrido. Sin embargo, ese jardín de voces quedó siempre allí, resistiendo el paso del tiempo y las personas. Ahora preparan un disco nuevo que prometen para mediados de año y se llamará Humanas (voces). “Es un espacio que siempre está. Imaginate que somos amigas y somos familia. Más allá de que las parejas se hayan roto, ese lazo es muy fuerte. Entonces, cuando ensayamos, el espacio arranca con el mate, la charla, y hasta que empezamos a cantar por ahí pasaron dos horas. Nos conocemos mucho. Ha pasado agua debajo del puente, muchos incendios y muchos renacimientos de la mata nueva. Ojalá sea un lazo indisoluble. Nos permite seguir investigando desde un lugar donde, como mujeres, seguimos creciendo creativamente”.

LA SANGRE
A mediados de los ’80, Condomí se unió a un proyecto que estaba generando el Chango Farías Gómez. También fueron de la partida Jacinto Piedra, Peteco Carabajal, y Rubén ‘Mono’ Izarrualde, que terminaron conformando la base de los MPA (Músicos Populares Argentinos). Un grupo iconoclasta que, ya desde su nombre, se desmarcaba de las cárceles estilísticas para abordar el folklore argentino sin ataduras. “Hasta ese momento, en el folklore nadie tocaba la batería, el bajo y menos la guitarra eléctrica –apunta Condomí-. De hecho, fuimos muy combatidos. Aún hoy, cada vez que voy a Santiago del Estero, siempre viene alguien a pedirme perdón por no habernos entendido en aquella época. A nosotros nos abucheó una cancha de básquet llena, ¡todo un estadio! Y esa silbatina organizada fue porque los santiagueños, que son muy tradicionalistas, no podían soportar que dos de los suyos estuvieran haciendo algo como eso. Fue un quilombo tan grande que no pudimos tocar”.
Los MPA tuvieron una vida corta pero intensa. Grabaron dos discos referenciales (Nadie más que nadie -1985- y Antes que cante el gallo -1987-) y, con esa mochila de experiencias, cada integrante hizo su camino. “Ayer me regalaron un montón de fotos de esa época, fotos que nunca había visto –dice Verónica-. Se me caían las lágrimas. Estaba cantando descalza, con el bombo, igual que ahora pero a mis 25. Me mató porque me reconocí, porque cuando ves una foto volvés a palpitar la sonrisa, los sonidos, los olores, las fibras afectivas que circulaban. Y bueno, evidentemente hay algo que no se pierde en el transcurso de la vida, hay un lugar donde eso sigue intacto y es una alegría para construir lo que viene y vivir el presente”.
A partir de entonces, ya fuera al frente de La Nota Negra (el grupo que compartió con su hermano Quique), como en su trío con Guevara y Snajer, su abanico creativo se abrió en lugar de cerrarse. “De entrada, ya no hablaría más de folklore sino de Música Popular. Porque la música popular es la música de la gente que está viva y que vibra. Los encasillamientos no son buenos para esta época. Todo es tan amplio y tan mixturado… y me gusta que sea así. Yo siento que los esquemas del folklore, el jazz y el rock ya los rompí hace mucho”.
En sus discos, el mapa musical y cultural que comenzó a quedar trazado no se correspondía con las fronteras políticas. Una vidala norteña podía enlazarse con un son mexicano, una cueca chilena o una tonada venezolana. Verónica lo resume mejor: “es que me siento una ciudadana latinoamericana. Mi gran deuda en la vida es Latinoamérica. Me encantaría estar viajándola por todos lados, absorbiendo y conociendo mucho más de lo que hice hasta ahora”. En las fotos de Remedio pal alma, Condomí recorre las ruinas de Machu Pichu. En los pliegues de ese viaje, la esperaba una revelación que, de algún modo, cifra su verdadero nombre: “no sabía lo qué me iba a pasar. Lloré el paisaje y me morí: tenía un dolor ancestral. Por un lado, no podía dejar de decir ‘que lindo, que hermoso lugar’, pero por otro me lamentaba ‘¿por qué este pueblo no está acá?’. Por eso una letra del disco dice ‘silencio de un pueblo ausente, sagrado y frío dolor, preguntas que hacen las piedras y nadie aún contestó”. Yo se que en mis venas corre sangre indígena, pero si me preguntás de qué pueblo, yo no lo sé. Tengo más información de toda mi parte francesa que de aquello que está acá a la vuelta. Porque esa memoria es oral y es sanguínea. Por eso cuando agarro una caja o un bombo, sale todo. Y me gusta que, en mí, hayan ganado los indios”.