Apenas el sello PopArt editó Se Puede, ese rosario de pop perverso cantado por un batallón de voces femeninas, Graziano entrevistó a Martí para la revista G7. El hombre detrás del proyecto Varias Artistas es, se sabe, un compositor tan notable como secreto del rock argentino. Desde A-Tirador Laser hasta su rol de productor, pasando por algunos discos solistas preciosos.
TU ENTREGADOR
Por Martín E. Graziano
Como un niño con sus ladrillos Lego, Lucas Martí construyó su propio mundo subterráneo. Primero con A-Tirador Láser, una banda tan genial como inaccesible. Luego con el pop marciano de sus cinco discos solistas, el trabajo como productor para Migue García y su hermano Emmanuel Horvilleur y también con el proyecto Papá (2007). Un disco donde convocó a un puñado de cantantes de la escena underground para ponerle voz a sus canciones. Entre otras, allí estuvieron Juliana Gattas (Miranda!), Javiera Mena, Mariana Baraj, Emme y María Ezquiaga (Rosal), que le cantaron al padre en ese sitio con sus propias reglas. Un lugar donde Lucas Martí es amo y señor.
Tan prolífico como de bajo perfil, ahora Martí acaba de presentar la segunda parte de su proyecto Varias Artistas. Editado por PopArt y en colaboración con un viejo amigo como Ezequiel Kronenberg, Se puede pone un foco camp y a veces perverso para destejer el amor desde una mirada femenina. Enmarcado en una producción robótica, el disco explora el pop sintético y la balada con melodrama, con fogonazos de cumbia fría y hasta un reggaetón. Algunas de las chicas están de vuelta, pero también hay algunas incorporaciones. Desde algunos talentos ocultos de la escena (Isol, Jimena López Chaplin) a las perlas del mainstream (Daniela Herrero, Julieta Venegas) y los fetiches más fashion (Deborah de Corral, Anita Alvarez de Toledo).
Si bien Se puede es un disco con muchas voces tiene una gran homogeneidad. ¿Dónde pusiste el eje?
Después de haber hecho aquel primer disco, la idea era que todo estuviera un poco más emparentado. En Papá nos agarró un poco de sorpresa, porque la idea surgió de repente y hubo cosas que las fuimos probando en el momento. En este caso, definimos con anticipación. Por ejemplo, uno de los objetivos era lograr un sonido más uniforme. Queríamos ponernos ciertos límites, entonces dijimos ‘no vamos a tocar ningún instrumento’. Y si bien hay cosas sampleadas de pianos y guitarras, al ser electrónico todo está contenido y suena hasta un poco artificial. Buscamos un disco frío donde la humanización la pusieran las voces. En un momento, hasta nos asustamos.
¿Qué referencias tenían?
Fueron influencias las cosas que hizo Ezequiel por su lado y yo por el mío. Yo venía de hacer un disco de guitarra acústica, entonces quería agarrar todos los aparatos de nuevo en respuesta al paso anterior. Después hay unos discos puntuales que fueron una influencia más directa… ¿Te acordás de Vanesa Paradis? Bueno, a fines de los ’80 hizo su primer disco con el mismo productor de Estefanía de Mónaco. Son unos discos que funcionaban como el producto comercial del momento, y nos interesaba ese sonido. Nos agarró bastante copados con esos discos envueltos en una producción electrónica para la canción. Igual hablo de esos discos entre miles de influencias tipo Kraftwerk.
¿Qué ejercicio supone componer desde y para la sensibilidad femenina?
Creo que si pudiese explicar bien cuál es el método, algo andaría mal. Si lo puedo hacer, si puedo transformar mi cabeza en la de otra persona, es porque me sale naturalmente. Casi todas las cosas que hago son así. Por otra parte, las chicas hablan más entre sí que conmigo y se han generado muchas relaciones entre ellas. Acercamientos raros entre personas que vienen de distintos lugares. A veces llegan y vienen haciendo un chiste con respecto a una canción: se generan sus propias ideas sobre cada tema.
En estos discos, ¿pusiste por delante el oficio de hacedor de canciones?
A la gente le cuesta entender esa idea, pero para mí es divertidísima. Es un proyecto que genera reacciones diferentes: por ejemplo, a muchos les choca que pueda ceder un montón de canciones. Pero esa idea del oficio me encanta y los discos que me influenciaron para hacerlo tienen esa impronta.
¿Qué lugar ocupaba en tus fantasías esto del compositor y productor tipo Phil Spector jugando con voces femeninas?
Se fueron dando un montón de situaciones que arrimaron la idea. Por ejemplo, apenas me hice solista no tenía muchos temas que pudiera tocar en vivo. Entonces en el primer show como solista -además de tocar la guitarra- María Ezquiaga cantó un tema de A-Tirador Láser que se llama “Así” con Claudio Cardone al piano. Estuvo buenísimo, porque puso el tema en otro lugar. Mi hermano vino al show, y después me dijo: ‘tendrías que hacer un disco con temas de A-Tirador Laser cantados por María’. Eso quedó ahí, pero un par de años después Emme estaba haciendo un disco y me pidió un tema. Al final no le gustó, pero fue un disparador. Yo había hecho Tu entregador (2006), pero tenía más temas (como “Patrullero”) y quería grabar… pero hacía muy poco que había salido el disco. Entonces le dije a Ezequiel: ‘hagamos un disco con las chicas’.
Más allá de las voces, ¿cuál es la principal diferencia con tus discos?
Más allá de las letras, que en tienen un 100% que ver conmigo, en mis discos puedo llegar a poner temas más raros, con más partes. Obviamente depende del disco que haga, pero con las chicas trato de que sean temas más redondos melódicamente. Más pop. Igual siempre hay rarezas: en todos mis discos hay algo que se sale un poco del marco. Creo que es mi sello.
En el caso de Papá la temática estaba muy marcada. ¿Cómo lo planeaste?
No se. La palabra “papá” y el concepto significaba todo el otro lado de lo que son las chicas: el ídolo, el enemigo… Sobre todo, me acuerdo de cuando hicimos la tapa. Fue una idea mía: alguien enterrado y no se sabe quién es. Nunca estuvo muy claro, pero cerraba. Ese disco lo sacamos con Pelo y me acuerdo que en las reuniones nos preguntaba: ‘¿cómo se llama el disco? ¿cómo se llama la banda?’ Yo pensaba y pensaba: fue una de las pocas veces que me sentí realmente presionado, y fue todo muy a las chapas. Yo no sabía que era. Hasta el nombre Varios Artistas era muy conflictivo. Todavía cuesta mucho que la gente lo entienda, y creo que ese es el atractivo del proyecto. No voy a decir que es lo más novedoso del mundo, pero captamos algo que estaba en el aire. Alguien tenía que bajarlo.
¿Cuánto hay de bajo perfil y cuanto de ego?
Un poco de las dos cosas. Nos mantenemos en las sombras y queremos seguir así, pero siempre hay un poco de cancherismo. Nos encantaría que fuera más una súper producción, pero nada de lo que nosotros hacemos llega a tener la difusión que tendría que tener. Al menos mucha gente llegó a conocer los temas y no tiene idea de quién soy.
PRACTICA TU LEY
A-Tirador Láser salió al ruedo a mediados de los ’90, gestados en el mismo embrión que Illya Kuryaki y Geo Ramma. Es decir, los Spinetta y la familia de Eduardo Martí, fotógrafo fundacional del rock argentino. Sin embargo, aún en la década alternativa, la banda de Martí y Nahuel Vecino era un pájaro verdaderamente exótico. Como cualquier artista que crece en público, A-Tirador Láser reformuló su música y su personalidad disco tras disco: desde el acid-rock psicodélico de los comienzos hasta el pop laberíntico que abordó en su formación final con Migue García. Así, después de El título es secreto (2004) la banda se disolvió sin pena ni gloria, pero Martí redobló la apuesta con dos discos solistas y en simultáneo. Eran los primeros pasos de un camino intenso y al costado del mundo, capaz de conciliar las colaboraciones con su hermano Emmanuel Horvilleur con versiones acústicas de Hermética.
A-Tirador Láser fue una banda de culto y parece destinada a ese futuro. ¿Con qué idea la habían fundado?
Teníamos ganas de expresarnos, pero cuando digo expresarnos no pienso solamente en la música. Pienso en todo lo que teníamos en nuestro mundo. Éramos unos cancheros re-boludos [risas]. Como todos a esa edad, ¿no? Me cuesta hablar de eso porque la banda cambió mucho, pero hay cosas de esa época que te puedo asegurar que siguen intactas: la manera de trabajar, la forma de estar sobre la parte estética. De hecho, más allá de que haya cosas que no me gustan, considero que todos los discos me siguen representando. Por eso me gustaría que si alguien se acerca a mi música, pueda escuchar todo o un poco de todo. Hay cosas que ni yo puedo escuchar, pero me gusta que existan porque sé que forman parte.
Tuvieron varias etapas y muy diferentes. Musicalmente, ¿con que te quedas?
Me quedo con Otro rosa (2002), El título es secreto, algunas cosas de Braiatan (2001) y “Es parte en mi”. Me imagino que cuando soñábamos lo que queríamos, nunca soñamos con ser realmente famosos. Queríamos, pero no inclinábamos tanto la balanza hacia ese lado, sino más hacia nuestros caprichos. Queríamos hacer las cosas a nuestra manera. No concebíamos la idea –y tampoco ahora- de que alguien nos viniera a decir lo que teníamos que hacer. Entonces preferí el perfil bajo para poder, aunque sea en silencio, seguir haciendo mi camino. Tampoco se puede dejar de decir que estaban los Illya Kuryaki, que para nosotros fue una influencia en todo sentido aunque siempre fuimos más renegados. Digo, aunque estaban los chicos el primer disco lo sacamos independiente y nunca logramos trascender ni siquiera a través de ellos. En algún punto siento que tuve muy mala suerte. Pero no soy un rencoroso ni desconfiado, ese vicio tan común de los rockeros. Consciente o inconscientemente uno también decide y va guiando sus pasos.
El final de la banda fue muy poco enfático.
Se terminó como se tenía que terminar: desastrosamente [risas]. La verdad es que no me gustan nada las bandas que se transforman en una empresita. No quería eso. También lo usé como una excusa para cambiar. Con ese nombre habíamos hecho demasiadas cosas distintas para mantener un nombre, pero yo quería hacer un cambio de verdad. Aguanté sobre todo porque sentía que si bien A-Tirador Láser tenía un concepto, todavía no tenía unos registros definitivos. Pero una vez que hicimos Otro rosa y El título es secreto sentí que lo habíamos logrado.
En 2005, cuando te largaste como solista, hiciste una apuesta fuerte editando dos discos: Simplemente y Primer y último acto de noción. ¿No te inquietó ser demasiado ambicioso y progresivo?
El otro día fuimos al programa de radio de Lisandro [Aristimuño] y me decía que yo era malo. Malo, porque tenía gestos desafiantes. No sé, es mi forma de ser y de ver la música. De hecho, algunas veces definí mi música como ‘pop progresivo´, por todas las estructuras y eso. Me acuerdo que cuando hicimos esos dos discos tenía la idea de no volver a meter tantos estilos en un mismo disco. Y como tenía material más acústico y material más pop, decidí empezar a separarlos. En ese sentido tiene mucho que ver Los Años Luz, el sello con el que empecé a trabajar y siempre se copó con lo que hago.
A partir de Tu entregador profundizaste tu veta más pop y al cuerpo. ¿De qué te habías cansado?
Lo que pasó es que me podrí de todo. Además con ese disco corté relación con el manager de A-Tirador y buena parte de la gente con la que había trabajado en esa época. Por otro lado, también me pasaba que no podía tocar los temas anteriores. No los podía interpretar. A partir de Otro rosa había hecho discos muy de estudio, que después no resultaban fáciles de reproducir en vivo. Venía arrastrando cosas y llegó un momento en que no me salían esas canciones. En esa época tampoco tenía la tranquilidad mental que tengo ahora, entonces la pasaba mal. Salíamos a tocar y me ponía muy ansioso porque sentía que no sonaba. Me frustraba. Sentí que necesitaba unos temas más contundentes, y así salió Tu entregador. Después, Pon en práctica tu ley (2008) fue el súmmum de esa dirección. Me acuerdo que me censuraban la tapa. Yo quería salir con la metralleta, pero la agarraban los diseñadores con el photoshop y con ese dedito horrible iban estirando la imagen.
Para entonces ya habías producido a tu hermano, el disco de Migue, un libro [Marzo] y hasta el disco de Varias Artistas. Sos muy prolífico y bajo perfil. ¿Es una actitud planificada?
No me sale de otra forma. De repente subo al escenario y me re-copo. Me hago el canchero y todo bien, pero en otra situación no me sale. No sé qué hacer. Hay gente que por ahí con un disco logró mucho más. Pero yo estoy más tratando de seguir adelante y me aburro con una sola cosa. Entonces por querer sacarme de encima los discos y estar haciendo lo siguiente, desde hacía un tiempo venía un disco por año. Y ahora me pasa que no me gusta cómo canté en Segundo y último acto de noción (2009). Quiero volver a una cosa más neutra y contenida.
En ese disco incluiste una versión de Hermética. ¿No te preocupó exponerte demasiado?
Sabía exactamente lo que estaba haciendo: no soy tan ingenuo. Ya me reía y me imaginaba la cantidad de puteadas que me iban a tirar. Pero cuando algo te chupa un huevo de verdad, lo seguís haciendo. Además no hay ironía en la versión y era un desafío meter algo que sólo aparentemente no tiene nada que ver conmigo. Imaginate un pibe que no tiene idea de lo que yo hago, pero sabe que soy el hermano de Emmanuel Horvilleur… Me encanta que esté ahí, y si los pibes quieren bardear no pasa nada. A los 15 o 16 yo hubiera hecho lo mismo.
Bueno, desde antes de esa edad estás en el escenario. ¿Cuánto tuvo que ver tu familia en tu formación?
Muchísimo. Yo soy una mezcla: por un lado está todo lo que viene por el lado de mi viejo, la fusión, los recitales de Luis. Por otro lado, cuando tendría 10 años empecé a andar en skate, a escuchar punk y los Chili Peppers. Esas no eran cosas que traía mi viejo, pero no iba armando mi propio mundo en oposición. Digo, aunque yo estaba en plena época Hermética, me copaba la música fusión que escuchaba mi viejo. Más tarde vinieron otras músicas y se abrió todo un montón. Ahora, después de tanto tiempo, me siento muy cómodo y contento con mi mundo. Por ahí es chiquito para los ojos de alguno, pero es mi mundo.