martes, 25 de agosto de 2009

SGT. PEPPER: si, sargento

Si, sabemos que el aniversario que nos ocupa por estos días es el de Abbey Road. Pero hemos encontrado en el archivo un artículo de Graziano sobre Sgt. Pepper que, si bien probablemente no aporte demasiado, es una buena puerta de entrada. Se publicó en la revista Rumbos, durante junio de 2007.

















Club de Corazones Solitarios
Hace exactamente 40 años los Beatles editaban Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. El mundo estaba cambiando y ellos, en buena medida, tenían la culpa.

Por Martín E. Graziano

“Mi intención ahora es distorsionarlo todo. Tomar una nota y romper esa nota y ver qué tiene adentro”. Eso solía andar diciendo Paul McCartney a fines del ‘66, como un genio enloquecido por una frase que no paraba de dar vueltas en su cabeza. El talento y la honestidad de John Lennon se habían hecho fuertes como robles y George Harrison exploraba su conciencia con enseñanzas orientales. Ringo andaba por allí, como un cable a tierra discreto. Los Beatles estaban ingresando en su cenit, conjugando como nadie su popularidad unánime con una audacia artística inédita. El mundo había caído rendido a sus pies, y ya habían quedado detrás las quemas de sus discos que la Norteamérica más conservadora se encargó de foguear. Las noticias que entonces llegaban desde el otro lado del Océano ahora eran buenas. Unos pocos meses antes, Brian Wilson y sus Beach Boys habían redoblado la apuesta de los Beatles grabando su clásico Pet Sounds. Los Beatles asumieron el gesto como un elegante desafío. El futuro era, es, el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

DONDE EMPIEZA
Empezar por agosto de 1966, cuando la banda más grande del planeta planta el último acorde de un memorable concierto en San Francisco. Lo sabrán después, casi enseguida, lo saben quizás antes de terminar: no tocarán nunca más en vivo, al menos con público. La histeria colectiva y los aún rudimentarios sistemas de sonidos impedían que John, George, Paul y Ringo pudieran escucharse. Pero, sobre todo, empezaban a comprender que aquello que procuraban lograr en el estudio de grabación no podía ser trasladado al vivo, y la idea de simplificar el arreglo no cabía en su nueva concepción de la canción.
En noviembre entraron una vez más al estudio, decididos a ir lo más lejos posible. Desde que pusieron un pie en Abbey Road tenían en mente que todo debía ser diferente, y no sólo a lo que ellos habían hecho previamente. Diferente a todo lo conocido sobre la faz de la Tierra. Así se lo repetían una y otra vez al ingeniero de grabación Geoff Emerick: “La banda nos incentivaba para que rompiésemos las reglas establecidas y la idea era que cada instrumento no tenía que sonar como el instrumento que era. Tenía que sonar diferente, a otra cosa. A partir de entonces, todos venían y me preguntaban si podía hacer sonar su bajo como el de Paul o su batería como la de Ringo y yo les contestaba que sí, que era muy fácil: bastaba con llamarlos por teléfono y ver si Ringo o Paul estaban dispuestos a tocar en sus discos”.
George Martin se puso manos a la obra y, 700 horas de 129 noches después, cerraban el último surco del disco y abrían, lo sabrán después, casi enseguida, lo saben quizás antes de terminar, otro capítulo en la historia de la música popular.


BUEN DÍA, SGT. PEPPER
En junio apareció en todo el Reino Unido. El país entero se dispuso a escucharlo como si se tratara de la llegada del hombre a la luna. Los detractores más aguerridos señalaron que no podía tratarse de las composiciones de esos veinteañeros sin conservatorio, que todo tenía que ser una farsa. El Sgt. Pepper trepó al cielo de los rankings y llevaba piedras preciosas.
Dos ansiosos meses después, el disco llegaba a las disquerías argentinas. Las avanzadas periodísticas y la fama justificada que el cuarteto ya ostentaba en nuestro país posibilitaron que durante los primeros quince días, sólo en Buenos Aires, se vendieran 40 mil ejemplares del disco. El impacto cultural alcanzó fuerza física y dejó marcas indelebles. Para Almendra, Los Gatos, Manal y Los Abuelos de la Nada el disco era una puerta abierta, invitando para salir a jugar.
Imposible olvidar la imagen de Jorge Luis Borges engañado por su sobrino, que lo puso frente a “She’s leaving home” sin advertirle de qué se trataba. A falta de su prejuicio como mecanismo de defensa Borges admitió, con lágrimas en sus ojos ciegos, haber quedado enternecido.
El arte entraba en la vida de las personas como nunca antes, con potencia protagónica, vanguardia y amabilidad cotidiana. El escritor Rodrigo Fresán recuerda con precisión: “alcanza una entrada de piano y un rasgueo de guitarra entre silbidos y aplausos que se desvanecen para recordar a mi padre llegando a casa con una flamante copia del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Y lo que más me impresionó entonces fue la cubierta del disco. ¿Quiénes eran todas esas personas? ¿Qué hacían allí?”.

ESA TAPA
Peter Blake y Robert Fraser fueron los encargados de llevar adelante la idea de los Beatles como una banda de entretenimiento, con una multitud a sus espaldas. Los artistas apuraron a los Beatles, preguntándoles a quién les gustaría tener entre su público en un concierto imaginario. John no dudó un segundo: Jesús, Hitler y Mohandas Karamchand Gandhi. Por razones diferentes (Gandhi objetado por la grabadora; suficientes problemas habían tenido con eso de “somos más grandes que Jesucristo”; y Hitler llegó al estudio pero no entró en el cuadro) ninguna de esas personalidades iba a quedar en la toma final. Por su parte George hizo una lista completa de sus guías espirituales indios. Paul sumó algunos artistas que lo movilizaban y a Ringo, como casi siempre, le daba lo mismo.
El fotógrafo elegido para la sesión fue Michael Cooper. Los Beatles llegaron a su estudio el 30 de marzo, luciendo rigurosos mostachos para la ocasión. Bebieron unos tragos, se cambiaron y comenzó todo. En ese collage vivo, quedaron retratados para siempre junto a escritores como Dylan Thomas y Lewis Carroll. Al lado de actores como Marlon Brando, Tom Mix y divas de la talla de Marlene Dietrich y Marilyn Monroe. No quedaron fuera Albert Einstein, Karl Marx y los músicos elegidos dieron una clave, trazando la geografía de sus intereses: el patrono country-rock Bob Dylan y el compositor contemporáneo Karlheinz Stockhausen.
El jovencito que se acercó al estudio con el arreglo floral preguntó si podía armar una guitarra con jacintos y le dijeron que si. La actriz Mae West dijo que no y, carta de los Beatles mediante, se arrepintió. El hijo del fotógrafo le puso su remera a la muñeca de Shirley Temple, que tenía estampado este saludo: “Welcome the Rolling Stones”. Click, click click. La sesión completa no duró más de tres horas y el resultado fue inmortal.
Sólo unos meses después los Rolling Stones editaron el subsidiario Their satanic Majesteis Request, que en su tapa devolvía gentilezas con los rostros pequeñitos de Lennon y Harrison entre las flores. Otros los imitaron y hasta Frank Zappa y sus Mothers of Invention satirizaron la portada para su.disco We’re only in it for the money (“En esto sólo por el dinero”).
Además, se trató de la primera funda de un disco que pudo abrirse como un libro, con más imágenes, datos y un detalle para nada menor: la aparición de las letras de sus canciones. Ahora era importante. Había cosas para decir y los Beatles querían hacerse entender.

CON UNA AYUDA DE LOS BEATLES
Desde este valle de tiempo, su aporte a la música popular puede ser mensurado con perspectiva. Y resulta avasallador. Diego Fischerman, autor del libro Efecto Beethoven, lo explica: “En el camino, los Beatles habían sometido la composición occidental, identificada con la escritura, a dos desplazamientos: de la partitura al estudio de grabación y de la música llamada clásica al mundo de la canción pop”. Con Sgt Pepper’s, estos cuatro muchachos de Liverpool que habían crecido en una Gran Bretaña devastada por la posguerra, sin demasiada enciclopedia musical más que los discos que oían por radio, elevaban la canción de tradición popular a categoría de ARTE con mayúsculas. Y como si eso fuera poco, en lugar de alejar la música de los hogares y las calles, la acercaban, la metían dentro de la mesa familiar con todos sus cuestionamientos.
El LP ya no era una colección de canciones sueltas. Era una obra entramada con una cierta unidad conceptual y un mismo impulso estético. Las primeras tres piezas eran engarzadas al collar como la introducción al concierto de la Banda de Corazones Solitarios. Luego llegaba su cantante principal Billy Shears, interpretado por Ringo, para entonar “With a little help from my friends” y para cuando ingresaba Lennon con “Lucy in the sky with diamonds” todo se desmadraba. Hoy se recuerda como una curiosa casualidad la coincidencia de las iniciales del título (LSD) con las del ácido lisérgico, pero entonces adquiría proporciones de leyenda o código privado. No mucho más tarde, el propio John Lennon señaló que estaba inspirada en un dibujo de su hijo Julian, en el que una compañerita de colegio (Lucy) estaba en el cielo rodeada de piedras preciosas.
“She’s leaving home” sacaba polaroids de la brecha generacional; en “Being for the benefit of Mr. Kite!” se puede oler el aserrín de la arena del circo; en “Within you without you” las tablas, sitar y voz somnolienta de Harrison daban la vuelta al Río Ganghes.
Cerca del tramo final, se retomaba la idea inicial. La banda agradecía la presencia de todos nosotros y esperaba que hayamos disfrutado el show. Lennon se reservaba “A day in the life” para el epílogo. Luego del piano estruendoso y las cuerdas arrebatadas venía un silbido de ultrasonido, insoportablemente audible para los perros, y los Beatles bromeando hacia atrás y hacia delante. Fin del disco. Algo había cambiado.
Aún esperaban otros discos fascinantes, pero estaban llegando al borde de su camino. Como apunta Bob Spitz, en su gigantesca biografía: “Como individuos, John, Paul, George y Ringo estaban creciendo; como Beatles, comenzaban a separarse entre ellos”. Decía en el disco: “Un tiempo espléndido está garantizado para todos”. Nunca pudimos siquiera dudarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario