En abril de 2008, durante las jornadas del Bafici, Graziano asistió al estreno de Historias Extraordinarias. No sabía -no podía saber- que no sólo se trataba de un acontecimiento de caladura histórica, sino que además esa película iba a hacer mella sobre él. Esta es la primera mitad de la entrevista con Llinás, que publicó poco después en las páginas de la revista TDI.
MARIANO LLINÁS
La Cámara Lúcida
Su última película, Historias Extraordinarias, está llamada a ser un hito en la cinematografía de nuestro país. Dura más de cuatro horas y fue rodada en 16 ciudades del interior y hasta Mozambique. Costó poco más de 30 mil dólares. Estrenada en el último Bafici, fue la favorita del público y los jurados locales. Director crítico y con espíritu poético, la lucha de Llinás es la del cine como mecanismo de exploración vital.
Por Martín E. Graziano
Había algunos indicios. Primero Balnearios, su largometraje anterior, que había establecido un parámetro de su estética y de su humor desde el registro de un falso documental. Luego su activa participación en Opus, de Mariano Donoso, y en El amor (primera parte), donde había apuntalado su trabajo como productor, ajeno y hasta encolerizado con las tribulaciones del INCAA. Pero, sobre todo, sus declaraciones al calor de una entrevista, donde Mariano Llinás había dicho: “encontraré mi propio límite como director. Estoy peleando la batalla final, y me voy a jugar la vida”. Lo que nadie esperaba, acaso ni siquiera los pocos que ya reconocían su obra, es que Llinás emergiera con una película como Historias Extraordinarias.
Para el estreno del film se pautó la última edición del Bafici, y El Pampero Cine -su productora- se dirigió hacia ese deadline absolutamente contrarreloj. “Eso fue bueno, porque obligó a clausurar –reconoce hoy, Llinás-. Si no, podría seguir filmando la película toda la vida”. Historias Extraordinarias se terminó de editar el día antes de su primera función. Ni en sus planes más remotos, Llinás había imaginado que su segundo largo iba terminar durando más de cuatro horas. “¡Tampoco estoy loco!”, se ríe.
Antes del absurdo de una sinopsis, ahí va un detalle para nada menor: si bien parece una superproducción, la película se hizo con poco más de 30 mil dólares. Son tres relatos centrales con la llanura de la provincia de Buenos Aires como escenario y personaje omnipresente. En la mirada del director, esa planicie gentil adquiere dimensión de tierra secreta, donde se erigen como tótems los monumentos demenciales que el arquitecto siciliano Salamone dispersó por 16 ciudades del interior. Decenas de relatos adyacentes, infinidad de recursos fílmicos y un soundtrack con una cumbia impresionista como leit-motiv. Road movie. Policial metafísico. Comedia y melodrama. Una secuencia con soldados alemanes y prisioneros ingleses, otra en Mozambique y un hombre común atrapado por su voluntad en un hotel. Un triángulo amoroso, un viaje iniciático por el Río Salado y un mapa del tesoro. Interpretados por el mismo Llinás y sus amigos y co-equipers Agustín Mendilaharzu y Walter Jacob, los protagonistas no tienen nombre ni voz. Si bien hablan, en toda la película jamás se escucha su decir. Una astuta voz en off recorre la trama de punta a punta.
Después de más de cuatro horas dentro de la sala, Historias Extraordinarias devuelve al mundo con un fervor extraño. Permanece en el cuerpo una gravitación que la película se encargó de imponer. Uno siente que en cada esquina late algo por ser descubierto. Uno quiere salir a la ruta. Uno vuelve a creer que vale la pena aventurarse. Uno –lo sabemos después, casi de inmediato- ha sido conmovido. Se trata realmente de una experiencia, intelectual y espiritual, si, pero hasta física. En algún punto, es casi una celebración. Y colectiva, según se encargará de aclarar a lo largo de la charla Llinás que, como cabía esperar, es un hombre apasionado.
-Pareciera que en esta película volcaste todas tus inquietudes, que fue una manera de vaciarse. ¿Cómo te sentís, más allá de la satisfacción?
-Siento alivio, porque francamente fue muy grande el esfuerzo de la película. Me tomó la vida por completo durante dos años. Fue mucho desgaste, porque había riesgos y peligros nuevos en todo momento. Cuando el rodaje terminó y hubo que empezar a editar, me generó mucho miedo. Estaba muy tenso con respecto a lo que podía pasar. Toda la gente había trabajado tanto y con tanto esfuerzo, y uno se siente responsable de eso. Sos medio el capitán de un barco. Por otro lado, yo sabía que en algún punto la batalla ya estaba ganada, que ya habíamos viajado a través del mar, pero si la película no estaba buena… Entonces, el hecho de que haya funcionado bien me produjo mucho alivio. Y en principio, lo que creo que va a pasar ahora es que yo me consiga una vida.
-¿Dónde y cómo nació Historias Extraordinarias?
-Hubo un episodio epifánico. Yo atravesaba un problema amoroso, uno de esos momentos en que sentís que ese fin de semana no podés pasarlo en la ciudad. Entonces me tomé un tren a Azul. Porque si, arbitrariamente. Llegué a las tres de la mañana y amanecí en el Gran Hotel Azul tal como el personaje: abrí la ventana y vi esa plaza increíble. En fin, empecé a pasar el día ahí. Compré el diario, sin nada que hacer, y a la tarde decidí salir. Me habían dicho: ‘si vas a Azul, andá al cementerio. Hay algo raro. No se que hay, pero está bueno’. Entonces pregunté y me encaminé. Cuando llegué me topé con el cementerio de Salamone. ¡Completamente inesperado! Uhhhh, fue un sacudón enorme. La mezcla entre la rutina de ese hotel y la irrupción de lo fantástico y lo desmedido, esa anomalía encerrada en el terreno manso de la provincia… ahí se me armó la película. Lo digo ahora, aunque en ese momento no lo tenía tan claro. Pero ahí nació un espíritu.
-La película tiene un gesto literario. Un narrador contando por el mero placer de contar, donde importan las historias tanto como su voz ¿cuánto de premeditación hay en esa idea?
-Siempre me gustaron las películas que son capaces de llevarte en mil direcciones. En el caso de Balnearios, yo hablaba de un esquema de sueño. Cuando uno cuenta un sueño opera de manera fragmentaria: en el recuerdo conviven una serie de imágenes inconexas y luego uno les da unidad. Aquí la película les otorgaba cierto grado de conexión. Quería lograr eso en un relato más ordenado y de ficción, y me parecía que la voz en off podía ser un buen camino: escribir una novela mediante esa voz. Me interesaba el desafío de trabajar cierta forma de relato de la novela del siglo XIX. Eso es muy difícil, porque nadie quiere hacer una película así. De modo que nos propusimos trabajar desde un lugar más moderno, y ahí surgió la idea de que esa novela tenía que tenernos a nosotros como protagonistas. Ponerle el cuerpo para quebrar un poco la cuestión literaria. Que fuera una cosa muy inmediata, pero circundada por la idea de la gran novela y de la gran ficción.
-Leyendo tus posts sobre el rodaje, viendo las fotos del backstage y la película, es posible imaginar que el rodaje adquirió casi proporciones épicas ¿cómo se lo vivió?
-Esta es una película hecha, estrictamente, entre amigos. Su equipo técnico está conformado casi en forma exclusiva por directores de cine. Todos empujábamos y nos planteábamos los desafíos. Veníamos de trabajar juntos en muchos proyectos, así que lo planteamos como nuestra ‘gran avanzada’. Había un concepto que estaba desde el inicio y que era fundamental: así como el film tomaba a la aventura como uno de sus temas, la aventura misma tenía que ser parte del proceso de producción. Es decir, que el film viajara y tuviera sus aventuras era tan importante como lo que sucedía dentro de la película. A su vez, quería evitar el síndrome Werner Herzog, del capricho de un loco que empuja a los demás. Era fundamental que todo fuese hecho de manera artesanal y amistosa. Que si había que meterse en el barro nos metíamos, pero que hubiera una cuestión festiva en ese hecho.
-La película es una gran apuesta. ¿A favor y en contra de qué cosas?
-La respuesta es, y lo digo con mucho pudor, que la película es una apuesta a favor de la libertad. La libertad como posibilidad para el cine, todavía. Romper cierta idea del cine como una actividad que ya conoce su forma de producción al punto tal que no hace más que repetirla. Una disciplina que ya sabe todo sobre si misma. Descubrir que el cine todavía puede tener esa característica virginal, ese espíritu de exploración y descubrimiento entendido de la manera más legendaria. No solamente la relación entre el director y la cámara, sino el hecho de que hacer cine importe una cosa vital, física, no tan mediada por el dinero, la seguridad y ciertos estándares de calidad. Una actividad que todavía puede tener la vitalidad de la música o cierto teatro. Una inmediatez, cierta ligereza, y hasta la posibilidad del azar y del tránsito.
continuará...
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