Hace unos meses, la revista G7 preparó un Especial de Música donde relevó algunas de las expresiones nuevas más interesantes y sin prejuicio de género. Graziano entrevistó a Soema, una cantante y compositora capaz de unir pasado y futuro. La foto que ilustra aquí es de la fantástica Lula Bauer.
LA VOZ DEL INTERIOR
Por Martín E. Graziano
Aunque la mayor parte del país no lo sepa, Soema Montenegro acaba de editar uno de los discos del año. No sólo por sus canciones, la mirada chamánica sobre el mapa del folklore, la producción de Juanito el Cantor o hasta el precioso arte de tapa. Sino -y sobre todo-, porque descubre una voz absolutamente única. Una columna de aire negro que llega desde el Oeste, enlazando sin costuras las técnicas de la música académica con fatos de la tradición popular. A lo largo de Passionaria (su segundo disco, después del iniciático Uno una uno), la voz de Soema atraviesa el universo del rasguido doble, la milonga, el huayno y la vidala con una vitalidad notable, capaz de conectar el pasado ancestral con el futuro. Por fortuna, nunca ingresa en el terreno resbaloso de la world music. Si bien toma riesgos y se permite jugar, el ensamble que la acompaña privilegia los colores orgánicos y conserva su filo rústico. Unos meses atrás, Vincent Moon quedó tan fascinado con su potencia que le dedicó varios de sus Take-Away Shows. Así los caminos se fueron hilvanando hacia afuera y, además de tocar en lugares tan disímiles como Suiza, Francia o Marruecos, Passionaria logró su edición europea y norteamericana.
¿Siempre convivieron en tu canto las vertientes académicas y populares?
Creo saber cuando esos caminos se unieron. Fue hace unos 10 años, cuando me metí de lleno en la investigación vocal, desde la experimentación y la improvisación. Cuando entré en ese mundo comencé a entender que los sonidos no pertenecen a una escuela: son parte de nuestra humanidad y espiritualidad. Son estados energéticos que materializan una forma en su manera de ser cantados o traducidos en palabras. Antes sentía una división entre lo que se llama “música culta” y “música popular”, una designación bastante peligrosa. Ahora no hay división. Práctico todas las formas y me siento a gusto en ese espacio porque el canto en conciencia guarda ese cuerpo que somos nosotros: seres de piel, carne y hueso, con un cuerpo mental, espiritual, intelectual.
¿Te sentís una artista folklórica?
No lo sé. Siento que es auténtico para mi cantar lo que canto, decir lo que digo y escribir lo que escribo. Me fascina lo folklórico porque es cercano, habla de nosotros, nos conmueve y nos conecta. Lo más importante de todo es que he crecido y sigo creciendo dentro de este mundo sonoro. En lo más profundo, me encantaría llegar a ser una ‘cantora’. Un concepto que comprendí en un encuentro con Totó la Momposina: la ‘cantante’ sabe de técnica, pero la ‘cantora’ es la que conoce cosas de la vida y de las estrellas, la que sabe cocinar y prender el fuego.
A diferencia de otros artistas que trabajan con el folklore, componés tu material. ¿Cuáles son tus referencias?
Desde que agarré una guitarra hice mi propia música. Creo que mi gran influencia primera es la poesía. Cuando era niña escribía muchísimo y en mi adolescencia ya cantaba lo que escribía. Escuchaba mucho rock nacional y folklore tradicional, especialmente chamamé. Luego, en mi etapa de estudio formal de música me fasciné con Luciano Berio, Meredith Monk, Cathy Berberian, Luzmila Carpio, Yma Sumac, Melania Pérez, Liliana Herrero, María João, Lila Downs. Con los cantos de recopilación primigenios, coplas, cantos wichis, tobas, guaraníes.
Ya desde su tapa, el contexto de Passionaria es natural y voluptuoso. ¿Qué universo querías construir?
Yo no podía decidir mucho porque la música se imponía sola: composiciones con fuerza y estridencias, suavidad y dulzura. Todo me remitía a la selva, sus capas, su belleza indomable. Este disco cuenta el viaje de un ser que habita en la ciudad y en la selva a la vez. Algo que se despierta en el asfalto y se despliega furiosamente para conectar con ese mundo natural. Todos anhelamos ese estado primero de conexión. Espero que este disco ayude por ese mínimo ratito de escucha a conectar desde la magia y el corazón.
¿Con qué músicos locales sentís alguna afinidad?
Me siento muy conectada con Liliana Herrero, Melania Pérez, Teresa Parodi (por su sinceridad, fuerza y belleza), Botis (de la Manzana Cromática Protoplasmática), Pablo Malaurie, Kevin Johansen y la maravillosa locura y genialidad de Juana Molina. Con todos mis compañeros músicos de este momento, que siento de un gran crecimiento: hay mucha gente haciendo músicas maravillosas, brindándose auténticamente en su trabajo y su función. De todos tengo algo para aprender, reflexionar e inspirarme.
¿Siempre convivieron en tu canto las vertientes académicas y populares?
Creo saber cuando esos caminos se unieron. Fue hace unos 10 años, cuando me metí de lleno en la investigación vocal, desde la experimentación y la improvisación. Cuando entré en ese mundo comencé a entender que los sonidos no pertenecen a una escuela: son parte de nuestra humanidad y espiritualidad. Son estados energéticos que materializan una forma en su manera de ser cantados o traducidos en palabras. Antes sentía una división entre lo que se llama “música culta” y “música popular”, una designación bastante peligrosa. Ahora no hay división. Práctico todas las formas y me siento a gusto en ese espacio porque el canto en conciencia guarda ese cuerpo que somos nosotros: seres de piel, carne y hueso, con un cuerpo mental, espiritual, intelectual.
¿Te sentís una artista folklórica?
No lo sé. Siento que es auténtico para mi cantar lo que canto, decir lo que digo y escribir lo que escribo. Me fascina lo folklórico porque es cercano, habla de nosotros, nos conmueve y nos conecta. Lo más importante de todo es que he crecido y sigo creciendo dentro de este mundo sonoro. En lo más profundo, me encantaría llegar a ser una ‘cantora’. Un concepto que comprendí en un encuentro con Totó la Momposina: la ‘cantante’ sabe de técnica, pero la ‘cantora’ es la que conoce cosas de la vida y de las estrellas, la que sabe cocinar y prender el fuego.
A diferencia de otros artistas que trabajan con el folklore, componés tu material. ¿Cuáles son tus referencias?
Desde que agarré una guitarra hice mi propia música. Creo que mi gran influencia primera es la poesía. Cuando era niña escribía muchísimo y en mi adolescencia ya cantaba lo que escribía. Escuchaba mucho rock nacional y folklore tradicional, especialmente chamamé. Luego, en mi etapa de estudio formal de música me fasciné con Luciano Berio, Meredith Monk, Cathy Berberian, Luzmila Carpio, Yma Sumac, Melania Pérez, Liliana Herrero, María João, Lila Downs. Con los cantos de recopilación primigenios, coplas, cantos wichis, tobas, guaraníes.
Ya desde su tapa, el contexto de Passionaria es natural y voluptuoso. ¿Qué universo querías construir?
Yo no podía decidir mucho porque la música se imponía sola: composiciones con fuerza y estridencias, suavidad y dulzura. Todo me remitía a la selva, sus capas, su belleza indomable. Este disco cuenta el viaje de un ser que habita en la ciudad y en la selva a la vez. Algo que se despierta en el asfalto y se despliega furiosamente para conectar con ese mundo natural. Todos anhelamos ese estado primero de conexión. Espero que este disco ayude por ese mínimo ratito de escucha a conectar desde la magia y el corazón.
¿Con qué músicos locales sentís alguna afinidad?
Me siento muy conectada con Liliana Herrero, Melania Pérez, Teresa Parodi (por su sinceridad, fuerza y belleza), Botis (de la Manzana Cromática Protoplasmática), Pablo Malaurie, Kevin Johansen y la maravillosa locura y genialidad de Juana Molina. Con todos mis compañeros músicos de este momento, que siento de un gran crecimiento: hay mucha gente haciendo músicas maravillosas, brindándose auténticamente en su trabajo y su función. De todos tengo algo para aprender, reflexionar e inspirarme.
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