sábado, 7 de agosto de 2010

JUAN STEWART: desde el árbol

Con su proverbial discreción, Stewart es uno de los personajes más activos dentro de la escena indie porteña. Como productor, en su Estudio El Árbol grabó muchos de los discos más interesantes de la década pasada. Cómo músico, es un solista instrumental e inclasificable, heredero de la leyenda under que dejó Jaime sin Tierra. Graziano lo entrevistó un año atrás. Un extracto de esa charla se publicó en G7: el resto está aquí.

EL SILENCIO DE LAS COSAS

Por Martín E. Graziano

Hay sólo unas pocas fotografías dando vueltas, y en casi todas aparece de espaldas o con la cabeza gacha. Tuvo participación decisiva en muchos de los discos más importantes del último rock independiente argentino, pero en el rol fantasma -y fundamental- del productor. La música de sus cuatro discos solistas no sólo es íntegramente instrumental, sino que en el primero utilizó nada más que tres notas y, en el último, un piano lacónico hasta los huesos. Juan Stewart es, todo parece indicar, un hombre discreto.
A fines de los ’90, ingresó silenciosamente en la escena como el bajista y tecladista de Jaime sin Tierra. Cargando con el mote injusto de los ‘Radiohead argentinos’, el grupo se disolvió en 2004 dejando su mito indie en los auriculares de una generación que languideció con el fin del milenio. En el caso de Jaime sin Tierra, el desbande fue en los mejores términos, y cada miembro partió en busca de sus propios horizontes creativos. Nico Kramer dio vida a El robot bajo el agua, su hermano Sebastián y Lucarda sacaron sus discos solistas y Javier Diz formó los Jackson Souvenirs. En el caso de Juan Stewart, la separación significó privilegiar su incipiente rol de productor fundando el Estudio El Árbol y comenzar a darle forma a esa música abstracta y sin palabras que sonaba en su cabeza.
Primero llegó el inconseguible 3, acaso su disco más radical desde su propuesta ambient. Luego, ya de la mano del activísimo sello Estamos Felices, editó El silencio de las cosas (2005) -banda sonora de una película inexistente- y para Oui! (2007) eligió orquestar de manera más orgánica, formando algo así como una banda de rock con Manza Esain y algunos de sus ex-compañeros en Jaime sin Tierra. Sin embargo, en lugar de continuar ese método, su último paso a la fecha fue Los días, un disco que explora al piano como único instrumento desde una perspectiva casi minimalista.
-¿Cuál es el germen desde donde nace un disco solitario como Los días?
-Una de las ideas era hacer un disco abiertamente diferente al anterior. En realidad, los otros discos empezaron siempre como Los días, porque yo compongo desde el piano, que es mi instrumento natural. Pero cuando hice Oui! me gustó esa idea de armar una banda para grabar y tocarlo. Esa situación medio me saturó: depender de un trabajo en equipo, de más gente para llevar a cabo una cosa que antes resolvía solo. Entonces me gustó la idea de descomponer todo y volver a la unidad desde donde había arrancado todo. Volver a la situación personal del primer disco, no por el control en si, sino por las posibilidades de expresión. Y también por una defensa de lo mínimo como estética. Como una bandera, de que sólo con un piano se puede lograr un universo sonoro.
-¿Tenés referentes en el piano?
-No. Incluso este no me parece un disco pianístico. Tampoco tengo referentes como instrumentistas. No me cautiva el dominio o el control de un instrumento en ese plan. Por decirte algo, (Luis) Salinas a mi no me gusta. Por ahí debería acercarme y entender las ideas musicales que están detrás de eso, pero lo que se pone por delante en esos casos es el dominio del instrumento. Me parece hasta más interesante no descifrar cual es el talento de alguien.
-Aunque tus discos son instrumentales, hay rastros del formato canción. ¿Por qué decidís no incorporar palabras a tu música?
-Por varias razones. Una es que no canto bien. Y no se cómo sería el proceso de escribir algo y que lo cante otra persona. Dos, porque no me gusta la idea explícita de decir algo con palabras. Sí me gusta escucharlo, pero me gusta en otros artistas. Prefiero la forma pura, es el camino que más me gusta, en el que me siento libre y puedo expresarme mejor. Si tuviera que escribir una letra, no se como haría. No tengo ese oficio. Y también elijo eso por la exploración de lo tímbrico y de los climas: me interesa que no pasen tanto por las ideas formales, sino por una sensación.
-La referencia que aparece sobre tu música es que tiene una profunda evocación visual. ¿De dónde proviene esa impresión?
-Es que soy muy visual a la hora de componer. Voy grabando demos, ideas que voy tirando con el piano o algún tecladito, y esas ideas me van generando una situación que es, casi a la vez, visual y auditiva. Puedo incluso descartar la melodía -o hacer una nueva-, pero tengo que quedarme con esa textura sonora y esa sensación. A veces me importa más eso, porque las melodías y las ideas musicales que tengo en los discos son bastante inmediatas.
-¿Qué cosas te interesa desarrollar como músico?
-Sonidos nuevos. O, al menos, nuevos para mí. Sonidos que me movilicen, que no me remitan a sonidos que escucho habitualmente. Sonidos que me desplacen. Por ejemplo, si bien en Los días está el piano casi solo, de repente por loopear pedacitos y tocar suave se arman cosas que no se pueden hacer con un piano. Todo eso es lo que me motiva a armar una canción o pieza nueva: la idea de generar una sensación irreal, de extrañeza.

EL PRODUCTOR
A fines de los ’90 y comienzos de esta nueva década, el ánimo musical que predominaba a escala mundial era más bien introspectivo. Jaime sin Tierra pobló esos días, cuando el esperado final del milenio pareció imponer un compás de reflexión al que nuestro país no podía sustraerse. Desde hace algún tiempo esa tendencia parece invertirse, y muchas de las propuestas más interesantes del underground tienen colores más expansivos y celebratorios. Desde su Estudio El Árbol, Juan Stewart acompañó y participó activamente de la gestación de buena parte de esas vertientes estéticas. Así, grabó, mezcló y/o produjo a artistas muy diferentes pero sustanciales para entender este momento del rock argentino, como Coiffeur, Alvy Singer, Banda de Turistas, Valle de Muñecas, Bauer, Fantasmagoria, Pablo Grinjot o El robot bajo el agua.
-¿Trasladas tus inquietudes musicales cuando trabajas como productor?
-Lo que me propongo como productor es que esa gente haga el mejor disco que puede hacer. Obviamente trato de que haya una sintonía y que puedan aprovecharme a mí. Si no, más bien soy un obstáculo. Hay discos en que los que tengo un rol más técnico, referente a la grabación, la elección de micrófonos y procesos. Pero hay otros en los que me vuelco más y me veo en situaciones parecidas a las que me involucro cuando hago mi música. Discos en los que mi visión de la creación musical y mi sistema de trabajo encajan y sirven. Con Guille (Coiffeur) me pasa eso: me puedo expresar con él y con Manza casi en los mismos términos que si usaríamos si estuviéramos hablando de un tema mío.
-Hay dos modelos antagónicos de productor artístíco: el tipo George Martin (que soluciona y aporta elementos técnicos que escapan al artista) y el tipo Phil Spector (que vuelca su propia cosmovisión). ¿De cuál te sentís más cerca?
-La gente que quiere hacer un disco conmigo, viene pensando cómo puede ser. Pero se da como se da. Lo que digo es que el artista que se acerca, si bien por ahí escuchó cosas que yo ya hice y quizás les interesa mi trabajo, no sabe exactamente cómo va a ser mi trabajo. Porque ni yo lo se. Nos lanzamos y cada vez sale de una manera distinta. Hay discos en los que hago poco y nada, porque me gusta cómo va todo solo; y hay discos en que trato de meter más.
-¿Con que artistas de la escena actual te gustaría trabajar?
-Una banda que me viene a la cabeza rápidamente, es El Mató a un Policía Motorizado. Les veo como una sensibilidad y una elección de melodías y acordes muy similar a la mía y, aunque están dentro del género de bandas con las que yo he trabajado, no están dentro de la música que hago. Además tienen un método que va ganando en densidad, y a mi me encantan.
-¿Cómo ves la escena actualmente?
-Hay cosas interesantes, pero descreo un poco y no defiendo la movida indie, porque no está muy claro si son bandas que quieren hacer algo independiente o son bandas a las que les gustaría vender miles de discos pero las compañías grandes no les dan bola. No lo entiendo bien. Me parece que está desprestigiada como escena porque en realidad muchos de los están ahí, quieren estar de paso. Se aprovechan del término y de la pertenencia, pero estilísticamente no hay una conexión. Ideológicamente tampoco. Después, se defienden ciertos valores de independencia, de tocar acá y no allá, pero nadie se planta y dice ‘si no me pagan, no toco’, que es la manera en que se haría valer el oficio de músico. Y me incluyo en todo esto. También tenés a artistas talentosos como Alvy Singer, que tocan en bares para 80 personas porque no encajan en una movida. Tipos que claramente defienden su obra y son súper-independientes como artistas. Pero ¿está en el indie o no está en el indie? No.
-¿Cómo era en los años cuando Jaime sin Tierra participaba del circuito?
-Cuando tocábamos con alguna banda, en general no los conocíamos. Se terminó generando algo alrededor nuestro, pero nosotros no fuimos parte de una movida. A nivel humano éramos buena onda, pero no éramos muy de agruparnos para conseguir cosas. O no nos interesaba, o no sabíamos cómo hacerlo. Nosotros tocábamos, y hacíamos lo que nos salía: cantábamos canciones tristes, si, pero también nos cagábamos de risa. Por eso quedamos pegados a un movimiento, nos pegaban palos por eso de los ‘chicos tristes’, pero en realidad era sólo nuestra manera de hacer y sentir la música. La verdad es que éramos unos outsiders completos.

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