La editorial Emecé acaba de publicar Canciones Argentinas (1910-2010), el nuevo libro del historiador y crítico platense. Una antología ensayística llena de vitalidad, capaz de encontrar nuevos caminos y desandar la historia social de un país. Graziano lo entrevistó cuando el libro aún guardaba el calor de la imprenta. Una parte del resultado se publicó en G7.
INCONSCIENTE COLECTIVO
Por Martín E. Graziano
Desde hace un buen tiempo, Sergio Pujol viene haciendo un trabajo tan silencioso como fundamental. Con paciencia de artesano, el historiador y ensayista platense se dispuso a reparar ausencias de la cultura musical argentina: tejiendo los relatos dispersos y, sobre todo, intentando descifrar la trama. Así, con rigor y espíritu narrativo, empezó a saldar deudas. Por ejemplo, contando la historia del jazz local (Jazz al sur) y los devaneos de la contracultura durante el Proceso (Rock y dictadura), pero también haciéndose cargo de las biografías definitivas para personajes medulares como María Elena Walsh, Discépolo y Atahualpa Yupanqui.
Ahora, el anuncio de su nuevo libro parecía un recreo para el melómano. Sin embargo, Canciones argentinas (1910-2010) es cosa seria. Se trata de una antología ensayística, que viaja desde el tango orillero de Villoldo hasta Lisandro Aristimuño, pasando por el canon (Gardel, Yupanqui, los Expósito, Leguizamón/Castilla, Nebbia, Spinetta, García) y algunos hitos de excepción. La tarea no fue fácil. Pujol procuró articular el inconsciente colectivo a través de su mirada. Pero vaya si salió airoso, apoyado en su propio vuelo y el hilo subterráneo que enlaza todas estas canciones: la historia social de nuestro país.
¿Qué forma te interesaba trabajar para el libro?
Este es el libro de un oyente. Un oyente puesto a crítico y todas las cosas que intento hacer cruzando disciplinas: crítico literario, antropólogo, musicólogo y siempre historiador. También está el juego libre del ensayo donde, como decía Adorno, siempre tiene que aparecer algo nuevo. Uno se tiene que dejar llevar por el ensayo, y por eso es que no es un libro muy metódico. Una de las formas de definirlo es que es una historia no sistemática de la canción argentina.
¿Con qué dificultades te topaste en la selección?
El criterio fue combinar lo estadístico con lo personal. Entonces por un lado hice una pre-selección y luego entró mi criterio, aunque está muy claro que el libro no es mi canon personal. Es un libro que inevitablemente tiene una cierta vocación historiográfica: hay una trama subterránea que une. Por eso que se impuso un orden cronológico y mi deseo más o menos secreto sería que la gente lea el libro de la primera a la última página.
¿Qué les permite a las canciones ese tráfico cultural tan abundante?
Es un artefacto cultural indestructible, que ha atravesado invicto los tiempos y sobrevivido a los cambios tecnológicos. Las canciones son como un segundo lenguaje, un abecedario. De alguna manera, uno se explica a sí mismo a través de las canciones, y el hecho de que se pueda establecer un vínculo tan íntimo con solo tres minutos es fundamental. Una película o una novela necesitan todo un desarrollo, en cambio en las canciones -si bien pueden ser narrativas- lo más interesante no pasa por ahí. En esa relación de sinergia entre la música y la letra, lo que encontramos es una emoción condensada.
Desmenuzaste las 140 canciones más relevantes de la historia de este país. ¿Comparten alguna cualidad esencial?
No creo que exista un paradigma de canción argentina, pero me parece que la elocuencia melódica atraviesa casi todo el cancionero. Si nos detenemos en los grandes momentos, lo más probable es que sean momentos de una gran perfección melódica: “Alfonsina y el mar”, “Sur”, “El otro cambio, los que se fueron”, “El anillo del Capitán Beto”, “Tumbas de la gloria”. En la Argentina se ha logrado un buen equilibrio entre texto y música, aunque hay canciones que son bellísimas y un poco pobres desde el punto de vista literario. Sin embargo siempre está allí la melodía y, tal vez, un cierto ethos melancólico. Habría que ver, pero a lo mejor las canciones de todo el mundo cumplen esa función reparadora. Como decía Discépolo: ‘una canción popular es el drama de uno padecido por todos’. Es una buena definición.
Ahora, el anuncio de su nuevo libro parecía un recreo para el melómano. Sin embargo, Canciones argentinas (1910-2010) es cosa seria. Se trata de una antología ensayística, que viaja desde el tango orillero de Villoldo hasta Lisandro Aristimuño, pasando por el canon (Gardel, Yupanqui, los Expósito, Leguizamón/Castilla, Nebbia, Spinetta, García) y algunos hitos de excepción. La tarea no fue fácil. Pujol procuró articular el inconsciente colectivo a través de su mirada. Pero vaya si salió airoso, apoyado en su propio vuelo y el hilo subterráneo que enlaza todas estas canciones: la historia social de nuestro país.
¿Qué forma te interesaba trabajar para el libro?
Este es el libro de un oyente. Un oyente puesto a crítico y todas las cosas que intento hacer cruzando disciplinas: crítico literario, antropólogo, musicólogo y siempre historiador. También está el juego libre del ensayo donde, como decía Adorno, siempre tiene que aparecer algo nuevo. Uno se tiene que dejar llevar por el ensayo, y por eso es que no es un libro muy metódico. Una de las formas de definirlo es que es una historia no sistemática de la canción argentina.
¿Con qué dificultades te topaste en la selección?
El criterio fue combinar lo estadístico con lo personal. Entonces por un lado hice una pre-selección y luego entró mi criterio, aunque está muy claro que el libro no es mi canon personal. Es un libro que inevitablemente tiene una cierta vocación historiográfica: hay una trama subterránea que une. Por eso que se impuso un orden cronológico y mi deseo más o menos secreto sería que la gente lea el libro de la primera a la última página.
¿Qué les permite a las canciones ese tráfico cultural tan abundante?
Es un artefacto cultural indestructible, que ha atravesado invicto los tiempos y sobrevivido a los cambios tecnológicos. Las canciones son como un segundo lenguaje, un abecedario. De alguna manera, uno se explica a sí mismo a través de las canciones, y el hecho de que se pueda establecer un vínculo tan íntimo con solo tres minutos es fundamental. Una película o una novela necesitan todo un desarrollo, en cambio en las canciones -si bien pueden ser narrativas- lo más interesante no pasa por ahí. En esa relación de sinergia entre la música y la letra, lo que encontramos es una emoción condensada.
Desmenuzaste las 140 canciones más relevantes de la historia de este país. ¿Comparten alguna cualidad esencial?
No creo que exista un paradigma de canción argentina, pero me parece que la elocuencia melódica atraviesa casi todo el cancionero. Si nos detenemos en los grandes momentos, lo más probable es que sean momentos de una gran perfección melódica: “Alfonsina y el mar”, “Sur”, “El otro cambio, los que se fueron”, “El anillo del Capitán Beto”, “Tumbas de la gloria”. En la Argentina se ha logrado un buen equilibrio entre texto y música, aunque hay canciones que son bellísimas y un poco pobres desde el punto de vista literario. Sin embargo siempre está allí la melodía y, tal vez, un cierto ethos melancólico. Habría que ver, pero a lo mejor las canciones de todo el mundo cumplen esa función reparadora. Como decía Discépolo: ‘una canción popular es el drama de uno padecido por todos’. Es una buena definición.
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