FUERA DE RADAR
Por Martín E. Graziano
Hace unos días me prestaron Just kids, el libro que Patti
Smith le dedica a su amigo Robert Mapplethorpe. Me puse a hojearlo y terminé
devorándolo en un par de sentadas. Aún cuando eran unos fugitivos en el charco
de la miseria neoyorquina, Patti y Mapplethorpe eran dos artistas arrolladores,
capaces de desafiar el establishment desde su habitación pulgosa del Chelsea. Y
si algo queda claro de entrada, es lo siguiente: que Patti Smith se haya vuelto
universalmente conocida como cantante de rock es una circunstancia. Mucho antes
de siquiera imaginarse en un escenario, la muchacha dibuja y pinta, toma
fotografías, trenza collares, escribe poesía. Luego, casi accidentalmente,
encuentra que el canto es un vehículo directo al corazón. Que, a mediados de
los ’70, la música rock conservaba cierto poder revulsivo.
Todavía suspendido por la gravitación del libro, me puse a
buscar algunas fotos de Patti y Mapplethorpe juntos. Me inquietó notar que la
imagen de esos dos artistas, entonces contraculturales, ahora parecía una
publicidad de Levi’s. Que treinta años después, la dictadura del marketing
había vampirizado sus rasgos más superficiales para convertirlos en producto.
Amigos, ya no busco a Patti por allí: como es una verdadera artista, hace mucho
que está en otro sitio. “En otra canción”.
La revelación me permitió entender mejor aquello que ya
sabía. Que había vivido desde que, quince años atrás, empecé a sentirme más
desafiado por un disco de Liliana Herrero que por –digamos- el último de Los
Piojos. Intuitivamente, comenzó una busca que fraguó mi nueva sensibilidad como
periodista. Desde luego, pensé que estaba más o menos solo: no era así. Entre
otras cosas, porque toda una generación de trovadores rioplatenses y exiliados
del rock, ya estaba en el camino asimilando los folklores, la trova
latinoamericana, el tango, el jazz y la música académica. Mirando hacia adentro
y desactivando los lugares comunes para hacer su propia canción.
El tesoro que encontraron estaba, por supuesto, fuera del
radar. Incluso para la prensa del rock, ese establishment involuntario donde se
dictamina qué debe ser la cultura joven. Los cancionistas del Río de la Plata
no sólo no tienen look, sello o gadjets tecnológicos. Tienen más de treinta y,
en ocasiones, usan lenguajes viejos para decir cosas nuevas. Estructuras que
los periodistas, formados como críticos sólo con discos de rock, no alcanzan a
dilucidar. Entonces, quizás con culpa, suelen ser incorporados en algún nicho
como el de los cantautores indie sensibles o alguna de esas huevadas. Una forma
de neutralizar a esta generación que pone en crisis su status quo.
Personalmente, si ser joven es asistir a un festival donde se
homenajea a Spinetta (aunque nadie lo escuchó) y un galán de moda hace cuernitos
frente al banner de Claro, prefiero ser viejo. I’m not there.
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