
Como tantos otros muchachos, Shaman llegó a La Plata desde Comodoro Rivadavia para estudiar quien sabe qué cosa. Ahí, en la ciudad de las diagonales, encontró dos cosas. Primero, una escena efervescente. Se convirtió, entonces, en un personaje transversal del circuito, colaborando con algunas de las bandas más interesantes del último rock argentino como Sr. Tomate y El Mató. Luego encontró un lago escondido, profundo y repleto de criaturas antediluvianas. Era su canción, un paraje desolado en algún lugar entre Violeta Parra y Color Humano. Para exorcizar esa música, Shaman decidió reclutar una banda de cófrades (Los Hombres en Llamas) y editó un primer disco prometedor: En el mundo de fuego. Ahora, más de dos años después, vuelve con las manos llenas de oro negro. Producido por Daniel Melero, su disco nuevo es un diario de viaje psicodélico hacia los confines de la Patagonia. En ese sentido, no resulta extraño que uno de sus recursos predilectos sea el hömeii, un canto gutural y místico que utilizan los pastores en las planicies rusas de Tuva. De algún modo, la flecha de Shaman parece trazar su propio puente entre la estepa siberiana y los caminos del ripio santacruceño.
Martín E. Graziano
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