Es uno de los compositores más representativos para las nuevas generaciones del folclore. Con su grupo Aca Seca, a dúo con Luna Monti o Edgardo Cardozo, el tucumano se ha establecido como una artista medular para avizorar la música argentina del siglo XXI. Graziano lo entrevistó hace un par de años y se publicó en Rumbos. Aquí está el rescate.
EL HACEDOR
Por Martín E. Graziano
El periplo de Juan Quintero arranca bastante antes, en un patio tucumano con guitarras y asado, pero comienza a hacerse más público hacia 2002, cuando apadrinado por Juan Falú editaba su primer disco. Este muchacho tucumano, que poco antes había desembarcado silenciosamente en La Plata para estudiar música, sorprendió a casi todos con una madurez estética que metabolizaba el mejor folklore argentino. Aquel disco resultó un nido de composiciones notables, algunas tan visitadas que entreven un futuro no tan lejano como standards folclóricos. De todas formas, el mismo Quintero aún está disconforme con el registro de aquel primer paso. No casualmente, apenas formó Aca Seca Trío con Andrés Beewsaert y Mariano ‘Tiki’ Cantero, decidió incluir en el repertorio de su nuevo grupo muchas de aquellas canciones. Fraguado en el ámbito universitario platense, Aca Seca estableció un patrón de belleza y virtuosismo tan fuerte que se convirtió en referencia para toda una nueva escena folclórica. Una escena más dispuesta a la escucha y el diálogo íntimo que a la masividad de los medios y los grandes festivales.
Sin embargo, las inquietudes de Juan no se limitaron a Aca Seca. Además de su tarea como arreglador y docente, desde entonces lleva adelante un dúo con Luna Monti y otro junto a Edgardo Cardozo, sin pasar por alto un proyecto en colaboración con Carlos ‘Negro’ Aguirre que acaso, esperemos, culmine en un registro.
-Tu música, por fuera de los ritmos del mercado, parece fruto de las relaciones y la naturalidad. ¿Cómo concebís la música?
-Es que, por ejemplo, nunca tuve contrato por disco. No es que esté en contra, porque uno es músico y a veces está bueno tener la presión de tener que producir algo, pero los discos que hacemos nosotros, han sido siempre fruto de la voluntad de hacerlos. De pensar lo lindo que sería, y de ponerle cariño. Esas cosas no se pueden apurar. Por eso ahora todo está en proceso de armado. Estos han sido años de mucha tocada y muchos viajes, pero el espacio del ensayo, que es fundamental para la creación, ha quedado un poco relegado. Por eso el receso. Estoy arrancando a componer, pero me cuesta… No soy un compositor prolífico.
-Aca Seca ha llevado el folclore a una instancia instrumental muy avanzada ¿hasta dónde es posible seguir en ese camino?
-Es verdad que llama mucho la atención entre el circuito de músicos. Aunque no ha sido una voluntad nuestra llevar nada hacia ningún lado. Sólo agarramos las canciones y las tocamos como nos sale. Claro que el lenguaje que cargamos, en general, es muy prolífico de acordes, pero yo no siento que se trate de ‘enriquecer’, que es una palabra peligrosa. Con algunas canciones hemos hecho procesos muy largos, de embarrar y recontra-arreglar. Hasta que de repente hemos llegado al momento de limpiar. Digo, muchas veces el comentario sobre Aca Seca -y sobre algunas otras músicas que quiero-, es que la virtud pasa por agregar cosas. Y agregar no es siempre ni una virtud ni una decisión correcta. Se trata de hacer las cosas como a uno le sale: a veces uno agrega y otras queda en una especie de páramo.
-¿Les preocupa convertirse en un grupo para músicos?
-No querría que fuese así. Me consuela saber que hay mucha gente que lo disfruta y no se dedica a la música. Obviamente creo que mi música, como la de muchos otros, circula de manera más fluida en espacios donde hay agite cultural, digamos ‘universitario’. Y me gusta que los músicos que admiramos nos tiren buena onda y nos hagan comentarios que no suelen hacernos los ‘civiles’ (risas). Pero finalmente tampoco es una música tan cabezona. A lo que apuntamos es a fluir.
-¿Se sienten parte de una escena?
-De una que sí. El Negro Aguirre, Juanpi Dileone, la negra Archetti, Coqui Ortiz… no sé cómo definir la escena, pero estamos en contacto con muchos artistas y entre nosotros hay una gran avidez por las opiniones y por qué es lo que está haciendo el otro. Creo que una de las características es la apertura. Tampoco estamos dentro del circuito de los folcloristas, aunque a veces hemos participado de festivales. Siempre estamos como una antena circular, atentos hacia todos lados y a lo que caiga.
LUNA TUCUMANA
Es fama que los tucumanos suelen cantar de manera sonora y altiva. Sin embargo, los modos de Juan Quintero son muy otra cosa. Juan canta como habla, y a la hora de conversar es necesario cierto silencio porque habla bajito y pausado. “En mi casa tampoco se cantaba muy fuerte –dice Juan-; aunque mi viejo si, cantaba fuerte y le gustaba porque tenía un gran vozachón”. Sus padres, vinculados al ámbito artístico y cultural tucumano, eran muy cercanos a gente como Juan Falú y Pepe Núñez, con quienes compartieron algún coro en la adolescencia. Así, desde que Juan era un niño, en casa de los Quintero se hacían asados que derivaban en suculentas guitarreadas que lo marcaron para siempre.
-¿Qué relación tenés hoy con Tucumán?
-Tengo familia y muchos amigos. Cada vez que puedo voy a Tucumán, y siempre me he inventado excusas para viajar. Son una referencia muy fuerte para mí. Ahí tengo un par de amigos despiadados que escucho mucho, aunque no saben nada de música. Por ahí me dicen ‘che, una mierda esto lo que estás haciendo…’. Y yo les hago caso (risas). Diría que en muchas cosas, Tucumán es como un espejo.
-¿Cómo te determina que la música llegue familiarmente?
-Si bien en casa se cantaba mucho, se hacían reuniones y la música era parte fundamental, por suerte nunca me han jodido con eso. He hecho la prueba a los 12 años de estudiar chelo, y me he aburrido muchísimo. Un tiempo después me han preguntado si quería tomar clases de guitarra. Me tocó un profe muy piola y por ese lado me he empezado a enganchar. Después ya participaba de esos asados donde estaban Juan Falú, Pepe Núñez, y de repente pelaban la guitarra y empezaban a tocar. Se jodía mucho, se tocaban boleros, música brasilera, cosas de ellos y calculo que en alguna época se copaban con jazz. Era bastante abierto, y el sentido no era siempre escuchar la música… podía ser un descajete, a veces, que también estaba bueno. Para un changuito como yo, era muy seductor.
-¿Cual es la principal enseñanza que te ha dado gente como Juan Falú?
-De todo. La suerte con Juan, por un lado, ha sido que yo tengo una admiración tan grande que le he hecho caso ciego en todo lo que me ha recomendado. Entonces a los 18 me ha dicho que me tenía que ir a estudiar a La Plata. Yo no sabía qué era La Plata, pero me he ido (risas). Me ha dejado una impronta fuertísima con respecto a la música. Su toque profundo, es como su voz: inconfundible. Y por otro lado, toda la gente que ha participado de esas reuniones me ha marcado en la manera de cómo se vive la música. En el conectarse, está el que toca y está el que escucha. Y ahí he aprendido bien que el que escucha también determina cómo vas a tocar. Se tiene que producir una conexión. Tiene que ser un diálogo. Y siempre voy a buscar eso en los recitales. Las primeras veces que me animé a tocar en esas reuniones, cantaba con una vocecita casi inaudible y tocaba muy despacio. Había sacado una zamba, y me había esmerado buscando unos acordes. Y en la reunión me pasan la guitarra, un pendejo, para tocar esa zamba aburridísima y muy despacito… sin embargo, todo el mundo estaba ahí, conmigo. Y en el momento que llega la sección de esos acordes -que eran cuatro, me acuerdo perfectamente-, Juan dice: ‘bien, chango’. Y nada más. Esos gestos son determinantes. Siempre busco ese tipo de conexión.
-¿Por dónde te gustaría que pase tu aporte como artista?
-No sé, che… Tal vez en las cosas que perduran en mí de los grandes. La pasión, la voluntad de escuchar, de comunicarse. Eso para mí es fundamental. Eso ha sido y es lo que puede promover las vanguardias más grandes y lo que puede hacer disfrutar las cosas más tradicionales. Si uno, como oyente o como tocante, se dispone a escuchar, a disfrutar y dar lo mejor de sí, provoca ese espacio propicio donde pasan todas las cosas buenas que pasan en la música.