EL MAPA FOSFORECENTE
Ahora que lo pienso, no fue hace tanto tiempo. Reviso mi casilla de correo para ser preciso y lo confirmo: fue a comienzos de este mismo año. Fue el 9 de enero, cuando me llegó un mensaje de Celina Artigas titulado “Invitados a construir un libro”. El asunto venía con copia para mucha gente que conocía o, de lo contrario, al menos quería conocer. Por decirlo mal y pronto, era toda esa gente que hace cosas para que esta ciudad sea un lugar vivo. Una selva hermosa y en estado de tensión.
Sin embargo, fue recién unas semanas después que se empezó a poner bueno, cuando el proyecto dejó el plano virtual y pudimos estrechar manos y tomar algunas cervezas. Si no me equivoco, la primera reunión más o menos formal fue en Ocampos. Ahí mismo, esa misma noche, el libro empezó a tomar masa crítica. Al principio fue un caos prudente y, luego, de inmediato, puro revuelo eufórico. Claro que después vino el bajón, la necesaria pérdida del norte y, al fin, toda esa caída de fichas que se llama ‘decantar’. Pero eso lo puede contar mejor Celina, no sólo porque el libro es su criatura, sino y sobre todo porque su casa -ahí cerca de Plaza Italia- fue el polo magnético alrededor del cual orbitamos todos.
A mí, desde el vamos, la convocatoria me entusiasmó. En primer lugar, porque me obligaba a repensarme, y cuando uno es periodista no se detiene demasiado en esas cosas incómodas. Entonces yo, como el típico espécimen del interior que abunda en estas páginas, tenía que encontrar mi lugar en La Plata. Y bien, ahora que puedo mirar esa telaraña de retratos con la suficiente perspectiva, veo un mapa nuevo que fosforece y que me contiene.
De todas formas, mentiría si pasara por alto un detalle esencial: el proyecto era buenísimo porque trabajaba con ese poderoso material combustible que son las personas. Es decir, no se trataba del devaneo de un par de tipos perdidos en el laberinto de la más pura abstracción académica. Para nada. Ahí tenemos el libro, y lo confirma: está repleto de esas fotografías preciosas que siempre salen movidas. Justamente, sus protagonistas están en movimiento porque están vivos. Así como están vivos porque están en movimiento. La vieja lógica de la piedra rodante.
Martín E. Graziano
Ahora que lo pienso, no fue hace tanto tiempo. Reviso mi casilla de correo para ser preciso y lo confirmo: fue a comienzos de este mismo año. Fue el 9 de enero, cuando me llegó un mensaje de Celina Artigas titulado “Invitados a construir un libro”. El asunto venía con copia para mucha gente que conocía o, de lo contrario, al menos quería conocer. Por decirlo mal y pronto, era toda esa gente que hace cosas para que esta ciudad sea un lugar vivo. Una selva hermosa y en estado de tensión.
Sin embargo, fue recién unas semanas después que se empezó a poner bueno, cuando el proyecto dejó el plano virtual y pudimos estrechar manos y tomar algunas cervezas. Si no me equivoco, la primera reunión más o menos formal fue en Ocampos. Ahí mismo, esa misma noche, el libro empezó a tomar masa crítica. Al principio fue un caos prudente y, luego, de inmediato, puro revuelo eufórico. Claro que después vino el bajón, la necesaria pérdida del norte y, al fin, toda esa caída de fichas que se llama ‘decantar’. Pero eso lo puede contar mejor Celina, no sólo porque el libro es su criatura, sino y sobre todo porque su casa -ahí cerca de Plaza Italia- fue el polo magnético alrededor del cual orbitamos todos.
A mí, desde el vamos, la convocatoria me entusiasmó. En primer lugar, porque me obligaba a repensarme, y cuando uno es periodista no se detiene demasiado en esas cosas incómodas. Entonces yo, como el típico espécimen del interior que abunda en estas páginas, tenía que encontrar mi lugar en La Plata. Y bien, ahora que puedo mirar esa telaraña de retratos con la suficiente perspectiva, veo un mapa nuevo que fosforece y que me contiene.
De todas formas, mentiría si pasara por alto un detalle esencial: el proyecto era buenísimo porque trabajaba con ese poderoso material combustible que son las personas. Es decir, no se trataba del devaneo de un par de tipos perdidos en el laberinto de la más pura abstracción académica. Para nada. Ahí tenemos el libro, y lo confirma: está repleto de esas fotografías preciosas que siempre salen movidas. Justamente, sus protagonistas están en movimiento porque están vivos. Así como están vivos porque están en movimiento. La vieja lógica de la piedra rodante.
Martín E. Graziano
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