miércoles, 30 de junio de 2010

AUTÉNTICOS DECADENTES: orquesta atípica

Son, desde luego, la gran orquesta de baile argentina. Unas semanas atrás, cuando estaban a punto de editar Irrompibles, su nuevo disco, Graziano los entrevistó para Rumbos. Con ese punto de partida, revisaron desde sus resistidos orígenes anarcotropicales hasta el éxito en Latinoamérica, pasando por la amistad, las peleas y el reconocimiento de los colegas.

LA FIESTA INTERMINABLE

Por Martín E. Graziano


Parece una imagen de otra Argentina. Una troupe de circo, desembarcando ciudad por ciudad, atravesando el mapa en una caravana gitana. Doce personajes estrafalarios, cargando instrumentos de fiesta y las voces erosionadas por el vino y el canto. Pero no: Los Auténticos Decadentes son hijos de este país y de este tiempo. Sucede que todos conocemos sus canciones y, sobre todo, que funcionan de un modo muy antiguo. Como las viejas orquestas típicas, son capaces de unificar todo y aún así imprimir su sello. Desde géneros derivados del rock (ska, reggae) hasta ritmos cocinados en el hervor popular (cumbia, cuarteto, bolero o murga). Así, apuntando al corazón de la pista, despojaron su música de prejuicios sociales y la abrieron a todos los oídos. Se convirtieron, en definitiva, en la gran orquesta de baile argentina, un título que a esta altura -con canciones y sin demagogia- se han ganado en buena ley, bendecidos por íconos populares como Alberto Castillo y hasta de vanguardia como David Byrne. Y si bien el swing destartalado de los Decadentes siempre fue irresistible, veinte años de carrera les dieron precisión, gracia y un repertorio imbatible.
Ahora, después de capturar los festejos por su 20° aniversario en el dvd Somos, vuelven a la carga con Irrompibles. El disco nuevo trae muchas novedades y también alguna redundancia. Hay invitados ilustres (recuadro), nuevas texturas sonoras y un puñado de canciones necesarias de Diego Demarco y el gran Jorge Serrano. Cucho Parisi sigue al frente de la máquina y, todo parece indicar, no tiene intenciones de detenerse. Allí, sobre el escenario, Los Auténticos Decadentes siguen siendo una personificación de la alegría.
-Ya hicieron un balance. Ahora, ¿en qué momento los agarra Irrompibles?
CP: En la época de ser un clásico, como banda y frente a la gente que creció con nosotros. También muy cómodos, sin tener que demostrar nada. Y buscando cómo seguir haciendo música nos encontramos a nosotros mismos… eso es lo que nos mantiene vivos. En nuestro camino hemos hecho todo lo que teníamos que hacer pero no de manera consciente, sino viviendo cada disco como si fuera único. En ese sentido, Irrompibles está grabado con un relax total, en nuestro estudio y con todo el tiempo del mundo.
ML: Irrompibles nos agarra bastante maduros. Aprendimos un montón de cosas y ya no nos quema la cabeza realizar algo y llevarlo a buen puerto rápidamente. Para este disco buscamos un sonido y otro poco fue surgiendo mientras grabábamos: sonoridades diferentes, una participación más activa de teclados y programaciones.
-Después de tantos hits, ¿cómo manejan la presión por componer temas que estén a esa altura?
JS: Siempre que me pongo a componer una nueva canción siento un poco de incertidumbre y dudas de si podré hacer una canción interesante. Pero como yo nunca hice las canciones pensando en que fueran a ser hits, me parece que la gente las acepta de la manera en que naturalmente son. Creo que lo que gusta de nosotros es lo que somos, y así como lo somos. Por eso es muy posible que les vaya a gustar una nueva canción. De todas formas lo que importa es que nos guste a nosotros. A partir de ahí depende de la gente, y no es algo que podamos controlar.
CP: Siempre hay un poco de inquietud, pero el motor, lo que te motiva a disparar ideas es un proceso interno que se pulsa. Si haces muy a propósito el ‘estribillo para que lo canten todos’, por ahí te sale cualquier cosa. Lo mejor es ser sincero con uno mismo. Tampoco hay que olvidar que estamos todos un poco más grandes, y cada chiste se vuelve más pelotudo a medida que pasa el tiempo. Igual, aunque estamos en la ronda entre los 40 y los 50, no perdemos la esencia: somos como inocentes, y aún sabiendo lo que pasa en el país y en el mundo vivimos nuestra burbuja. Es como un viaje de egresados constante, y esa micromanía de estar todos juntos, conectados, genera esos códigos que podemos volcar acá. Hay una fórmula, pero es una química, algo sustancial que tiene que ver con las personas.
-¿Por qué eligieron “Los machos” como primer corte?
CP: Y, “Los machos” es un tema típico de los Decadentes. Como decimos nosotros, tiene un sonido ‘tutá tutá’. En realidad, la elección tiene que ver con la estética y el nombre del disco. Yo me acordaba de la película Los irrompibles (1975) el primer western argentino, y me sonaba como una banda de amigos. Justamente, eso lo que nos pasó a nosotros: Jorge sacó un disco solista y la gente empezó a preguntarnos: ‘¿se separan?’. No, seguimos: estos son los Decadentes, somos irrompibles. Y “Los machos”, salió de una vez que dijimos ‘loco, juntémonos una vez por semana a jugar a la pelota, al billar, a tomar algo. No era los piratas: era ir a una cantina a comer’. “Los machos” es, en realidad, los amigos.
-La letra dice: “mucha agua ha pasado bajo el puente, pero fue más fuerte nuestra amistad”. ¿Cuánto habla de ustedes?
JS: Es verdad, seguimos siendo amigos y entre nosotros hay respeto y espacio para los aportes de todos. Somos una especie de familia. De hecho, nuestros hijos son como primos entre sí. Los Decadentes son bastante lo que parecen arriba del escenario: un grupo de amigos que se junta a tocar.
-En ese sentido, ¿es una ayuda que en la banda sean doce?
CP: Los grupos de cuatro personas, tienden a separarse. Acá, por suerte, todo se dispersa y todo se habla. Se diluye. Claro que hay una amistad de base que está perfecta, pero el día que te satura uno, te vas con el otro. Imaginate que muchas veces estamos más con la banda que con la familia. Por eso cuando acá falta uno se nota y hay un desfasaje. Porque funcionamos al unísono. Antes de un recital, alguno pude estar cansado, enfermo, o recién separado, pero la banda es como un equipo de futbol: ‘bueno, ¡vamos!, ¡salimos todos!’.

MI VIDA LOCA
No es un dato menor. Para dar a conocer su nuevo disco, Fito Páez eligió una canción que dice: “pensaba en los Decadentes, cuantas noches en la ruta. Hoy siguen juntos, que bueno que está. Dale tiempo al tiempo”. Para buena parte del país, Páez representa algo así como el canon del rock, un género que durante años subestimó a la banda. Sin embargo, los Decadentes recibieron el gesto como un cariño. “Nos gustó mucho la canción, al margen de que nos nombre a nosotros –dice Martín ‘Moska’ Lorenzo-. La verdad es que nos pone muy contentos, porque además a veces no nos damos cuenta ni del paso del tiempo, ni de lo que significamos para la gente. Es lindo mirarlo un poco de afuera”.
La perspectiva sirve para mirar un comienzo que ya de entrada era celebratorio. Fue en 1986, cuando algunos alumnos del colegio San Martín decidieron armar una banda para animar los festejos de fin de curso. Más amigos que músicos, le dieron forma a Los Auténticos Decadentes. No podían siquiera fantasear que, veinte años más tarde, alcanzarían no sólo una popularidad inédita, sino hasta cierto consenso crítico. De hecho, el año pasado se hizo un programa especial dedicado a Mi vida loca, uno de sus discos más respetados. Y sólo un par de meses atrás, la encuesta de una revista especializada eligió a Sigue tu camino como uno de los discos de la década.
-El rock parece haberles dado el crédito definitivo. ¿Cómo les cayó este reconocimiento?
CP: ¡Fue la parte más difícil! Los primeros años fueron imposibles, porque si bien veníamos del rock, había un contexto que no permitía que se nos entienda. Hacíamos algo que era anti-todo, porque tocar cumbia o murga era lo menos. Escuchábamos punk, ska, pero apenas nos poníamos a joder empezábamos a hacer otra música que estaba en el aire. Éramos personas distorsionadas, que podían escuchar a la vez a Mochín Marafioti o a Tom Lupo... ¡siempre convivimos con la deformidad! Mucha gente nos conoció después del ’91, pero habían pasado siete años de tocar en el Parakultural y todo ese circuito.
JS: Nosotros somos bichos de rock. Venimos del underground, pero la verdad es que como personas somos más parecidos a los artistas populares.
-¿Les molestaba esa incomprensión?
CP: Y, yo iba a notas donde me preguntaban ‘¿son o se hacen?’. Entonces para la radio de música pop estaba todo bien, pero nosotros veníamos del rock. Yo venía de leer Expreso Imaginario y Pelo, de esa cultura. Igual siempre fuimos como una isla, aunque compartiéramos el mismo agua, la misma corriente. Así y todo creíamos en nosotros y seguíamos laburando. No nos entendieron, al menos hasta que pasó Mi vida loca.
-¿Cómo se armó la identidad de la banda?
CP: La identidad siempre fue el baile y la fiesta, porque empezamos con el ska. Madness y Sumo nos motivaron. En realidad, de chico yo escuché música disco hasta Malvinas; a partir de ahí empecé con el rock nacional. Es muy loco, pero así se formó el mosaico de los Decadentes. Por ejemplo, Jorge era punk y oscuro, mientras yo estaba en los boliches tirando tarjetas. En esos contrastes está la clave. Fijate que mientras Pocho la Pantera tocaba “Raquel” en las fiestas mas chetas, nosotros tocábamos ese tema en el under para la gente del rock.
-¿Cuándo cambió ese panorama?
CP: Cuando salió El milagro argentino. Y después, cuando tocamos con Alberto Castillo. Ahí nos empezó a escuchar la abuela y entramos en todos los hogares. Antes, cuando le contaba a mi viejo que estaba tocando, me decía ‘tráeme un casete de Castillo y dejate de joder con la música’ (risas). La verdad es que estábamos todos jugados. Si no hubiera estado el grupo, estaríamos en la lona. El padre de uno le iba a pagar la facultad en otro país, y puso esa guita en el disco. Jorge estaba trabajando de electricista en Los Ángeles y le mandamos un telegrama: ‘che, vamos a grabar todos tus temas, mataría que estés’. Yo estudiaba peluquería, me gustaba ser DJ… éramos todos lumpen. Queríamos zafar del sistema, no queríamos laburar, ¡nos queríamos divertir! O sea, si hubiera sido un plan, no creo que hubiera funcionado. Fuimos sobreviviendo una vida para zafar de la monotonía. Hoy seguimos zafando, con familia y pagando las cuentas, pero sin perder el espíritu.
-¿En qué momento se dieron cuenta de qué sintonizaban con algo especial?
CP: Cuando empezaron a prender todos los temas en la cancha. Ahí trascendimos todo. Por eso nos empezaron a conocer en otros países. Fue entrar en el inconsciente de gente que no va a un recital ni en pedo, y capaz está cantando un tema nuestro en Colombia. Es raro pensar cómo letras tan argentinas como “Los piratas” son cantadas en México. El otro día fuimos a Costa Rica, y de diez temas del repertorio cantaba ocho la gente. Yo dije: ‘loco, existimos más allá de nosotros’.
-La sensación colectiva que emana la banda es de fiesta. ¿Se les ha cruzado por la cabeza correrse de ese sitio?
JS: No, somos muy felices siendo lo que somos. Sentimos que nuestra misión es llevar un rato de alegría y de canciones a la gente de todas las edades, sexos y clases sociales. Recibimos un gran reconocimiento por eso y estamos muy orgullosos del lugar que ocupamos en la música argentina.
CP: Además, a esta altura, nos aburriríamos. No quiere decir que no podamos hacer un disco prohibido, oscuro. Nos lo podemos permitir, pero hoy ya nada es oscuro. Ahora querés ser rockero y está bien visto. La guitarra eléctrica era desafiante, pero hoy está de onda y lo ponen en cualquier publicidad. Cualquier pibito de doce ya tuvo una guitarra, o fue a ver a AC/DC.
-El camino de los Decadentes, ¿hasta qué punto superó sus expectativas?
JS: Muchísimo. Realmente empezamos haciendo esto por diversión y por lo menos yo, no tenía ningún plan más allá del día en que tocábamos. Por lo tanto, todo lo que nos sucedió fue sorprendente y maravilloso. Como siempre dice Cucho: 'es más de lo que nos merecemos'.

lunes, 28 de junio de 2010

RESEÑA: (sin título)

Desde Azione Artigianale, su sello y familia cofrádica, Pez acaba de editar su disco nuevo. Esta vez la banda de Ariel Minimal no encontró (o no quiso encontrar) un título. Graziano lo reseñó para G7.

PEZ: (sin título)
Si Pez fuera una banda cualquiera del mercado, este disco –y la mayoría de los anteriores- sería una máquina de frustrar expectativas. Pero lo que diferencia a un verdadero artista de un producto, es que un verdadero artista construye a su público. No al revés. Y después de doce discos, la banda de Ariel Minimal encauzó a una audiencia vital, sin camisetas y dispuesta a escuchar música. A disfrutarla o, incluso, a desecharla. Entonces, ¿cuál de todas estas bandas es Pez: el trío hardcore, el quinteto progresivo, el cuarteto de folk-rock y las armonías vocales? Los corazones de los hombres son complejos, así que bien podría ser todas. Ahora, este disco intitulado parece continuar la senda punk de El porvenir, su antecesor. Pero a no dejarse engañar por las apariencias, porque ni aún en las curvas más veloces pierden su pericia natural para los arreglos intrincados. Tampoco la melodía, ni la reflexión existencial. En “Al tun tun”, Minimal canta: “una luz brilla sobre el horizonte / no sé si es el principio o es el fin. / La verdad es que sólo pienso en seguir”. Así, en silencio, desoyendo las sirenas y a pura prepotencia de trabajo, Pez sigue haciendo su labor. Benditos sean.
Martín E. Graziano

martes, 22 de junio de 2010

LOS CAMPOS MAGNÉTICOS: soy tu fan

Aunque aún no tienen listo su primer disco, el grupo de Nacho Rodríguez, Jano Seitún y Rubin ya logró llamar la atención. No sólo por el background de cada integrante y la musicalidad, sino también por la idea: revisitar (y reescribir) el cancionero de The Magnetic Fields. Graziano los entrevistó para G7. El texto es el que sigue.

SOY TU FAN
Tres cancionistas de la escena under se unieron con un objetivo extraordinario. Hacer su propia lectura de la obra de Stephen Merrit, el hombre detrás de los Magnetic Fields. El resultado, lejos del grupo tributo, es una alquimia nueva.

Por Martín E. Graziano

Podría ser una fábula. Tres compositores, con su propia valija de canciones, orbitan el under porteño. Lentamente y como por inercia, comienzan a converger, atraídos por un campo magnético. Dentro está la obra de de Stephin Merrit, líder de los Magnetic Fields, banda emblemática del indie neoyorquino. Uno de los tres protagonistas es Rubin: “cada vez que entraba a grabar un disco coincidía con Doris, antiguo grupo de Nacho (Rodríguez). En esas intersecciones charlábamos acerca de tocar canciones de Magnetic Fields. Sólo porque nos gustaban a ambos”. Casi al mismo tiempo, Nacho y Jano Seitun (a.k.a. Alvy Singer) se conocieron durante un verano en La Paloma. “Llevamos una viola a la playa y Nacho se puso a cantar “Infinitely Late At Night” –recuerda Jano-. Yo le mostré una traducción que había hecho, y enseguida me habló de Rubin”.
Ahí nació la semilla de Los Campos Magnéticos, haciéndole un corte de manga al rock, que históricamente subestimó al intérprete. No casualmente los tres integrantes son emergentes de una escena que trasciende el rock. Alvy Singer desde su propia Big Band, Rubin junto a los Subtitulados, y Nacho Rodríguez como miembro de Onda Vaga. Así, LCM partieron en busca de su propia voz, utilizando como fondo una obra ajena. Y según pudo escucharse, el grupo ya generó una alquimia nueva. Por eso, el plan inmediato es editar un disco doble (o dos volúmenes) dedicado al cancionero de los Magnetic Fields. Para una segunda etapa, fantasean con empezar a componer a partir de estos parámetros. Merrit, todo parece indicar, ya está al tanto de todo.
¿Qué pautas tomaron en cuenta para hacer estas adaptaciones?
RUBIN: Teníamos que lograr que las letras fueran no sólo cantables y que respetaran la métrica, sino también preservar el tono de la lírica de Merrit, su precisión, su gracia, el ritmo. En este sentido priorizamos respetar el original, aunque en varios casos nos dimos la libertad de reescribir y argentinizar las letras. Justamente porque era lo que más nos acercaba a preservar el espíritu de las originales.
¿Es importante valorizar la figura del intérprete?
RUBIN: Totalmente. En el jazz o la música clásica es normal encontrar artistas que estudian e interpretan a un determinado compositor. Ella Fitzgerald le dedicó varios volúmenes en Verve a los songbooks de los compositores más importantes de su época, como Gershwin, Cole Porter, etc. Pero en el rock no es habitual, y en ese sentido, lo que hicimos nosotros tiene un poco de estudio e interpretación de repertorio. Nos enriquece muchísimo como compositores, también.
¿Por qué no son un grupo tributo?
AS: Tratamos de poner nuestra mirada y nuestro mundo, y eso genera una relectura. Puede ser leída como una traición, pero es el juego de cualquier traductor. Además, trabajamos el repertorio de un grupo que diferencia mucho la situación del disco con la del concierto. Esa libertad de acción se da cuando la obra es buena, así que decidimos hacer hincapié en las composiciones y no en la forma de tocarlas.
¿Qué crees que los ‘magnetiza’ del trabajo de Merrit?
AS: En la construcción de las canciones de Merrit hay una precisión de reloj suizo. Tiene andamios muy sólidos en cuanto a estructura formal, métrica, rítmica. Es muy clásico en ese sentido, y nos seduce trabajar con material tan noble. Pero nada de esto sería suficiente si (como dice Ellington) no tuviera swing. Además de todo ese andamiaje hay una magia, algo inexplicable que sucede a nivel melódico y poético. Es increíble la sencillez armónica que tiene, y cuánto puede ser dicho en esos términos.
¿Qué tienen en común los fans de los Magnetic Fields, más allá del gusto por el las canciones de Merrit?
NR: Voy a hablar de nosotros tres, que más o menos nos conozco. Compartimos un amor por la canción que, creo, es la forma de expresión artística que nos resulta más cercana, la más nos gusta. También tenemos un sentido del humor y una forma de escuchar parecida. Más allá de Magnetic Fields, tenemos muchos gustos musicales en común.
El público que ya fue a verlos, ¿es fan de Magnetic Fields o de ustedes?
AS: Es muy gratificante despertar alguna que otra oreja, que quizás después de escucharnos vaya a bucear en las versiones originales. Como dice Nacho, “cuando pasa eso: misión cumplida”. Además, es muy lindo que existan este tipo de cruces. No será un disco de Alvy, ni de Nacho, ni de Rubin, sino del color que formamos cuando trabajamos juntos.

sábado, 19 de junio de 2010

ANDRÉS CALAMARO: en las rocas

En simultáneo con la edición de On the rock, Graziano entrevistó a Calamaro para la revista Rumbos. Afianzado como artista popular, Andrés apuntó detalles del disco, discutió al público (que también se equivoca) y se reivindicó como grumete de aquellas primeras carabelas del rock argentino. La nota se publicó el domingo 13 de junio. Aquí está.

LA RUTA DEL SALMÓN

Cada nuevo disco suyo se ha convertido en un acontecimiento cultural. Esta vez entrega On the rock, un puñado de canciones sanguíneas que engrosan lo mejor de su repertorio. En exclusiva para Rumbos, revisa algunos pormenores del disco, los combustibles del artista maldito y su sentido de la pertenencia. Que hable El Cantante.

Por Martín E. Graziano

Siempre es lo mismo. Cada recital multitudinario, cada disco nuevo, justifica hablar de ‘retorno’. Así, la prensa pone en marcha su andamiaje y se titulan diarios y revistas con palabras como esa. Sin embargo, en este caso es mucho más preciso recordar la voz del Gordo Troilo, recitando con el último suspiro aquellos versos: “alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio. ¿Cuándo? ¡¿Pero cuándo?! Si siempre estoy llegando”. Y la cita de Troilo tampoco es tan casual. Con el paso de los años y, sobre todo, de las canciones, Andrés Calamaro fue alcanzando estampa de artista popular. Aquella estirpe de artista popular que, como Mercedes Sosa, pivotea con naturalidad desde su origen (rockero, en este caso) hacia otras zonas de su interés. No debería ser tan extraño. Calamaro, que nació en la gran urbe a comienzos de los ’60, se inició en la música cuando aún era una cultura expansiva e inclusiva. Así, con el rock como anfitrión, en su obra siempre confluyeron afluentes muy diversos. Desde el candombe progresivo de sus inicios en Raíces hasta sus lecturas del repertorio tanguero, pasando por su sociedad con abanderados del flamenco como El Cigala y Niño Josele.
Ahora, en el flamante On the rock, ese mapa une bolero con hip-hop, cumbia, la obra de José Alfredo Jiménez y los propios Rolling Stones. Sin embargo, la musicalidad de su banda, los textos y el canto cada vez más caudaloso de Andrés logran una atmósfera unívoca y plena de matices. “Con este disco lo que quise fue involucrar a mis compañeros músicos en cada rincón de la producción –apunta Andrés-. Ese es el concepto, la idea que respetamos hasta el final. El momento fueron los viajes y las giras… no es lo que yo entiendo por un disco ‘de creación’. No empecé de cero con nuevos conceptos para reinventar la música; pero mi deseo era compartir el disco con mis compañeros desde el primer día, y aunque suene peculiar fueron ellos los que eligieron las canciones, las ensayaron y las grabaron”. Allí una de las claves. Después de muchos años (tal vez demasiados), Calamaro logró estabilizar una banda de pulso sanguíneo que ya empieza a revelar una identidad. Comandados por el bajista Candy Caramelo, José “Niño” Bruno (batería), Tito Dávila (teclados), Julián Kanevsky y Diego García (guitarras), la banda se está afianzando como un canal expresivo para El Cantante. Ahí está On the rock para comprobarlo, arropado por una estética que remite a las viejas empresas estatales. Diría Andrés, de impronta “leongiequista”.
-Parece un disco con intención de LP. ¿Seguís pensando en ‘discos’, aún en tiempos de la descuartización que hace el i-pod?
-Sí, claro que lo pensamos como un “disco”: el clásico álbum de doce tracks. Cuestión de costumbres. Conocí la música a través de los discos; el rock, el jazz, el blues… todo. Crecí mirando las disquerías con deseo, ahorrando para comprar un LP. También crecí como “artista discográfico”… para mí la “infame industria” es la industria del arte de grabar discos, de promoverlos, de comprarlos y escucharlos. Pero entiendo que la realidad es inapelable, y acepto el CD aunque haya sido el epitafio de la tradición de los LP. También acepto el mp3 como un formato práctico que suena bien… almacenar tantas canciones en el espacio de un cassette de noventa es interesante; lástima que se haya instalado el irrespeto por la propiedad intelectual.
-Desde hace unos años venís poniendo el acento no sólo en tu desarrollo como cantante, sino también como performer. ¿Cómo fuiste poniendo el foco sobre esas inquietudes?
-Sinceramente me basta con ser mejor cantante. Si canto bien siento que la performance ya está “cubierta”; no necesito mucho más que gustar y gustarme. Hace quince años y hace veinte también, grabábamos todos los recitales y los escuchábamos después de tocar, y creo que así aprendí a cantar lo menos mal posible… Me tomo un poco más en serio como intérprete, canto con menos “miedo” y trato de no exagerar con ningún yeite.
-“Insoportablemente cruel”, con Calle 13, es un punto alto del disco. ¿Cómo te fuiste acercando a ellos?
-¡Y la trompeta de Jerry González! Esa session fue uno de los mejores momentos que viví en un estudio. Cuando le pedí que haga una toma con trompeta y sordina tocó durante toda la canción. No había una serie de compases reservados para un solo… es extraordinario. René Residente siempre se mostró muy abierto y respetuoso con los intérpretes de rock, y yo le presenté mis respetos en cuanto tuve la oportunidad. Para mí son el techo de la música latina; lo que grabaron con Mercedes Sosa es de otro mundo.
-En la producción hay un cambio de timón con respecto a La lengua popular. ¿Cómo ves, en perspectiva, ese disco tan celebrado?
-Para mí, La Lengua Popular fue como Iron Man para Robert Downey Jr.; es el disco que me devolvió la confianza en el conjunto de la música profesional. Además es un disco muy atractivo, lleno de laberintos musicales y líricos… Se nota mucho la mano y el cuidado que pone Cachorro López: cuerpo y alma. Sabía que era difícil grabar un disco después de La Lengua… siempre supuse que podría ser una secuela menos luminosa.
-En ese disco, particularmente en “Carnaval de Brasil”, ya te desmarcabas del artista maldito. ¿Por qué?
-El abandono, la crisis sentimental, la ingesta de cocaína… no son técnicas para componer canciones, pero son gasolinas, son motivaciones. Y a veces parece que las canciones se escriben solas si convertimos nuestra vida en “un campo de batalla”; cuando nos descansamos en la tormenta y vivimos en permanente sobredosis de libertad. Hasta los viejos poetas insisten con la geometría de la infelicidad y la inspiración, pero quise rebelarme contra estos tópicos por más respetables que sean. Incluso si es que son ciertos.

EN SU TINTA
Las palabras pueden volarse, incluso pueden estar vacías. El Indio Solari dijo alguna vez: “uno emite cheques con la lengua que el culo no puede pagar". Por eso la moneda más cara son los hechos; y los hechos hablan bien de Andrés Calamaro. Cada vez que fue necesario, dio pasos de justicia poética y, no menos cierto, pasos con verdadera profundidad histórica. Así, en 2008 se unió nuevamente a sus viejos compañeros de Raíces (el grupo de candombe-funk de Beto Satragni) para grabar un disco festejando el aniversario número 30 de la banda. También dedicó a Miguel Abuelo, uno de sus mentores, acaso una de sus mejores canciones y, con frecuencia, reivindica tanto el linaje de música popular que lo precede como el que lo sucede. Eso significa tanto cantar con bandas nuevas como Estelares y Viajantes, como producir a Juanjo Domínguez y presentar a Litto Nebbia para toda una nueva generación de oyentes.
-¿Por qué pensás que El palacio de las flores -el disco que hicieron con Nebbia- fue recibido más fríamente?
-Lo que pienso es que es muy importante grabar discos “incomprendidos”. Además te sirve para conocer a la gente que te escucha, y también a la que opina sin escuchar con la atención adecuada. El palacio de las flores es un disco grabado codo a codo con Litto Nebbia, y no necesita más explicación que esa. Siempre estaré orgulloso y feliz de haberlo grabado, y esperando volver a Melopea a grabar de nuevo con Litto; es la expresión musical pura, es un genio. Además pienso grabar discos realmente “ásperos”, someter a los oyentes a experimentos “dolorosos”. El Palacio… es un disco de canciones bellas, algunos de mis mejores textos están en ese disco, y es un disco a medias con Litto; incomprenderlo es insuficiencia de los que no lo quisieron entender. No fallan los discos: también fallan las personas que no los saben escuchar.
-¿Te interesa sentirte parte de un linaje?
-Me siento un humilde aprendiz de brujo. Ya sería suficiente con descubrir el linaje del arte argentino: actualmente Juanjo Domínguez, Raúl Barboza y Rubén Juárez son nuestros músicos más valiosos (lógicamente hay otros capos). Antes había una tradición de músicos, compositores y poetas, en el folk y en el tango, que son indudablemente nuestro gran tesoro musical argentino. Ojalá una sola de mis canciones pudiera alcanzar un poco de aquella gloria. No sé si voy a poder firmar algo tan importante.
-Participaste en el disco de Viajantes cantando un viejo tema del pintor Jorge De la Vega. Ese gesto parece querer decir que el rock era mucho más que su cliché en que parecen convertirlo los mercados. Una cultura expansiva, donde cabía desde Escher hasta Piazzolla. ¿Te interesa devolverle ese espacio?
-Es verdad, me siento uno de los últimos pasajeros de aquella época. Algo así como el grumete de las primeras carabelas del rock fundacional y cultural. Yo crecí en la época en que Vinicius hacía temporada en Mar del Plata… era un niño en el Di Tella y en la Galería del Este. También me gusta el cliché rockero. Tengo muy profundo afecto por Pappo y creo que tenía un enorme talento, pero creo en lo que se conoce como la cultura rock, ese universo cinematográfico, literario, beat, bohemio, artista… Ahora mismo ya siento que son demasiados años en la profesión, estoy “institucionalizado” (dirían los presos), estoy hecho a esta cárcel de cristal; pero tengo aquella “genética”.
-El lugar de exposición que tenés provoca que se digan muchas cosas de vos y de tu música. ¿Qué te ofende?
-No puedo ofenderme por todo. Sé aceptar una crítica pero sé distinguir la epidemia de macaneadores, y la escalada de opiniones desaforadas. La gente esta enloquecida, limada… es increíble la cantidad de idioteces que la gente escribe o piensa. No creo lo que la gente opina de mi cuando son mentiras. Sencillamente no me lo creo. Por respeto al pueblo que me quiere y porque confío más en los músicos que me respetan.
-¿Te preocupa ser malinterpretado?
-Hasta Piazzola fue mal entendido; Pappo tenía más humor y más seriedad de lo que la gente pudo advertir… Me preocupa ser mal interpretado pero tengo mucha suerte; este protagonismo me desborda, pero me siento muy acompañado por mi pueblo y por los pueblos de América, también muy respetado y querido por mis colegas de gremio.
-Tener la certeza de que ahora mismo están esperando escucharte en la villa o en el country, tanto padres como hijos, ¿te genera una responsabilidad distinta?
-Este público nunca cumple años. Algunas veces parecen estar esperando las canciones que ellos eligieron para cantar, saltar, emocionarse; otras veces el silencio es emoción pura y un espacio para tocar bien. La pertenencia y que les pertenezcas, algo que empieza con la proliferación de radios semi-rockeras, o quizás con el fenómeno Redondito Ricotero, o lo que algunos llaman la “futbolización del rock”… El público mas rockero esta mas entrenado a escuchar cosas nuevas, solos de guitarra, saben distinguir un solo bueno y aplaudirlo… Siento cierta responsabilidad y al mismo tiempo me rebelo contra mis responsabilidades “popularistas”; y también siento gratitud.
-Un signo de los tiempos parece ser el cinismo. ¿Qué te tomás realmente en serio?
-A veces creo que hay que pasar de la ironía al cinismo; que la locura esta tan desatada e instalada que vivimos en un surrealismo no artístico. Que los valores están tan trastocados que hay que ponerse cínico como defensa y como ataque. Me preocupa un poco pensar que la opinión es mayormente reaccionaria, que se hable más en serio de futbol que de política, que los valores no sean los que aprendimos a conocer como valores… Espero que sea legítimo tomarse tan en serio la felicidad como la tristeza.

lunes, 14 de junio de 2010

RESEÑA: El tonel de las Danaides

Guillermo Alonso (más y mejor conocido como Coiffeur) está presentando su nuevo disco acompañado por un trío de cuerdas. No es un capricho: las canciones se lo pedían. Editado con el habitual cuidado del sello Estamos Felices, El tonel de las Danaides fue reseñado este mes para La Pulseada.

COIFFEUR: El tonel de las Danaides
Quizás el mismo Coiffeur abonó la confusión con su pseudónimo. El prejuicio indica que se trata de un ‘chico sensible’. Desde luego, es una parte ínfima de la verdad. Un reduccionismo algo malvado. Desde su aparición se reveló como un trovador acústico un poco punkie, de gran inventiva melódica. El toque elocuente de su guitarra criolla derribaba el prototipo indie, aunque ganara buena parte de su público en esas arenas. Ahora, en lugar de asegurar la cosecha, llevó su arte hacia terrenos inciertos. Y no es casual que esta reseña llegue unos meses después de la edición, porque el tercer disco de Coiffeur demanda suspender el vértigo cotidiano. Pide tiempo. Ya detrás del título hay un anhelo metafísico: las mitológicas Danaides condenadas a llenar con agua un tonel sin fondo. “Llevo días dentro de este cuerpo, sin nombre alguno”, canta, cuando el disco promedia y ya estamos viviendo en este puñado de canciones de cámara. Abstractas. Pop, si entendemos como pop a Paul Simon y Spinetta. Construidas alrededor de sus arpegios, las canciones están orquestadas con cuerdas, piano, los vientos más plañideros (oboe, corno inglés) y hasta el antiguo órgano philicorda. Al uso del trabajo de Robert Kirby con Nick Drake, Coiffeur convocó a Pablo Grinjot como arreglador para otorgarle una dimensión crepuscular a las piezas. Como si fueran cuadros. Claro que nada de esto es un mero capricho. Coiffeur hizo este disco como se debe: sin domesticar las canciones para la urgencia de la radio. Reconociendo la posibilidad de que, tal vez, el oyente de este disco ya murió o aún no nació. Como diría Fabián Casas, obedeciendo el dictado de la Voz Extraña.
Martín E. Graziano

VINCENT MOON: contacto en Francia

En febrero de este año, el creador de La Blogotheque pasó una temporada en Buenos Aires. Moon, que venía de filmar a artistas como Sigur Ros o Arcade Fire, no retrató en el país a la escena mainstream del rock local. Tampoco al indie del prestigio crítico. No: Vicent Moon se llevó pequeñas gemas de Tomi Lebrero, Pablo Malaurie, Onda Vaga y Soema Montenegro. Por esa razón, Graziano habrá sentido que valía la pena entrevistarlo. La nota, con la foto elocuente de Lula Bauer, se publicó en G7. Puede leerse en su sitio web.

miércoles, 9 de junio de 2010

MIGUEL ABUELO: buen día

En aquella oportunidad, Graziano había escrito este texto a partir de El paladín de la libertad, la biografía de Juanjo Carmona. Ahora, la excusa para recuperar esa nota (publicada originalmente en Rumbos) y volver a hablar de Miguel Abuelo, es el estreno de Buen día, día, el documental de Eduardo Pinto y Sergio Costantino. Si aun persisten, pueden leerla debajo.


TODO LO QUE ATA ES ASESINO

Por Martín E. Graziano

En el club Colegiales, de Munro, un boxeador hace sus primeras armas. Después de dos peleas ganadas sin problemas, una tercera, evidentemente adversa, precipita su retiro.
En Londres, hay un padre que bautiza a su hijo como Gato Azul.
En una discoteca de Mar del Plata, Charly García le arrebata la copa de champagne a otra estrella, que no tarda en pegarle soberbia cachetada. Cuando García está en el piso, le advierte: “no vuelvas a hacerlo porque te mato”.
En una noche nevada de Barcelona, un vagabundo duerme su sueño callejero en una caja de cartón.
En el centro porteño, un joven poeta llega a una pensión para realizar su objetivo desmesurado: escribir la “Historia Universal de la Realidad”. Sus nuevos compañeros lo reciben con entusiasmo, pero el poeta se pasea entre ellos sin dirigirles la palabra. Cuando llega a la puerta de su nuevo cuarto les muestra el culo.
En Ibiza, el cantante de la banda más popular enciende a la multitud. Cuando termina el concierto le dan las llaves de la ciudad. Mientras recibe el honor, puede ver desde el escenario la tapera marginal donde alguna vez lo arrestaron para echarlo del país.
En un amanecer de Santa Clara del Mar hay un viajero que compra los caracoles del niño sentado frente al mar. “¿Por este cuanto me hacés? ¿Y por este?”. Le paga $ 100 y se lleva todos.
En una clínica de Munro, un moribundo cuelga un letrero en la puerta de su habitación: “Sres: visitas, clientes, simpatizantes y atrevidos: Hemos tenido una muy mala noche, hagan el bien de obrar en consecuencia. Los amamos (aunque dudo que los soportemos)”.
La multitud de rostros es ilusoria. O no. Todas esas personas son Miguel Ángel Peralta. Más y mejor conocido como Miguel Abuelo.

LA BIOGRAFÍA
Ahora que ya está impresa, encuadernada y editada, y sobre todo, ahora que ya fue leída, embarcarse a investigar la vida de Miguel Abuelo para escribir su biografía parece una empresa razonable. Porque la curva narrativa de su periplo es tan expansiva, tiene tantos nudos, locaciones geográficas, amores, noches furtivas, triunfos demoledores y derrotas estrepitosas que su personaje central parece de verdad una invención literaria. Pero la cuestión es que Miguel Abuelo existió, dejando detrás una obra tan breve y vital como intermitente y desordenada. Y el otro punto a tener en cuenta es que, antes de que Juanjo Carmona escribiera El paladín de la libertad, se sabía más bien poco de todo esto. Sólo datos y canciones sueltas, sin historización ni camino andado. Ahí es donde entra Carmona: “Cuando decidí emprender la reconstrucción biográfica de su vida no imagine que me toparía con un personaje tan intenso e interesante. Se sabía muy poco de él. Todos los datos que figuraban en las enciclopedias o en los libros de rock eran contradictorios. A medida que comencé a investigar y fueron apareciendo todos esos matices de novela, la historia me fue atrapando cada vez mas y me obligo a querer reconstruir algunas escenas con mucha precisión”.
Pero más allá de los riquísimos e increíbles episodios de factura poética o patética, y a veces de ambas, el espíritu global del Abuelo es el que termina primando en el libro. La historia de quien no supo resignarse del todo a ser nada más que un poeta y prefirió, o no pudo dejar de, vivir como un poema. Un hombre con un apetito feroz por vivir, que pasó por este lado del jardín fugaz y hermoso como una flor. El paladín de la libertad se edifica sobre la sensación constante de estar corriendo detrás de algo, por momentos pisándole los talones y en otros intuido en la lejanía, que no deja de escaparse.
Carmona eligió contar la historia sin demorarse demasiado, vibrar la obra o hacer altos en el camino. Los testimonios de amigos, amantes, familiares y mecenas van pasándose la posta con una velocidad vertiginosa, tejiendo la trama desde su subjetividad, desde el costado del Abuelo que ellos pudieron, o él les permitió, conocer.
“Es curioso como se van despertando distintos sentimientos al momento de investigar sobre la vida de alguien -apunta el autor. Al principio estaba deslumbrado por su personalidad; luego uno consigue ser objetivo y ver con mayor claridad los aspectos oscuros de la personalidad del investigado. Por ultimo uno llega a considerarlo como un personaje atrapante, que no deja de ser de carne y hueso”.

EL VIAJE
Arranca en Capital el 21 de marzo de 1946, con buena estrella pero sin suerte. Su madre se enferma de tuberculosis a las pocas semanas de parirlo y tienen que mandarlo a un orfanato. El padre, bien gracias. A los genes maternos estoicos le suma el ripio del orfanato y sale un muchachito bravo y sensible. El propio Miguel explica: “En el reformatorio estuve hasta los cinco años y como era muy simpático, inteligente, divertido y lindo, me adoptó el director del colegio con su señora. Así estuve hasta los doce años, época en que comencé a vivir con mi mamá”.
Se convierte en el pibe más popular del barrio. Pasea por el box y enseguida despuntan las inquietudes artísticas, que lo acercan primero a las variedades del circo, luego al teatro, al folclore y, finalmente, a la literatura.
Después de un peregrinar mochilero por el país, recala en la pensión donde conviven buena parte de los náufragos de La Cueva, entre ellos el ideólogo hippie, poeta y periodista Pipo Lernoud. En una entrevista con el productor Ben Molar lo convencen para que produzca el debut de su grupo. El nombre de la banda es Los Abuelos de la Nada (una referencia a El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal), y cuenta entre sus filas con un jovencísimo Pappo. Graban un simple que, pese a su vuelo creativo, pasa inadvertido para el gran público, y se separan. Más tarde, y de la mano del sello Mandioca, Miguel logra impulsar una carrera solista que no prospera. El Abuelo canta cuando tiene ganas, se pierde en las noches de la ciudad y compone de acuerdo a sus propios parámetros, trazos que no hacen otra cosa que alejarlo del profesionalismo. Al desencanto con su entorno le suma una deserción al ejército y ya son pesadas las razones para poner proa hacia Europa.
La década europea de Miguel Abuelo no sólo es mágica y misteriosa: es carne viva en su afán desesperado de búsqueda. “En aquellos años –relata Carmona-, Miguel anda de un lado a otro sin dejar demasiados rastros ya que no tiene una carrera profesional, y eso dificultó mucho la investigación”. Vive en mansiones y en casas de latón, de Paris, Londres, Ámsterdam o Barcelona. Es restaurador de muebles, músico callejero, padre licencioso, artesano, amante serial, presidiario y extraditado.
De la mano de Cachorro López, en marzo del ‘81 Miguel vuelve a la Argentina para dar marcha a la fanfarria. Funda una nueva versión de Los Abuelos de la Nada que, esta vez si, llega a la cima de la popularidad. Los nuevos Abuelos nacen para soltar el cuerpo de una nueva generación, más escéptica y hedonista que la de los setenta. Con un jovencísimo Andrés Calamaro en el otro polo de atracción, funcionan como banda sonora ideal, sacudiendo el polvo acumulado en los días de represión, apelando al goce sensual con altura poética.
De todos modos, esa estrella de seis puntas no resiste demasiado el peso de personalidades musicales tan disímiles. Muchos componen, muchos cantan. La formación original graba tres discos de estudio y cumple su ciclo. Hay una última encarnación menos valorada y, en el medio, Miguel se despacha con Buen Día, día, su primer y único LP solista. Ya una enfermedad, entonces desconocida, lo está trabajando. Y va a matarlo. El 26 de marzo de 1988 Miguel Ángel Peralta deja de respirar.
Es esa la historia que viene a contar El paladín de la libertad. Poniendo, de paso, algunas cosas en su lugar. Por ejemplo que, a pesar de no tener método ni disciplina artística, Miguel Abuelo es mejor letrista que Spinetta, García y Solari. Para determinar que, en el plano histórico de nuestro rock, es ciertamente menos importante que estos tres (el Abuelo, como dijo Andrés Calamaro, “es un lujo para sibaritas”). Que, musicalmente, su aporte es de menor espesor que su poética, aunque en la piel del intérprete haya logrado un canon formidable. Porque la carga dramática que impone su voz de juglar, legado de una educación teatral apasionada y dispersa, puede fulminar. Y que baste sino, escuchar el “Himno de mi corazón”. Por allí, Gustavo Álvarez Núñez, poeta y periodista, acierta: “La canción contiene esa elocuencia eterna de los salmos, ese fraseo sosegado y clarividente que retoma fuerzas ancestrales. Abuelo la canta como si fuera una persona en otro estadio de la existencia, lejos de nosotros”.
Entonces viene la imagen de Miguel cantando el “Himno de mi corazón” en el festival Rock & Pop, donde un proyectil alcanza su rostro, lastimándolo bajo el ojo. El Abuelo canta y la sangre mana, ‘enrojeciendo los versos’. Como siempre.