miércoles, 9 de junio de 2010

MIGUEL ABUELO: buen día

En aquella oportunidad, Graziano había escrito este texto a partir de El paladín de la libertad, la biografía de Juanjo Carmona. Ahora, la excusa para recuperar esa nota (publicada originalmente en Rumbos) y volver a hablar de Miguel Abuelo, es el estreno de Buen día, día, el documental de Eduardo Pinto y Sergio Costantino. Si aun persisten, pueden leerla debajo.


TODO LO QUE ATA ES ASESINO

Por Martín E. Graziano

En el club Colegiales, de Munro, un boxeador hace sus primeras armas. Después de dos peleas ganadas sin problemas, una tercera, evidentemente adversa, precipita su retiro.
En Londres, hay un padre que bautiza a su hijo como Gato Azul.
En una discoteca de Mar del Plata, Charly García le arrebata la copa de champagne a otra estrella, que no tarda en pegarle soberbia cachetada. Cuando García está en el piso, le advierte: “no vuelvas a hacerlo porque te mato”.
En una noche nevada de Barcelona, un vagabundo duerme su sueño callejero en una caja de cartón.
En el centro porteño, un joven poeta llega a una pensión para realizar su objetivo desmesurado: escribir la “Historia Universal de la Realidad”. Sus nuevos compañeros lo reciben con entusiasmo, pero el poeta se pasea entre ellos sin dirigirles la palabra. Cuando llega a la puerta de su nuevo cuarto les muestra el culo.
En Ibiza, el cantante de la banda más popular enciende a la multitud. Cuando termina el concierto le dan las llaves de la ciudad. Mientras recibe el honor, puede ver desde el escenario la tapera marginal donde alguna vez lo arrestaron para echarlo del país.
En un amanecer de Santa Clara del Mar hay un viajero que compra los caracoles del niño sentado frente al mar. “¿Por este cuanto me hacés? ¿Y por este?”. Le paga $ 100 y se lleva todos.
En una clínica de Munro, un moribundo cuelga un letrero en la puerta de su habitación: “Sres: visitas, clientes, simpatizantes y atrevidos: Hemos tenido una muy mala noche, hagan el bien de obrar en consecuencia. Los amamos (aunque dudo que los soportemos)”.
La multitud de rostros es ilusoria. O no. Todas esas personas son Miguel Ángel Peralta. Más y mejor conocido como Miguel Abuelo.

LA BIOGRAFÍA
Ahora que ya está impresa, encuadernada y editada, y sobre todo, ahora que ya fue leída, embarcarse a investigar la vida de Miguel Abuelo para escribir su biografía parece una empresa razonable. Porque la curva narrativa de su periplo es tan expansiva, tiene tantos nudos, locaciones geográficas, amores, noches furtivas, triunfos demoledores y derrotas estrepitosas que su personaje central parece de verdad una invención literaria. Pero la cuestión es que Miguel Abuelo existió, dejando detrás una obra tan breve y vital como intermitente y desordenada. Y el otro punto a tener en cuenta es que, antes de que Juanjo Carmona escribiera El paladín de la libertad, se sabía más bien poco de todo esto. Sólo datos y canciones sueltas, sin historización ni camino andado. Ahí es donde entra Carmona: “Cuando decidí emprender la reconstrucción biográfica de su vida no imagine que me toparía con un personaje tan intenso e interesante. Se sabía muy poco de él. Todos los datos que figuraban en las enciclopedias o en los libros de rock eran contradictorios. A medida que comencé a investigar y fueron apareciendo todos esos matices de novela, la historia me fue atrapando cada vez mas y me obligo a querer reconstruir algunas escenas con mucha precisión”.
Pero más allá de los riquísimos e increíbles episodios de factura poética o patética, y a veces de ambas, el espíritu global del Abuelo es el que termina primando en el libro. La historia de quien no supo resignarse del todo a ser nada más que un poeta y prefirió, o no pudo dejar de, vivir como un poema. Un hombre con un apetito feroz por vivir, que pasó por este lado del jardín fugaz y hermoso como una flor. El paladín de la libertad se edifica sobre la sensación constante de estar corriendo detrás de algo, por momentos pisándole los talones y en otros intuido en la lejanía, que no deja de escaparse.
Carmona eligió contar la historia sin demorarse demasiado, vibrar la obra o hacer altos en el camino. Los testimonios de amigos, amantes, familiares y mecenas van pasándose la posta con una velocidad vertiginosa, tejiendo la trama desde su subjetividad, desde el costado del Abuelo que ellos pudieron, o él les permitió, conocer.
“Es curioso como se van despertando distintos sentimientos al momento de investigar sobre la vida de alguien -apunta el autor. Al principio estaba deslumbrado por su personalidad; luego uno consigue ser objetivo y ver con mayor claridad los aspectos oscuros de la personalidad del investigado. Por ultimo uno llega a considerarlo como un personaje atrapante, que no deja de ser de carne y hueso”.

EL VIAJE
Arranca en Capital el 21 de marzo de 1946, con buena estrella pero sin suerte. Su madre se enferma de tuberculosis a las pocas semanas de parirlo y tienen que mandarlo a un orfanato. El padre, bien gracias. A los genes maternos estoicos le suma el ripio del orfanato y sale un muchachito bravo y sensible. El propio Miguel explica: “En el reformatorio estuve hasta los cinco años y como era muy simpático, inteligente, divertido y lindo, me adoptó el director del colegio con su señora. Así estuve hasta los doce años, época en que comencé a vivir con mi mamá”.
Se convierte en el pibe más popular del barrio. Pasea por el box y enseguida despuntan las inquietudes artísticas, que lo acercan primero a las variedades del circo, luego al teatro, al folclore y, finalmente, a la literatura.
Después de un peregrinar mochilero por el país, recala en la pensión donde conviven buena parte de los náufragos de La Cueva, entre ellos el ideólogo hippie, poeta y periodista Pipo Lernoud. En una entrevista con el productor Ben Molar lo convencen para que produzca el debut de su grupo. El nombre de la banda es Los Abuelos de la Nada (una referencia a El banquete de Severo Arcángelo, de Leopoldo Marechal), y cuenta entre sus filas con un jovencísimo Pappo. Graban un simple que, pese a su vuelo creativo, pasa inadvertido para el gran público, y se separan. Más tarde, y de la mano del sello Mandioca, Miguel logra impulsar una carrera solista que no prospera. El Abuelo canta cuando tiene ganas, se pierde en las noches de la ciudad y compone de acuerdo a sus propios parámetros, trazos que no hacen otra cosa que alejarlo del profesionalismo. Al desencanto con su entorno le suma una deserción al ejército y ya son pesadas las razones para poner proa hacia Europa.
La década europea de Miguel Abuelo no sólo es mágica y misteriosa: es carne viva en su afán desesperado de búsqueda. “En aquellos años –relata Carmona-, Miguel anda de un lado a otro sin dejar demasiados rastros ya que no tiene una carrera profesional, y eso dificultó mucho la investigación”. Vive en mansiones y en casas de latón, de Paris, Londres, Ámsterdam o Barcelona. Es restaurador de muebles, músico callejero, padre licencioso, artesano, amante serial, presidiario y extraditado.
De la mano de Cachorro López, en marzo del ‘81 Miguel vuelve a la Argentina para dar marcha a la fanfarria. Funda una nueva versión de Los Abuelos de la Nada que, esta vez si, llega a la cima de la popularidad. Los nuevos Abuelos nacen para soltar el cuerpo de una nueva generación, más escéptica y hedonista que la de los setenta. Con un jovencísimo Andrés Calamaro en el otro polo de atracción, funcionan como banda sonora ideal, sacudiendo el polvo acumulado en los días de represión, apelando al goce sensual con altura poética.
De todos modos, esa estrella de seis puntas no resiste demasiado el peso de personalidades musicales tan disímiles. Muchos componen, muchos cantan. La formación original graba tres discos de estudio y cumple su ciclo. Hay una última encarnación menos valorada y, en el medio, Miguel se despacha con Buen Día, día, su primer y único LP solista. Ya una enfermedad, entonces desconocida, lo está trabajando. Y va a matarlo. El 26 de marzo de 1988 Miguel Ángel Peralta deja de respirar.
Es esa la historia que viene a contar El paladín de la libertad. Poniendo, de paso, algunas cosas en su lugar. Por ejemplo que, a pesar de no tener método ni disciplina artística, Miguel Abuelo es mejor letrista que Spinetta, García y Solari. Para determinar que, en el plano histórico de nuestro rock, es ciertamente menos importante que estos tres (el Abuelo, como dijo Andrés Calamaro, “es un lujo para sibaritas”). Que, musicalmente, su aporte es de menor espesor que su poética, aunque en la piel del intérprete haya logrado un canon formidable. Porque la carga dramática que impone su voz de juglar, legado de una educación teatral apasionada y dispersa, puede fulminar. Y que baste sino, escuchar el “Himno de mi corazón”. Por allí, Gustavo Álvarez Núñez, poeta y periodista, acierta: “La canción contiene esa elocuencia eterna de los salmos, ese fraseo sosegado y clarividente que retoma fuerzas ancestrales. Abuelo la canta como si fuera una persona en otro estadio de la existencia, lejos de nosotros”.
Entonces viene la imagen de Miguel cantando el “Himno de mi corazón” en el festival Rock & Pop, donde un proyectil alcanza su rostro, lastimándolo bajo el ojo. El Abuelo canta y la sangre mana, ‘enrojeciendo los versos’. Como siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario