martes, 22 de febrero de 2011

MOSKA: Muito / Pouco

Editados por Random Records, acaban de salir a la cancha los dos discos nuevos de Paulinho Moska. Un lanzamiento simultáneo que Graziano reseñó para la Rolling Stone de febrero.


MOSKA- Muito / Pouco
Kevin Johansen, que ama las paradojas, dice que Paulinho Moska es un ‘carioca melancólico’. Más allá de la boutade, la definición tiene bastante de cierto. De hecho, desde la edición de Tudo novo di novo (2003) hasta aquí, Moska estrechó sus lazos con los templadistas del Río de la Plata. Fueron siete años donde -tras finalizar su contrato con EMI- liberó su proceso creativo, actuó, fotografió y hasta tuvo su programa de TV. Lentamente comenzó a trabajar en un disco pop pero, en el camino, descubrió que aquellas canciones desnudas que tocaba en su casa eran otra cosa. Otro disco. Ahí mismo aparecieron las ventajas de ser independiente y siguió adelante por los dos caminos. En Muito, ofrece su elocuencia melódica apoyado en una banda con oficio y sellando su alianza con los miembros de Bajo Fondo. Sin embargo, el as en la manga es Pouco. En ese disco Moska va directo al hueso, desvistiendo con placer un puñado de canciones preciosas. Los duetos con Pedro Aznar, Chico Cesar y el propio Kevin, son pura psicodelia cotidiana. Mística de la mañana, de la playa y de los hijos.
Martín E. Graziano

miércoles, 16 de febrero de 2011

ESTELARES: el gabinete de la canción

Después de una década de trabajo en las sombras, la banda de Manuel Moretti saltó las vallas del under y alcanzó la popularidad. El año pasado rubricaron su momento con Una temporada en el amor, conciertos repletos y hasta un compilado de grandes éxitos. Para la revista Rumbos, Graziano los entrevistó y armo esta nota. Desde luego, una nota que para los iniciados sólo es introductoria. Aquí está.
EL CORAZÓN SOBRE TODO

Por Martín E. Graziano

La justicia poética, un viejo problema. Por ejemplo: durante toda una década, una banda de rock es un secreto entre iniciados. Sin embargo, sus canciones no son un ejercicio para minorías, sino vehículos populares que trafican con emociones verdaderas. Son canciones hermosas y sensibles que, sin claudicar ni un poco de su honestidad, quieren comunicar. Pero los oídos del público están en otro sitio y la banda sigue tocando en los bares esas canciones perfectas para todos que disfrutan unos pocos. Eso es una paradoja. Y eso era Estelares.
Recién en 2003, con la salida de su tercer disco Ardimos, algo pareció cambiar. Producido por Juanchi Baleiron (Pericos) y con el apoyo de Popart, Estelares ajustó algunas tuercas para su pop-rock de aliento lírico. Tenían un as en la manga: Manuel Moretti no sólo era una gran usina compositiva, sino un cantante con resto y convicción. Por su parte la banda ya estaba a punto caramelo, con Víctor Bertamoni (guitarra), Pali Silvera (bajo) y Carlos Sánchez (batería) en pleno dominio de sus facultades. Finalmente, a caballo de hits imbatibles como “Ella dijo” y “Un día perfecto”, Sistema nervioso central (2006) logró saltar las vallas del underground y Estelares empezó a jugar en primera.
El año pasado, la edición de Una temporada en el amor confirmó su lugar en la grilla convocante de los festivales. El disco, una reflexión sobre el amor como construcción, abrió la paleta de colores expresivos y allanó el camino para un destino de clásico.
-Con esta perspectiva, ¿cómo creen que llevaron la transición de la banda de culto hacia el grupo popular?
PS: Si bien los artistas de culto tienen su valor en el hecho artístico, la realidad es que siempre quisimos comunicar a la mayor cantidad de personas que se pueda. Por suerte, la transición fue peldaño a peldaño y no nos costó. Nos acomodamos rápidamente porque nos enfocamos en lo nuestro: hacer canciones.
VB: Siempre buscamos satisfacer nuestras expectativas, y dentro de Estelares nos movilizan las artísticas. Las presiones externas también son bienvenidas, porque significa que no estamos solos en esto. Y esa presión es buena para cualquier artista.
-Pero, ¿se plantearon cómo resolver las expectativas generadas para el último disco?
MM: Si, por supuesto. Cuando empezamos a trabajar en Una temporada en el amor éramos muy conscientes de que estábamos armando el sucesor de un disco muy exitoso. Durante los primeros ensayos nadie decía nada, pero cuando nos pusimos a hablar estábamos un poco asustados. Ninguno dudó jamás de las canciones, pero si dudábamos sobre si este disco iba a sonar tanto como el anterior. Te ponés a carburar, pero finalmente nuestro oficio es componer, armar y grabar canciones. No podemos andar inventando algo raro: por ponerte a pensar no va a venir alguna cosa milagrosa que se te meta en la cabeza. No, la única manera en que lo vas a resolver es laburando, trabajando versos, estribillos y estructuras. De esa manera enfrentamos el disco y de esa manera lo resolvimos. Recuerdo como idea esa hermosa frase de Charly: “música es lo que das”.
-La cancionística de Estelares parece oscilar entre el rock de autor y la canción popular. ¿Cómo prefieren pensarlo?
VB: Somos un grupo de rock, pero admiramos y disfrutamos de todos los géneros musicales. Cuando una canción, un compositor o un intérprete, logra tocar una fibra popular se consigue algo muy valioso. Es como que se cierra un círculo y se abre un mundo perfecto. Por eso cualquier artista que encaje en esta situación nos va a despertar admiración. En nuestra amplitud de parámetros caben desde bandas de género como Lynyrd Skynyrd hasta pianistas como Horacio Salgán, que podría escuchar toda mi vida. También Sinatra, nuestro querido y admiradísimo Carlos Gardel, los Beatles, Kinks, Dylan, Neil Young y los cancioneros populares argentinos como Leonardo Favio, Sandro, Charly García, Spinetta, Páez, Calamaro, Pappo, Virus…
-Nombraban a Sandro y Leonardo Favio. ¿De dónde proviene el influjo de esos cantores populares?
MM: En mi caso, fue la primera música que escuché en mi vida. Pienso en Julio Iglesias, Roberto Carlos, Leonardo Favio, Nino Bravo, Nicola Di Bari. Música materna, claro, que se escuchaba todo el tiempo en mi casa. Lo que pasa es que todos estos cantantes tienen una relación con la melancolía y con la pérdida muy épica-romántica que es muy italiana, muy latina. Y yo soy Moretti, italiano de cabo a rabo. Me estoy dando cuenta que ese es el cantante que aparece en mi. ¡Es genético! Todo eso es la primera música que yo escuché. Ahí quedé. Y ahí seguimos.

EL OFICIO DE LA CANCIÓN
Aunque Moretti y Bertamoni son de Junín, las raíces hay que buscarlas en La Plata. En ese linaje paradójico de la ciudad racionalista y romántica, que permitió bandas como los Redondos, Virus y los Peligrosos Gorriones. En ese caldo de cultivo surgió Peregrinos y luego, de sus cenizas, Estelares. Extraño lugar (1996) fue un debut auspicioso para la crítica pero, después de Amantes suicidas (1998), la banda ingresó en un limbo. Demorado en las gateras burocráticas, Ardimos pasó un par de años en la sombra y la banda en estado en angustia.
-¿Cómo convivieron con todo ese desgaste?
VB: Estuvimos todo ese tiempo componiendo, haciendo demos, tocando poco pero periódicamente. Nunca dejamos de trabajar: primero con Seba Escofet, luego con Juanchi Baleiron. Nos marcaron rumbos, apoyaron nuestra propuesta y la hicieron crecer. Nos dieron ánimo y grandes empujones. El presente estelar es una consecuencia de aquellas épocas de trabajo en la intimidad de salas de ensayo y estudios caseros, de debates en bares y preguntas sin respuesta. Siempre con fe, sabiendo que hacia algún lugar íbamos.
-Muchas canciones del repertorio actual remiten a épocas difíciles, como los éxodos del 2001. ¿Por qué en un gran momento mirar hacia esos momentos de pérdida?
MM: Porque está muy bien saber de dónde venimos. Son canciones muy fuertes y fundacionales que aunque hablan de conflictos y todo, siempre están llenas de luz. Pienso que es como estar en el mejor momento y justamente por eso ir y hacerle un juicio a los militares, a los genocidas. Esto no es más que una revisión de canciones que se volvieron a imponer porque tenían mucho para decir. De hecho, acá están y la gente devuelve.
-El mejor arte, ¿nace del dolor o la pérdida?
MM: No, para nada. El mejor arte nace de la investigación y la manifestación de la honestidad sensible. Yo suelo tomar algunas líneas psicoanalíticas, y puede ser tristeza o puede ser dicha, pero el motor es el deseo. A veces estás en función de dicha, a veces estás en función de pérdida. Pero siempre se trata de un artista intentando traducir su espíritu, cifrarlo en algo, sea una película o una canción. Sobre todo, debe ser bastante honesto con la realidad que está viviendo. Si está lleno de mierda, va a tener que dar mierda…
-Sin embargo, si uno es feliz, no escribe canciones y se dedica a vivir esa dicha.
MM: Entiendo perfecto. Pero en mi caso, tengo una necesidad básica y tiene que ver con la forma en que se manifiesta el oficio. El oficio no tiene que ver con la tristeza ni con la dicha. El oficio es hacer el ejercicio porque si no me agarra neurosis y me siento mal. Hay algunos tipos a los que por ahí no les pasa nada, pero hay una parte mía que empieza a decir: ‘boludo, ponete las pilas’. En mi caso el ejercicio del oficio incluso me hace sentir más contenido. Es un mecanismo natural.
-Las canciones de Manuel siempre fueron muy personales. ¿Cómo se las apropia la banda?
VB: La primera vez que escuche a Manuel cantar alguna de sus canciones me conmovió. Supe que, además de un gran cantante, ahí había un compositor. Sentí que había que trabajar esas canciones y llevarlas lo más lejos posible. Claro que en aquel momento teníamos mucho que aprender, tanto Manuel como compositor, yo como guitarrista y la banda toda. Pero ya existía la semilla de alguien que intentaba algo, que emanaba canciones reales y construía un mundo poético-musical. Había melodías que tenían que ser oídas.

martes, 8 de febrero de 2011

ANA TIJOUX: rap del exilio

La MC franco-chilena es acaso una de las mejores rappers de Latinoamérica. 1977, su segundo disco como solista, es un ajuste de cuentas con su propio pasado que le valió tanto los elogios de Thom Yorke como las ediciones por todo el globo. A fines de 2010 estuvo por Argentina y parece que Graziano aprovechó la oportunidad para entrevistarla. Parte del diálogo se publicó en G7 y, ahora, también aquí.
RAP DEL EXILIO

Por Martín E. Graziano

Para bien y para mal, la historia de Ana Tijoux está enlazada con la historia de Chile, su país. Cuando comenzó la dictadura de Pinochet, sus padres no tuvieron más remedio que refugiarse en Francia. Ana nació allí en 1977, y pasó su infancia y buena parte de su adolescencia en las calles de París con los hijos de otros exiliados y refugiados del mundo. Así, mientras en su casa giraban los vinilos de Víctor Jara, Viglietti y Chico Buarque, Ana empezaba a identificarse con la rabia de esos muchachos que rapeaban en Do the right thing, de Spike Lee.
Como sucedió con otras familias en el exilio, cuando volvió la democracia a Chile sus padres decidieron emprender el retorno para apoyar el cambio. Ya en Santiago, Ana se fue vinculando con la incipiente movida del hip hop chileno. En 1997 formó Makiza que, junto a Tiro de Gracia, fue la punta de lanza para el rap chileno de la década. Muy pronto se destacó con su flow implosivo y unos textos notables de caladura poética. Ana Tijoux, lo supieron todos, tenía algo distinto. Naturalmente, se largó sola con Kaos (2007) y el año pasado puso todas las cartas sobre la mesa. 1977, editado recientemente en Argentina por PopArt, es un disco soberbio que le valió los elogios de la prensa internacional y hasta de Thom Yorke. Una movida arriesgada que, de algún modo, es un ajuste de cuentas con su pasado.
¿Por qué sentiste la necesidad de hacer este disco ahora?
Es una reafirmación de identidad. No es estrictamente autobiográfico, pero es un disco muy reflexivo. Estuve con una banda muchos años, y posta que en una banda es muy difícil encontrar quien es uno. Es muy difícil tratar de no cumplir las expectativas ajenas, porque hay que conciliar y negociar. Pero también es sano quebrar, porque es parte del proceso de un músico matar su propio ícono. Puede sonar ególatra, pero 1977 fue como hablarme a mi misma y decir ‘esta soy yo’. Como estaba cumpliendo sólo expectativas personales, juré que me iba a gustar a mí, nomás. Pero tuvo mucho más bombo y caja de lo que pensaba.
Tus canciones pueden ser muy autobiográficas y descarnadas. En ese sentido, ¿tenés un límite?
No me lo he planteado. Uno tiene que asumir que cuando se empelota, el equilibrio es delicado. Y no sé hasta cuanto me empeloto todavía. Muchas veces me han dicho que no tengo que exponerme tanto, pero es parte esencial de lo que hago. Si no, pierde el sentido. Pa’ mi, por lo menos.
Violeta Parra hizo de esa exposición su arte. Y vos, justamente, grabaste temas de ella en clave hip hop. ¿Qué significa Violeta para vos?
Es fundamental. Violeta es la persona más punk y rapera que conozco. A medida que fui descubriendo su trabajo me di cuenta que no hay persona más sincera, imperfecta y humana. Pero hay una imagen muy errada con respecto al rol del músico: se supone que tiene que ser simpático, amable. No, ¡un músico tiene que ser real! Si no, pasa al santificado y se momifica. A mí me gusta ver a Chico Buarque sudando, casi llorando. Por eso me gusta tanto el rap: empezamos a tocar porque necesitábamos decir algo, gritar, sudar, expresar. Y el rap tiene un lenguaje de lo inmediato, de lo no esperado, lo imperfecto y finalmente lo humano.
El hip hop es una cultura que nació en otra realidad. ¿Cómo llegaste a sentirla propia?
En el ’91, un grupo francés que se llama Supreme NTM, hizo un tema que se llamaba “Le monde de demain”. Decían algo muy bacán en forma muy irónica: “que suerte vivir en Francia: igualdad, fraternidad…”. Y en el fondo lo que decía era ‘métanselo por el orto’. Yo de papá chileno y el otro que era hijo de argelino, encontrábamos la desigualdad que había y sentíamos lo mismo. Digo que no se trata de que el hip hop nació en el Bronx, porque lo que lo cruza al género no es el país: es la rabia, el descontento, la necesidad.

viernes, 4 de febrero de 2011

RESEÑA: fogón anarco-peronista

Para el primer número de Rolling Stone en 2011, Graziano reseñó el segundo disco del Conjunto Falopa. Aquí está el texto que, en la versión online de la revista, generó una polémica -más bien discreta- entre los lectores.
CONJUNTO FALOPA- Cancionero para un fogón anarco-peronista.
La alianza autoral entre Pablo Marchetti (director de Barcelona) y el guitarrista Federico Marquestó acaba de perpetrar el segundo disco de Falopa. Una noticia atendible partiendo de la tapa que, con caricaturas de Alfredo Sábat, homenajea a la legendaria CantaRock. Luego, ya en el booklet, empiezan por recapitular la historia de la canción anarco-peronista. Didácticos, ubican el mojón inicial en un anónimo del siglo XVIII (el improbable “Áspero chorizo”) y siguen su pista hasta “Si yo soy así”, de Ricky Espinosa. En esa tradición viene a inscribirse su propuesta, apoyada en la lírica de Marchetti y el ensamble dirigido por Marquestó. Guitarras de la Guardia Vieja del tango, capaces de poner en diálogo milonga y cumbia con candombe y un madrigal como “Tuquitas”, que cierra el disco a puro barroco. Por allí, el bandoneón de Pablo Mainetti aporta su matiz en “Color decepción”, donde el cantor se esfuerza por alcanzar versos de caladura metafísica. Verbigracia, “pintarse la cara color esperanza / y pintarse el orto color decepción”.

Martín E. Graziano

jueves, 3 de febrero de 2011

SERGIO PUJOL: inconsciente colectivo

La editorial Emecé acaba de publicar Canciones Argentinas (1910-2010), el nuevo libro del historiador y crítico platense. Una antología ensayística llena de vitalidad, capaz de encontrar nuevos caminos y desandar la historia social de un país. Graziano lo entrevistó cuando el libro aún guardaba el calor de la imprenta. Una parte del resultado se publicó en G7.
INCONSCIENTE COLECTIVO

Por Martín E. Graziano

Desde hace un buen tiempo, Sergio Pujol viene haciendo un trabajo tan silencioso como fundamental. Con paciencia de artesano, el historiador y ensayista platense se dispuso a reparar ausencias de la cultura musical argentina: tejiendo los relatos dispersos y, sobre todo, intentando descifrar la trama. Así, con rigor y espíritu narrativo, empezó a saldar deudas. Por ejemplo, contando la historia del jazz local (Jazz al sur) y los devaneos de la contracultura durante el Proceso (Rock y dictadura), pero también haciéndose cargo de las biografías definitivas para personajes medulares como María Elena Walsh, Discépolo y Atahualpa Yupanqui.
Ahora, el anuncio de su nuevo libro parecía un recreo para el melómano. Sin embargo, Canciones argentinas (1910-2010) es cosa seria. Se trata de una antología ensayística, que viaja desde el tango orillero de Villoldo hasta Lisandro Aristimuño, pasando por el canon (Gardel, Yupanqui, los Expósito, Leguizamón/Castilla, Nebbia, Spinetta, García) y algunos hitos de excepción. La tarea no fue fácil. Pujol procuró articular el inconsciente colectivo a través de su mirada. Pero vaya si salió airoso, apoyado en su propio vuelo y el hilo subterráneo que enlaza todas estas canciones: la historia social de nuestro país.
¿Qué forma te interesaba trabajar para el libro?
Este es el libro de un oyente. Un oyente puesto a crítico y todas las cosas que intento hacer cruzando disciplinas: crítico literario, antropólogo, musicólogo y siempre historiador. También está el juego libre del ensayo donde, como decía Adorno, siempre tiene que aparecer algo nuevo. Uno se tiene que dejar llevar por el ensayo, y por eso es que no es un libro muy metódico. Una de las formas de definirlo es que es una historia no sistemática de la canción argentina.
¿Con qué dificultades te topaste en la selección?
El criterio fue combinar lo estadístico con lo personal. Entonces por un lado hice una pre-selección y luego entró mi criterio, aunque está muy claro que el libro no es mi canon personal. Es un libro que inevitablemente tiene una cierta vocación historiográfica: hay una trama subterránea que une. Por eso que se impuso un orden cronológico y mi deseo más o menos secreto sería que la gente lea el libro de la primera a la última página.
¿Qué les permite a las canciones ese tráfico cultural tan abundante?
Es un artefacto cultural indestructible, que ha atravesado invicto los tiempos y sobrevivido a los cambios tecnológicos. Las canciones son como un segundo lenguaje, un abecedario. De alguna manera, uno se explica a sí mismo a través de las canciones, y el hecho de que se pueda establecer un vínculo tan íntimo con solo tres minutos es fundamental. Una película o una novela necesitan todo un desarrollo, en cambio en las canciones -si bien pueden ser narrativas- lo más interesante no pasa por ahí. En esa relación de sinergia entre la música y la letra, lo que encontramos es una emoción condensada.
Desmenuzaste las 140 canciones más relevantes de la historia de este país. ¿Comparten alguna cualidad esencial?
No creo que exista un paradigma de canción argentina, pero me parece que la elocuencia melódica atraviesa casi todo el cancionero. Si nos detenemos en los grandes momentos, lo más probable es que sean momentos de una gran perfección melódica: “Alfonsina y el mar”, “Sur”, “El otro cambio, los que se fueron”, “El anillo del Capitán Beto”, “Tumbas de la gloria”. En la Argentina se ha logrado un buen equilibrio entre texto y música, aunque hay canciones que son bellísimas y un poco pobres desde el punto de vista literario. Sin embargo siempre está allí la melodía y, tal vez, un cierto ethos melancólico. Habría que ver, pero a lo mejor las canciones de todo el mundo cumplen esa función reparadora. Como decía Discépolo: ‘una canción popular es el drama de uno padecido por todos’. Es una buena definición.

martes, 1 de febrero de 2011

ONDA VAGA: la ley del fogón

Su relato de fundación tiene toda la mística para convertirse en leyenda: mitología del Polonio, guitarras acústicas y un repertorio imbatible. Con su primer disco esas canciones se convirtieron en hits espontáneos y después de editar Espíritu salvaje, llenaron el Teatro Coliseo sin publicidades. Graziano los entrevistó para G7, y el texto puede leerse por aquí.