viernes, 28 de diciembre de 2012

PRÓLOGO

Unos meses atrás, revisando el voluminoso archivo de Graziano en los medios, noté que buena parte de ese material merecía una publicación menos restringida. Tanto para el escarnio de los críticos como para el elogio inmaduro de la plebe. Tracé un plan para su edición y salí en busca de Graziano. Su proverbial ostracismo hizo que resultara imposible acercarme con la propuesta. No encontré correos, direcciones ni teléfonos donde ubicarlo. Sin embargo, logré ponerme en contacto con el periodista Sebastián Benedetti, que compartió la autoría de Estación Imposible, su opus dedicado a la revista Expreso Imaginario. Con su elegancia habitual, Benedetti me persuadió para ponerme en marcha: ‘no le de pelota, Villareal: haga lo que se le cante’. Estos son los primeros resultados.

FUERA DE RADAR

A comienzos del año, Graziano fue convocado por la revista NAN para escribir un recuadro. Todo parece indicar que el pedido era bastante específico. Sin embargo, nuestro periodista aprovechó el espacio para irse un poco por las ramas. Aquí está el resultado.

FUERA DE RADAR

Por Martín E. Graziano

Hace unos días me prestaron Just kids, el libro que Patti Smith le dedica a su amigo Robert Mapplethorpe. Me puse a hojearlo y terminé devorándolo en un par de sentadas. Aún cuando eran unos fugitivos en el charco de la miseria neoyorquina, Patti y Mapplethorpe eran dos artistas arrolladores, capaces de desafiar el establishment desde su habitación pulgosa del Chelsea. Y si algo queda claro de entrada, es lo siguiente: que Patti Smith se haya vuelto universalmente conocida como cantante de rock es una circunstancia. Mucho antes de siquiera imaginarse en un escenario, la muchacha dibuja y pinta, toma fotografías, trenza collares, escribe poesía. Luego, casi accidentalmente, encuentra que el canto es un vehículo directo al corazón. Que, a mediados de los ’70, la música rock conservaba cierto poder revulsivo.

Todavía suspendido por la gravitación del libro, me puse a buscar algunas fotos de Patti y Mapplethorpe juntos. Me inquietó notar que la imagen de esos dos artistas, entonces contraculturales, ahora parecía una publicidad de Levi’s. Que treinta años después, la dictadura del marketing había vampirizado sus rasgos más superficiales para convertirlos en producto. Amigos, ya no busco a Patti por allí: como es una verdadera artista, hace mucho que está en otro sitio. “En otra canción”.

La revelación me permitió entender mejor aquello que ya sabía. Que había vivido desde que, quince años atrás, empecé a sentirme más desafiado por un disco de Liliana Herrero que por –digamos- el último de Los Piojos. Intuitivamente, comenzó una busca que fraguó mi nueva sensibilidad como periodista. Desde luego, pensé que estaba más o menos solo: no era así. Entre otras cosas, porque toda una generación de trovadores rioplatenses y exiliados del rock, ya estaba en el camino asimilando los folklores, la trova latinoamericana, el tango, el jazz y la música académica. Mirando hacia adentro y desactivando los lugares comunes para hacer su propia canción.

El tesoro que encontraron estaba, por supuesto, fuera del radar. Incluso para la prensa del rock, ese establishment involuntario donde se dictamina qué debe ser la cultura joven. Los cancionistas del Río de la Plata no sólo no tienen look, sello o gadjets tecnológicos. Tienen más de treinta y, en ocasiones, usan lenguajes viejos para decir cosas nuevas. Estructuras que los periodistas, formados como críticos sólo con discos de rock, no alcanzan a dilucidar. Entonces, quizás con culpa, suelen ser incorporados en algún nicho como el de los cantautores indie sensibles o alguna de esas huevadas. Una forma de neutralizar a esta generación que pone en crisis su status quo.

Personalmente, si ser joven es asistir a un festival donde se homenajea a Spinetta (aunque nadie lo escuchó) y un galán de moda hace cuernitos frente al banner de Claro, prefiero ser viejo. I’m not there.