martes, 25 de agosto de 2009

RESEÑA: Ese impulso superior

Esta es la reseña que Graziano escribió sobre el disco de Florencia Ruiz y Ariel Minimal, editado durante 2008 por Azione Artigianale. Publicada en La Pulseada, rescatar la reseña es una excusa para volver a escuchar el disco.


RUIZ/MINIMAL: Ese impulso superior
El círculo de artistas agrupados alrededor de Azione Artigianale -la cofradía pergeñada por Ariel Minimal y su grupo Pez-, siempre es una garantía. Su campo de gravitación ahora captó a Florencia Ruiz, una de las cantautoras más prolíficas y personales de la escena alternativa. La admiración mutua, la humildad y las ganas proyectaron este trabajo a dúo. Dada la naturaleza de la colaboración, gestada entre los pliegues de proyectos grupales y solistas paralelos, algún desprevenido podía esperar un trabajo despojado. No es el caso, tratándose de dos minuciosos artesanos de la canción. Además del evidente peso ético, aquí se impone un discurso musical sólido. Muy lejos del artista indie que desafina y simula su técnica rudimentaria detrás de un supuesto afán iconoclasta, Ruiz y Minimal no escatiman nada. Hay una instrumentación generosa y sanguínea al servicio de canciones honestas, arregladas con pericia y una saludable pincelada de excentricidad. Desde los arranques progresivos hasta la preciosa zamba “El mirlo”, pasando por el aliento spinetteano presente en “Por su propio peso”. Minimal, todo un caballero, cede el comienzo del disco a Ruiz, que pasea su feminísima sensibilidad como un hada pequeñita, poniendo su voz engañosamente amable al frente. Con el correr de las canciones el álbum equilibra las dos personalidades que, hacia el final, logran confundirse. Por sobre todas las cosas, Ese impulso superior respira emoción y un respeto casi zen por la música. Definitivamente, esta gente no toca en vano.

Martín E. Graziano

SGT. PEPPER: si, sargento

Si, sabemos que el aniversario que nos ocupa por estos días es el de Abbey Road. Pero hemos encontrado en el archivo un artículo de Graziano sobre Sgt. Pepper que, si bien probablemente no aporte demasiado, es una buena puerta de entrada. Se publicó en la revista Rumbos, durante junio de 2007.

















Club de Corazones Solitarios
Hace exactamente 40 años los Beatles editaban Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. El mundo estaba cambiando y ellos, en buena medida, tenían la culpa.

Por Martín E. Graziano

“Mi intención ahora es distorsionarlo todo. Tomar una nota y romper esa nota y ver qué tiene adentro”. Eso solía andar diciendo Paul McCartney a fines del ‘66, como un genio enloquecido por una frase que no paraba de dar vueltas en su cabeza. El talento y la honestidad de John Lennon se habían hecho fuertes como robles y George Harrison exploraba su conciencia con enseñanzas orientales. Ringo andaba por allí, como un cable a tierra discreto. Los Beatles estaban ingresando en su cenit, conjugando como nadie su popularidad unánime con una audacia artística inédita. El mundo había caído rendido a sus pies, y ya habían quedado detrás las quemas de sus discos que la Norteamérica más conservadora se encargó de foguear. Las noticias que entonces llegaban desde el otro lado del Océano ahora eran buenas. Unos pocos meses antes, Brian Wilson y sus Beach Boys habían redoblado la apuesta de los Beatles grabando su clásico Pet Sounds. Los Beatles asumieron el gesto como un elegante desafío. El futuro era, es, el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band.

DONDE EMPIEZA
Empezar por agosto de 1966, cuando la banda más grande del planeta planta el último acorde de un memorable concierto en San Francisco. Lo sabrán después, casi enseguida, lo saben quizás antes de terminar: no tocarán nunca más en vivo, al menos con público. La histeria colectiva y los aún rudimentarios sistemas de sonidos impedían que John, George, Paul y Ringo pudieran escucharse. Pero, sobre todo, empezaban a comprender que aquello que procuraban lograr en el estudio de grabación no podía ser trasladado al vivo, y la idea de simplificar el arreglo no cabía en su nueva concepción de la canción.
En noviembre entraron una vez más al estudio, decididos a ir lo más lejos posible. Desde que pusieron un pie en Abbey Road tenían en mente que todo debía ser diferente, y no sólo a lo que ellos habían hecho previamente. Diferente a todo lo conocido sobre la faz de la Tierra. Así se lo repetían una y otra vez al ingeniero de grabación Geoff Emerick: “La banda nos incentivaba para que rompiésemos las reglas establecidas y la idea era que cada instrumento no tenía que sonar como el instrumento que era. Tenía que sonar diferente, a otra cosa. A partir de entonces, todos venían y me preguntaban si podía hacer sonar su bajo como el de Paul o su batería como la de Ringo y yo les contestaba que sí, que era muy fácil: bastaba con llamarlos por teléfono y ver si Ringo o Paul estaban dispuestos a tocar en sus discos”.
George Martin se puso manos a la obra y, 700 horas de 129 noches después, cerraban el último surco del disco y abrían, lo sabrán después, casi enseguida, lo saben quizás antes de terminar, otro capítulo en la historia de la música popular.


BUEN DÍA, SGT. PEPPER
En junio apareció en todo el Reino Unido. El país entero se dispuso a escucharlo como si se tratara de la llegada del hombre a la luna. Los detractores más aguerridos señalaron que no podía tratarse de las composiciones de esos veinteañeros sin conservatorio, que todo tenía que ser una farsa. El Sgt. Pepper trepó al cielo de los rankings y llevaba piedras preciosas.
Dos ansiosos meses después, el disco llegaba a las disquerías argentinas. Las avanzadas periodísticas y la fama justificada que el cuarteto ya ostentaba en nuestro país posibilitaron que durante los primeros quince días, sólo en Buenos Aires, se vendieran 40 mil ejemplares del disco. El impacto cultural alcanzó fuerza física y dejó marcas indelebles. Para Almendra, Los Gatos, Manal y Los Abuelos de la Nada el disco era una puerta abierta, invitando para salir a jugar.
Imposible olvidar la imagen de Jorge Luis Borges engañado por su sobrino, que lo puso frente a “She’s leaving home” sin advertirle de qué se trataba. A falta de su prejuicio como mecanismo de defensa Borges admitió, con lágrimas en sus ojos ciegos, haber quedado enternecido.
El arte entraba en la vida de las personas como nunca antes, con potencia protagónica, vanguardia y amabilidad cotidiana. El escritor Rodrigo Fresán recuerda con precisión: “alcanza una entrada de piano y un rasgueo de guitarra entre silbidos y aplausos que se desvanecen para recordar a mi padre llegando a casa con una flamante copia del disco Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Y lo que más me impresionó entonces fue la cubierta del disco. ¿Quiénes eran todas esas personas? ¿Qué hacían allí?”.

ESA TAPA
Peter Blake y Robert Fraser fueron los encargados de llevar adelante la idea de los Beatles como una banda de entretenimiento, con una multitud a sus espaldas. Los artistas apuraron a los Beatles, preguntándoles a quién les gustaría tener entre su público en un concierto imaginario. John no dudó un segundo: Jesús, Hitler y Mohandas Karamchand Gandhi. Por razones diferentes (Gandhi objetado por la grabadora; suficientes problemas habían tenido con eso de “somos más grandes que Jesucristo”; y Hitler llegó al estudio pero no entró en el cuadro) ninguna de esas personalidades iba a quedar en la toma final. Por su parte George hizo una lista completa de sus guías espirituales indios. Paul sumó algunos artistas que lo movilizaban y a Ringo, como casi siempre, le daba lo mismo.
El fotógrafo elegido para la sesión fue Michael Cooper. Los Beatles llegaron a su estudio el 30 de marzo, luciendo rigurosos mostachos para la ocasión. Bebieron unos tragos, se cambiaron y comenzó todo. En ese collage vivo, quedaron retratados para siempre junto a escritores como Dylan Thomas y Lewis Carroll. Al lado de actores como Marlon Brando, Tom Mix y divas de la talla de Marlene Dietrich y Marilyn Monroe. No quedaron fuera Albert Einstein, Karl Marx y los músicos elegidos dieron una clave, trazando la geografía de sus intereses: el patrono country-rock Bob Dylan y el compositor contemporáneo Karlheinz Stockhausen.
El jovencito que se acercó al estudio con el arreglo floral preguntó si podía armar una guitarra con jacintos y le dijeron que si. La actriz Mae West dijo que no y, carta de los Beatles mediante, se arrepintió. El hijo del fotógrafo le puso su remera a la muñeca de Shirley Temple, que tenía estampado este saludo: “Welcome the Rolling Stones”. Click, click click. La sesión completa no duró más de tres horas y el resultado fue inmortal.
Sólo unos meses después los Rolling Stones editaron el subsidiario Their satanic Majesteis Request, que en su tapa devolvía gentilezas con los rostros pequeñitos de Lennon y Harrison entre las flores. Otros los imitaron y hasta Frank Zappa y sus Mothers of Invention satirizaron la portada para su.disco We’re only in it for the money (“En esto sólo por el dinero”).
Además, se trató de la primera funda de un disco que pudo abrirse como un libro, con más imágenes, datos y un detalle para nada menor: la aparición de las letras de sus canciones. Ahora era importante. Había cosas para decir y los Beatles querían hacerse entender.

CON UNA AYUDA DE LOS BEATLES
Desde este valle de tiempo, su aporte a la música popular puede ser mensurado con perspectiva. Y resulta avasallador. Diego Fischerman, autor del libro Efecto Beethoven, lo explica: “En el camino, los Beatles habían sometido la composición occidental, identificada con la escritura, a dos desplazamientos: de la partitura al estudio de grabación y de la música llamada clásica al mundo de la canción pop”. Con Sgt Pepper’s, estos cuatro muchachos de Liverpool que habían crecido en una Gran Bretaña devastada por la posguerra, sin demasiada enciclopedia musical más que los discos que oían por radio, elevaban la canción de tradición popular a categoría de ARTE con mayúsculas. Y como si eso fuera poco, en lugar de alejar la música de los hogares y las calles, la acercaban, la metían dentro de la mesa familiar con todos sus cuestionamientos.
El LP ya no era una colección de canciones sueltas. Era una obra entramada con una cierta unidad conceptual y un mismo impulso estético. Las primeras tres piezas eran engarzadas al collar como la introducción al concierto de la Banda de Corazones Solitarios. Luego llegaba su cantante principal Billy Shears, interpretado por Ringo, para entonar “With a little help from my friends” y para cuando ingresaba Lennon con “Lucy in the sky with diamonds” todo se desmadraba. Hoy se recuerda como una curiosa casualidad la coincidencia de las iniciales del título (LSD) con las del ácido lisérgico, pero entonces adquiría proporciones de leyenda o código privado. No mucho más tarde, el propio John Lennon señaló que estaba inspirada en un dibujo de su hijo Julian, en el que una compañerita de colegio (Lucy) estaba en el cielo rodeada de piedras preciosas.
“She’s leaving home” sacaba polaroids de la brecha generacional; en “Being for the benefit of Mr. Kite!” se puede oler el aserrín de la arena del circo; en “Within you without you” las tablas, sitar y voz somnolienta de Harrison daban la vuelta al Río Ganghes.
Cerca del tramo final, se retomaba la idea inicial. La banda agradecía la presencia de todos nosotros y esperaba que hayamos disfrutado el show. Lennon se reservaba “A day in the life” para el epílogo. Luego del piano estruendoso y las cuerdas arrebatadas venía un silbido de ultrasonido, insoportablemente audible para los perros, y los Beatles bromeando hacia atrás y hacia delante. Fin del disco. Algo había cambiado.
Aún esperaban otros discos fascinantes, pero estaban llegando al borde de su camino. Como apunta Bob Spitz, en su gigantesca biografía: “Como individuos, John, Paul, George y Ringo estaban creciendo; como Beatles, comenzaban a separarse entre ellos”. Decía en el disco: “Un tiempo espléndido está garantizado para todos”. Nunca pudimos siquiera dudarlo.

lunes, 17 de agosto de 2009

NICK DRAKE: ecos de una sombra

Un rescate que, acaso, ni siquiera valga la pena. Se trata de uno de los primeros textos publicados por Graziano. Como mínimo, es pueril e inmaduro. Pero acusa cierto candor que lo redime. Un artículo más bien breve sobre Nick Drake, publicado originalmente en la revista Extrema y luego reformulado para la web del Expreso Imaginario.



Nick Drake
Ecos de una sombra


“Él marcha solo, infatigable,
encarcelado en su infinito,
como un fantasma que buscara un cuerpo”.
Octavio Paz. El desconocido.





Por Martín Graziano

La conjetura es inútil; Nick Drake no era la clase de hombre capaz de cumplir 55 años. Ese tiempo ha transcurrido entre su nacimiento en Birmania y mi mano escribiendo estas palabras. Él perdura en algunas fotografías, en ninguna filmación, en los recuerdos grisáceos y fragmentarios de quienes lo vieron (¿quién pudo conocerlo?), en las voces de la montaña, en el viento, la luna rosa, y sobre todo, en cuatro discos maravillosos e irremplazables.
Five leaves left (1969), Bryter Layter (1970), Pink moon (1972), y el póstumo Time of no reply (1974) son su legado. La música grabada allí es bella en el sentido más atemporal de la palabra, pues si bien se reconocen los influjos de los bluesmen del Delta y del folk más trascendente, el impacto emotivo que genera en quien la escucha es el mismo hoy, como lo será dentro de mil años.
En realidad, la principal influencia musical en la obra de Nick Drake no es otra música, es el entorno rural de la laberíntica mansión de sus padres en Tanworth-In-Arden, es el ‘arte de Dios’(como definió Sir Thomas Browne a la naturaleza). Aquella casona de ladrillo rojo y piedra, bautizada Far Leys y construida a principios del siglo XX, tenía un extenso jardín trasero que se fundía con las colinas y se perdía de vista. En ese lugar al sur de Birmingham se estableció la familia Drake desde que Nicholas tenía 4 años, y de algún modo, ese ‘long green grass’ de la campiña inglesa sería a sus canciones lo que el páramo a la literatura de Juan Rulfo, o la pampa para Borges.
Por allí leo sobre la primera impresión que dejaba en quienes lo conocían, aquella que tenía que ver con su ‘increíble elegancia’ y claro, con su altura. Nick Drake medía 1, 90 mts. También sabemos que estudió literatura inglesa en la Universidad de Cambridge, donde conoció la poesía de los simbolistas franceses y el sabor somnoliento del hachís.
Tiempo más tarde, y ya en Londres, el sello Island lo cobijó entre sus artistas. Eran quizás los años más inquietos del siglo, y Drake prefería permanecer apoyado contra una pared, para ver pasar a los hombres corriendo. Ajeno a los días, el papel que ocupa entre sus contemporáneos es el de un fantasma, y no resulta extraño escuchar que ‘mientras más se lo escucha, más se duda de su existencia’.
En 1969 graba el irrefutable Five leaves left. Un año después se edita Bryter Layter, y aún cuando la producción persevera en no hacerle justicia, el disco brilla como un corazón encendido. Y si acaso estas grabaciones son un tanto inaccesibles para alguno, es necesario advertirlo sobre Pink moon y sus inmensas salas deshabitadas. El último disco en vida de Nick Drake es un permiso de 28 minutos para entrar a su cuarto. Vertiginoso y austero hasta el silencio, Pink moon se abre a un paso del abismo.
En febrero de 1974, entró por última vez a un estudio para grabar las canciones de su futuro disco. De aquella sesión quedaron cuatro piezas desoladoras, y el retazo de un diálogo con el ingeniero de sonido: -“Nick, estás teniendo problemas con las palabras...” –“Si, no puedo pensar en palabras. No siento ninguna emoción respecto de nada. No quiero reír ni llorar. Estoy insensible, muerto por dentro”.
Como ‘el desconocido’ de Octavio Paz, Drake llevaba por máscara su rostro. Con el pecho demasiado desnudo, no podría convivir por mucho tiempo con nosotros. Como si acaso fuera consciente del peligro, en “Fly” pedía: “Please give me a second grace / please give me a second face”.
La hipersensibilidad poética que genera una pregunta como “can you understand a light among the trees?” , lo secaría más temprano que a cualquiera. Ese mismo interrogante (¿podés entender lo que hace la luz entre los árboles?) me trae una analogía probable con aquella escena de American Beauty, cuando el vecino freak le muestra a su amada una de sus filmaciones caseras: minutos y minutos de una bolsa arrastrada por el viento, en el preámbulo de una tormenta inminente.
Hacia el final de sus días, Drake regresó a la casa de sus padres. Un psiquiatra le había prescripto antidepresivos alegando que se trataba de un caso de depresión interna, sin causas externas concretas. Un amigo declaró: “Estaba muy distante. Se fue alejando y alejando hasta que simplemente desapareció”. Podemos adivinarlo entonces, sentado frente a una ventana, con los ojos posados sobre el melancólico jardín inglés de Far Leys, ‘ensimismado en su árida pelea’. Una noche de noviembre, escuchando los conciertos de Brademburgo de Bach, se recostó y murió.
Si operamos con el mismo método utilizado por Stephen Albert en “El jardín de senderos que se bifurcan” hallaremos alguna clave para descifrar la obra de Nick Drake. En ningún verso de toda su discografía utiliza la palabra que quiere decir soledad, y sabemos que el tema lo trabajó intensamente. ¿Cómo se explica entonces esta omisión? Quizás la obra de Nick Drake sea una enorme adivinanza o parábola, cuyo tema es la soledad; “esa causa recóndita le prohíbe la mención de su nombre”.
“Nací para amar a nadie,/ para que nadie me amara./ Sólo el viento y la larga hierba verde,/ la escarcha en un árbol roto./ Nací para amar la magia,/ para conocer todos sus prodigios,/ pero todos ustedes perdieron la magia/ hace muchos, muchos años”.(fragmento de “I was made to love magic”)

viernes, 7 de agosto de 2009

GARCÍA: la pólvora

Un evento extraño. Graziano se ha comunicado con nosotros. Alguien deslizó un sobre por debajo de la puerta en mi domicilio. Se trata de un texto reciente de nuestro periodista, probablemente muy menor y anecdótico, pero urgente. Aquí está.


A fines de los ’30, Borges sufrió un accidente que lo dejó a pasos de la muerte, bailando con una septicemia delirante. El infortunio –el golpe con la arista de una ventana, para ser precisos- fue relatado bastante más tarde en “El sur”. Durante su penosa convalecencia, Borges se preguntó si acaso habría perdido sus facultades como escritor. La única manera de obtener una respuesta fue obligándose a verter un cuento. No un ensayo, no un poema. Un cuento. Se puso manos a la obra y rubricó “Pierre Menard, autor del Quijote", un relato analítico, preciso como un bisturí, que manifestó rotundamente la prevalencia del oficio. Borges conservaba sus facultades. Después vinieron las musas desaforadas y el narrador alcanzó su cenit, pero esa confirmación fue vital.
Hace alrededor de un año, Abelardo Castillo me contó una experiencia análoga. Tuvo lugar cuando acababa de poner el punto final a Crónica de un iniciado, la novela en la que había volcado todo hasta sentirse vaciado. “Sentí que no iba a poder volver a escribir –me dijo Castillo-. Y me obligué, de alguna manera, a escribir un cuento que es “La cuestión de la dama en el Max Langhe”, que no tenía nada que ver ni con Crónica de un iniciado y ni siquiera con mis ganas de escribirlo. Lo único que tenía era la idea del cuento: un hombre que mata a su mujer mientras se supone que está jugando una partida de ajedrez en presencia de todo el mundo. Incluso lo escribí directamente en la computadora, cosa que es muy rara. En realidad, lo hice para sentir que podía escribir”.
Lo que me lleva, invariablemente, a Charly García. Desde hace unos minutos escucho una y otra vez “Deberías saber por qué”, la canción que escribió después del colapso y durante su estadía en el vaporoso sueño fármaco. Acaso no sea su mejor canción. Acaso ni siquiera sea una de sus buenas canciones. No lo se. No me importa. Pero allí están sus facultades: su sexto sentido melódico, el oficio para diseñar un concepto, la honestidad. La pólvora no se mojó. García puede escribir, puede cantar, puede componer. Es una noticia emocionante. Brindemos por él, por las canciones que vendrán y, sobre todo, por nosotros. Estamos vivos.

jueves, 6 de agosto de 2009

RESEÑA: Bruma de abril

Poco después de la edición del nuevo disco de Estela Magnone, Graziano publicó su reseña para La Pulseada. Si la información es correcta, fue hacia fines del año 2007. Aquí la reproducimos.

ESTELA MAGNONE: Bruma de abril
Tras un prolongado silencio discográfico, una de las artistas más representativas de la música uruguaya volvió a grabar. Y, merced al interés de Acqua, a editar en nuestro país. Magnone pertenece a la generación que encauzó su arte y sus anhelos en el Canto Popular de fines de los ’70, entroncado en la tradición iconoclasta que forjaron artistas como los hermanos Fattoruso y Eduardo Mateo, resistiendo culturalmente al sitiado de la dictadura. Trabajó con referentes como Galemire, Cabrera y Lazaroff, integró grupos como Travesía y Las Tres, pero recién en 1993 publicó su único disco solista: Vals Prismático. Hasta esta Bruma de abril. Este retorno se sostiene no sólo musical, sino afectivamente, junto a la familia y los amigos como aliados. Jaime Roos -que fuera pareja de Magnone- se encarga de la producción artística, y sus sobrinos, los tres hermanos Ibarburu, tocan casi todo en el disco. Como indicaartistas m discogr, Sylvia Meyer. la proverbial modestia del temperamento oriental, los Ibarburu hacen que suene amable aquello que es definitivamente complejo. La instrumentación elegida, rica pero equilibrada en los colores otoñales, acuerda con el piano y el canto evocativo y sutilísimo de Magnone. En el plano compositivo, predominan las piezas propias, aunque en ocasiones tome la palabra el fantasma de Mateo y por allí haya un guiño a Armando Manzanero en el hermoso bolero “Que te olvide”. Las letras manejan la misma temperatura, deslizándose por los cuartos del amor entendido como sensación compleja y plena de matices. Desde el querer agradecido y silencioso hasta la nostalgia que brilla, apagada, en los objetos cotidianos. Bruma de abril es un retrato íntimo, casi impresionista, de la canción uruguaya contemporánea entendida por una mujer valiente.

Martín E. Graziano

JUANA MOLINA: imperio interior


Apenas unas semanas después de la edición de Un día, su último disco a la fecha, Juana Molina tuvo el infortunio de ser entrevistada por Graziano. El reportaje fue tapa de la revista TDI, que ilustró la nota con una saga fotográfica imperdible de Nora Lezano. Aquí está el puente directo a ese trabajo. Y aquí.

martes, 4 de agosto de 2009

CANCIONISTAS: del Río de la Plata

Desde hace un par de años, Graziano viene asistiendo al nacimiento y desarrollo de una escena. Hay quienes aseguran que estaría tramando un libro sobre el asunto, y no sería para nada extraño. El título tentativo que circula es, justamente, Cancionistas del Río de la Plata. En esta ocasión, armó una nota para la revista Rumbos alrededor de Pablo Dacal, Tomi Lebrero, Jano Seitún (aka Alvy Singer) y Pablo Grinjot. Las imágenes pertenecen a Lula Bauer, acaso la fotógrafa que mejor y más de cerca retrata los fervores de esta generación. Se publicó hacia fines de 2008.


LA ERA DEL SONIDO
Entre la trova popular y los saberes académicos, una generación de músicos busca una nueva forma de expresarse. Trascendiendo el rock, los estilos puros y las tecnologías, esta es la música del nuevo siglo.

Por Martín E. Graziano

Esto no es noticia, pero no está de más apuntarlo desde el comienzo. Algo bueno está pasando en la música popular argentina. En nuestro país, durante mucho tiempo tanto el rock, el tango como el jazz y el folklore establecieron distancias, amén de algunas uniones fructíferas y a diferencia del Brasil o del Uruguay, donde todo se fusionó muy rápida y saludablemente dando lugar a la MPB (Música Popular Brasilera) o al Canto Popular uruguayo.
Aquí y ahora, de a poco y al margen de los grandes medios y los festivales sponsoreados, algunos músicos locales vienen dando forma a una nueva cancionística, de sensibilidad popular y factura artesanal. Inequívocamente regional y permeable a todos esos géneros, cantándole a estos tiempos que corren en donde el rock parece haberse transformado en el nuevo Club del Clan.
Dentro de esta nueva cancionística conviven muchas estéticas. Sin embargo, un grupo de artistas ha elegido un camino similar: se trata de algunos cantautores que, a la manera de las orquestas típicas de la primera mitad del siglo pasado, eligieron acompañarse por ensambles acústicos. Nada de electricidad. Hablamos de músicos educados en conservatorios y, a su vez, trajinados emocionalmente en los circuitos de música popular. Es decir, gente que sabe de arreglos y partituras y, no por eso, deja de tener como referentes a Yupanqui, Brassens, Charly García, Eduardo Mateo o Carlos Gardel.
Uno de ellos es Pablo Grinjot, que desde el 2003 comenzó a patear escenarios al frente de su orquesta, la Ludwig Van. Alguna vez, revisando una agenda de conciertos, se encontró con otro Pablo al frente de otra orquesta. “Teníamos la posibilidad de enfrentarnos o de amigarnos –dice Pablo Dacal, líder de la Orquesta de Salón-. Decidimos amigarnos”.
Paralelamente, dos viejos amigos habían investigado por senderos similares, cada uno por su lado. Así Tomi Lebrero formaba su Puchero Misterioso y Jano Seitún se rebautizaba como Alvy Singer para armar su propia Big Band. “En el caso de Jano, yo estaba dentro de la cocina y viceversa –recuerda Tomi-. Pero cuando vi en vivo las orquestas de Dacal y Grinjot me impactaron muchísimo. Como decimos nosotros, se nos generó una responsabilidad”.
Al poco tiempo, los cauces se fueron encontrando y decidieron cristalizar la unión con un Ciclo de Cantautores con Orquesta, realizado en el 2005 en el teatro Margarita Xirgu y repetido dos años más tarde en el IFT. La elección de teatros no era en absoluto casual, pues desde el vamos los artistas privilegiaron los matices de sus composiciones y la menor cantidad de amplificación posible. O sea, mientras menos micrófonos, mejor.
“Primero hicimos aquel ciclo juntos, que fue la excusa para conocernos –se sincera Grinjot-. Después armamos la revista Inalámbrica, que fue casi un manifiesto. Y al final todo eso derivó en algo mucho más valioso que es la amistad, porque la verdad es que si algo somos es amigos. Y ha sido una ganancia muy importante”.

LAS ORQUESTAS
Veamos. Más allá de los evidentes puntos de contacto en el formato canción, las propuestas tienen personalidades disímiles. Pablo Dacal apela a los chansoniers y al cabaret alemán de entreguerras para delinear su propia mirada sobre el asunto, que él mismo prefiere llamar ‘expresionista’. Alvy Singer pone el acento en el swing, emparentando su propuesta con el hot-jazz y el fox-trot. En el caso de Grinjot, su Ludwig Van es una variación de cámara sobre la milonga y los ritmos rioplatenses y, con su bandoneón, Lebrero empuja inevitablemente hacia el primer tango, aunque el Puchero Misterioso no tema meterse hasta en el hip-hop y la murga con un sostenido aliento humorístico.
Desde luego, las distancias estilísticas pueden ser una ilusión y, a fin de cuentas, sus músicas están en permanente búsqueda. “Ni siquiera es que no nos interesan los géneros puros –dice Singer-. Directamente no podríamos abordarlos, porque no sería honesto. En todo caso, nos interesa despertar cierta curiosidad en el que escucha. Ciertas ganas de comprarse un disco de la gente a la que nosotros estamos mirando, como el Cuchi Leguizamón o Fernando Cabrera o el que sea”.
En las propuestas de cada uno, se impone entonces una composición honesta –donde entra más en juego el bagaje popular- y una orquestación laboriosa y detallista. Pablo Grinjot, que como casi todos pasó por la docencia y fue músico de orquestas clásicas, observa: “la academia te nutre de elementos quizás más complejos, y es típico del recién egresado ser muy rebuscado en el lenguaje. Tal vez es una falta de poder de síntesis, a lo mejor alentada por el exhibicionismo. Finalmente uno debe encontrar que todo eso que quiso aprender tiene un fin más noble: la creación”.
En el anhelo de Dacal, Lebrero, Grinjot y Seitún late, sobre todo, la idea de poder articular los sentimientos de su generación. De las personas que tienen una sensibilidad parecida y quedan por fuera de las agendas juveniles. No es arriesgado observar que, justamente, por estar en los intersticios de varios géneros no encuentran cabida en los medios. O por no vestirse de tal o cual manera. “En realidad, es una tribu –asegura Dacal-, pero nadie le puede poner nombre porque no nos teñimos el pelo de negro. ¡Capaz que nos falta un diseñador!”.

ASESINATO DEL ROCK
El año pasado, en la Biblioteca Nacional, se realizó la demorada 2º edición del ciclo Aquí, allá y en todas partes. Habían pasado más de 40 años de la primera versión, en donde se habían reunido los fundadores del rock argentino. Esta vez, en lugar de unir a Nebbia, Lernoud, Javier Martinez, Del Guercio y otros pioneros con los actuales dueños de la corona rockera, se invitó a artistas como Pablo Dacal y Grinjot, entre otros representantes de la nueva cancionística. En esa oportunidad, Dacal leyó un alegato titulado “Asesinato del Rock”, que comenzaba diciendo generacionalmente: “el rock ya no nos representa”. El mítico periodista Miguel Grinberg decidió adjuntarlo a la última edición de Como vino la mano, un libro cabal para entender el comienzo y desarrollo del rock en Argentina. “No sé qué nombre puede llegar a tener, pero está aflorando una nueva música hecha por una generación que nació bajo el influjo del rock, pero que lo trasciende –dijo Grinberg en una entrevista reciente-. Chicos que se permiten instrumentar temas para 12, 13, 15 músicos. Se está incubando la música de ahora, que no es una versión de la música de los ’60, ’70 u ’80”.
Con aquel manifiesto, Dacal parecía estar sugiriendo el cierre de un círculo y, quizás, la apertura de otro. “Me interesa pensarnos como rupturistas –afirma Pablo-. Igual me parece que estamos recién en el albor de algo, porque todavía no lo veo conformado. Creo que, en todo caso, lo mejor son los próximos diez años”.
Si bien todos reivindican a artistas provenientes del rock, ninguno se considera rockero como quien se pone una camiseta. En mayor o menor medida, tanto Lebrero y Dacal, como Singer y Grinjot absorbieron su cultura por gravitar en su área de influencia o por mero gusto y placer. Sin embargo, alejados del estereotipo de celebridad saturada que señaló Peter Capusotto con su personaje Pomelo, y en batalla contra los egos –comparten escenarios, canciones, y músicos-, parecen ubicarse voluntariamente por fuera. “Nosotros por ahí nos ponemos en una posición radical y nuestra propuesta refuta algunas verdades del rock –se anima Grinjot-. Como por ejemplo el impacto del volumen, aunque todos hayamos disfrutado de bailar en una fiesta o escuchar fuerte en una reunión”.
Hacia el final, Dacal vuelve a tomar la palabra: “esta es música del nuevo siglo. Nosotros miramos el rock, pero nuestra visión es, si se quiere, mucho más federalista y abarca todo el país y la región. Miramos a Atahualpa, al tango y a Oscar Alemán… porque ¿cómo puede ser qué estemos presos de un término y no poder salir para otro lado? Es verdad, el rock fue una ruptura social muy importante: se sacaron la gomina, se empezaron a vestir con colores. Pero ahora, que ya todos tenemos colores y nadie usa gomina ¿para dónde habría que ir?”. Eso, ¿para dónde?

lunes, 3 de agosto de 2009

DARNAUCHANS: la noche de los sonidos


En junio de 2008, la revista mexicana Gatopardo publicó una crónica biográfica sobre el trovador uruguayo Eduardo Darnauchans. La firmó nuestro estimado Graziano que, si bien discurrió más contenido de lo habitual, no pudo con su temperamento barroquista y se mandó algunas de las suyas. Se las perdonamos. Pero hasta ahí.La crónica completa puede leerse en el sitio web de Gatopardo. O sea, aquí.

LLINÁS: el director (primera parte)


En abril de 2008, durante las jornadas del Bafici, Graziano asistió al estreno de Historias Extraordinarias. No sabía -no podía saber- que no sólo se trataba de un acontecimiento de caladura histórica, sino que además esa película iba a hacer mella sobre él. Esta es la primera mitad de la entrevista con Llinás, que publicó poco después en las páginas de la revista TDI.




MARIANO LLINÁS
La Cámara Lúcida
Su última película, Historias Extraordinarias, está llamada a ser un hito en la cinematografía de nuestro país. Dura más de cuatro horas y fue rodada en 16 ciudades del interior y hasta Mozambique. Costó poco más de 30 mil dólares. Estrenada en el último Bafici, fue la favorita del público y los jurados locales. Director crítico y con espíritu poético, la lucha de Llinás es la del cine como mecanismo de exploración vital.

Por Martín E. Graziano

Había algunos indicios. Primero Balnearios, su largometraje anterior, que había establecido un parámetro de su estética y de su humor desde el registro de un falso documental. Luego su activa participación en Opus, de Mariano Donoso, y en El amor (primera parte), donde había apuntalado su trabajo como productor, ajeno y hasta encolerizado con las tribulaciones del INCAA. Pero, sobre todo, sus declaraciones al calor de una entrevista, donde Mariano Llinás había dicho: “encontraré mi propio límite como director. Estoy peleando la batalla final, y me voy a jugar la vida”. Lo que nadie esperaba, acaso ni siquiera los pocos que ya reconocían su obra, es que Llinás emergiera con una película como Historias Extraordinarias.
Para el estreno del film se pautó la última edición del Bafici, y El Pampero Cine -su productora- se dirigió hacia ese deadline absolutamente contrarreloj. “Eso fue bueno, porque obligó a clausurar –reconoce hoy, Llinás-. Si no, podría seguir filmando la película toda la vida”. Historias Extraordinarias se terminó de editar el día antes de su primera función. Ni en sus planes más remotos, Llinás había imaginado que su segundo largo iba terminar durando más de cuatro horas. “¡Tampoco estoy loco!”, se ríe.
Antes del absurdo de una sinopsis, ahí va un detalle para nada menor: si bien parece una superproducción, la película se hizo con poco más de 30 mil dólares. Son tres relatos centrales con la llanura de la provincia de Buenos Aires como escenario y personaje omnipresente. En la mirada del director, esa planicie gentil adquiere dimensión de tierra secreta, donde se erigen como tótems los monumentos demenciales que el arquitecto siciliano Salamone dispersó por 16 ciudades del interior. Decenas de relatos adyacentes, infinidad de recursos fílmicos y un soundtrack con una cumbia impresionista como leit-motiv. Road movie. Policial metafísico. Comedia y melodrama. Una secuencia con soldados alemanes y prisioneros ingleses, otra en Mozambique y un hombre común atrapado por su voluntad en un hotel. Un triángulo amoroso, un viaje iniciático por el Río Salado y un mapa del tesoro. Interpretados por el mismo Llinás y sus amigos y co-equipers Agustín Mendilaharzu y Walter Jacob, los protagonistas no tienen nombre ni voz. Si bien hablan, en toda la película jamás se escucha su decir. Una astuta voz en off recorre la trama de punta a punta.
Después de más de cuatro horas dentro de la sala, Historias Extraordinarias devuelve al mundo con un fervor extraño. Permanece en el cuerpo una gravitación que la película se encargó de imponer. Uno siente que en cada esquina late algo por ser descubierto. Uno quiere salir a la ruta. Uno vuelve a creer que vale la pena aventurarse. Uno –lo sabemos después, casi de inmediato- ha sido conmovido. Se trata realmente de una experiencia, intelectual y espiritual, si, pero hasta física. En algún punto, es casi una celebración. Y colectiva, según se encargará de aclarar a lo largo de la charla Llinás que, como cabía esperar, es un hombre apasionado.
-Pareciera que en esta película volcaste todas tus inquietudes, que fue una manera de vaciarse. ¿Cómo te sentís, más allá de la satisfacción?
-Siento alivio, porque francamente fue muy grande el esfuerzo de la película. Me tomó la vida por completo durante dos años. Fue mucho desgaste, porque había riesgos y peligros nuevos en todo momento. Cuando el rodaje terminó y hubo que empezar a editar, me generó mucho miedo. Estaba muy tenso con respecto a lo que podía pasar. Toda la gente había trabajado tanto y con tanto esfuerzo, y uno se siente responsable de eso. Sos medio el capitán de un barco. Por otro lado, yo sabía que en algún punto la batalla ya estaba ganada, que ya habíamos viajado a través del mar, pero si la película no estaba buena… Entonces, el hecho de que haya funcionado bien me produjo mucho alivio. Y en principio, lo que creo que va a pasar ahora es que yo me consiga una vida.
-¿Dónde y cómo nació Historias Extraordinarias?
-Hubo un episodio epifánico. Yo atravesaba un problema amoroso, uno de esos momentos en que sentís que ese fin de semana no podés pasarlo en la ciudad. Entonces me tomé un tren a Azul. Porque si, arbitrariamente. Llegué a las tres de la mañana y amanecí en el Gran Hotel Azul tal como el personaje: abrí la ventana y vi esa plaza increíble. En fin, empecé a pasar el día ahí. Compré el diario, sin nada que hacer, y a la tarde decidí salir. Me habían dicho: ‘si vas a Azul, andá al cementerio. Hay algo raro. No se que hay, pero está bueno’. Entonces pregunté y me encaminé. Cuando llegué me topé con el cementerio de Salamone. ¡Completamente inesperado! Uhhhh, fue un sacudón enorme. La mezcla entre la rutina de ese hotel y la irrupción de lo fantástico y lo desmedido, esa anomalía encerrada en el terreno manso de la provincia… ahí se me armó la película. Lo digo ahora, aunque en ese momento no lo tenía tan claro. Pero ahí nació un espíritu.
-La película tiene un gesto literario. Un narrador contando por el mero placer de contar, donde importan las historias tanto como su voz ¿cuánto de premeditación hay en esa idea?
-Siempre me gustaron las películas que son capaces de llevarte en mil direcciones. En el caso de Balnearios, yo hablaba de un esquema de sueño. Cuando uno cuenta un sueño opera de manera fragmentaria: en el recuerdo conviven una serie de imágenes inconexas y luego uno les da unidad. Aquí la película les otorgaba cierto grado de conexión. Quería lograr eso en un relato más ordenado y de ficción, y me parecía que la voz en off podía ser un buen camino: escribir una novela mediante esa voz. Me interesaba el desafío de trabajar cierta forma de relato de la novela del siglo XIX. Eso es muy difícil, porque nadie quiere hacer una película así. De modo que nos propusimos trabajar desde un lugar más moderno, y ahí surgió la idea de que esa novela tenía que tenernos a nosotros como protagonistas. Ponerle el cuerpo para quebrar un poco la cuestión literaria. Que fuera una cosa muy inmediata, pero circundada por la idea de la gran novela y de la gran ficción.
-Leyendo tus posts sobre el rodaje, viendo las fotos del backstage y la película, es posible imaginar que el rodaje adquirió casi proporciones épicas ¿cómo se lo vivió?
-Esta es una película hecha, estrictamente, entre amigos. Su equipo técnico está conformado casi en forma exclusiva por directores de cine. Todos empujábamos y nos planteábamos los desafíos. Veníamos de trabajar juntos en muchos proyectos, así que lo planteamos como nuestra ‘gran avanzada’. Había un concepto que estaba desde el inicio y que era fundamental: así como el film tomaba a la aventura como uno de sus temas, la aventura misma tenía que ser parte del proceso de producción. Es decir, que el film viajara y tuviera sus aventuras era tan importante como lo que sucedía dentro de la película. A su vez, quería evitar el síndrome Werner Herzog, del capricho de un loco que empuja a los demás. Era fundamental que todo fuese hecho de manera artesanal y amistosa. Que si había que meterse en el barro nos metíamos, pero que hubiera una cuestión festiva en ese hecho.
-La película es una gran apuesta. ¿A favor y en contra de qué cosas?
-La respuesta es, y lo digo con mucho pudor, que la película es una apuesta a favor de la libertad. La libertad como posibilidad para el cine, todavía. Romper cierta idea del cine como una actividad que ya conoce su forma de producción al punto tal que no hace más que repetirla. Una disciplina que ya sabe todo sobre si misma. Descubrir que el cine todavía puede tener esa característica virginal, ese espíritu de exploración y descubrimiento entendido de la manera más legendaria. No solamente la relación entre el director y la cámara, sino el hecho de que hacer cine importe una cosa vital, física, no tan mediada por el dinero, la seguridad y ciertos estándares de calidad. Una actividad que todavía puede tener la vitalidad de la música o cierto teatro. Una inmediatez, cierta ligereza, y hasta la posibilidad del azar y del tránsito.


continuará...