Después del iniciático Uno una uno (Noseso Records), la cantora del Oeste acaba de editar su segundo disco. Graziano lo reseñó para Rolling Stone, para su número de junio.
SOEMA MONTENEGRO- Passionaria (Acqua Records)
Primero llega la voz. Una columna de aire negro que maravilla y mete miedo, en algún lugar entre Luzmila Carpio y Björk. Soema la utiliza combinando radicalmente técnicas de la música ‘culta’ (vibratos, melismas) con fatos de la tradición popular y hasta chamánica (sonidos guturales, gemidos, gritos). La revelación es que, además de sus facultades interpretativas, Soema es la autora de estas canciones. Por cierto, una compositora muy interesante. En Passionaria –su segundo y más equilibrado disco- hace un relevo metafísico del mapa folklórico, desde el rasguido doble hasta la milonga, pasando por el valsecito criollo, el huayno y la vidala. La producción de Juanito el Cantor no sólo es inteligente: es sensible. En lugar de máquinas con vencimiento, propone un contexto orgánico pero poco ortodoxo. Es decir, guitarras, contrabajo y percusiones, pero también pinceladas de extravaganza como la tuba en “Flores del desierto”. Por fortuna, nada suena a pastiche o world music. Esta es la música ancestral que pudo ser cantada en las cuevas de Altamira o en la Tokio radioactiva, mientras el mundo se hundía como el Titanic. Martín E. Graziano
Primero llega la voz. Una columna de aire negro que maravilla y mete miedo, en algún lugar entre Luzmila Carpio y Björk. Soema la utiliza combinando radicalmente técnicas de la música ‘culta’ (vibratos, melismas) con fatos de la tradición popular y hasta chamánica (sonidos guturales, gemidos, gritos). La revelación es que, además de sus facultades interpretativas, Soema es la autora de estas canciones. Por cierto, una compositora muy interesante. En Passionaria –su segundo y más equilibrado disco- hace un relevo metafísico del mapa folklórico, desde el rasguido doble hasta la milonga, pasando por el valsecito criollo, el huayno y la vidala. La producción de Juanito el Cantor no sólo es inteligente: es sensible. En lugar de máquinas con vencimiento, propone un contexto orgánico pero poco ortodoxo. Es decir, guitarras, contrabajo y percusiones, pero también pinceladas de extravaganza como la tuba en “Flores del desierto”. Por fortuna, nada suena a pastiche o world music. Esta es la música ancestral que pudo ser cantada en las cuevas de Altamira o en la Tokio radioactiva, mientras el mundo se hundía como el Titanic. Martín E. Graziano
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