EL BARDO ORIENTAL
Es uno de los cantautores históricos de su país. Aún así, recién ahora empieza a ser conocido por aquí. Era hora.
Por Martín E. Graziano
Esto no es sólo un buen comienzo para la nota. No, esto también está sucediendo: Fernando Cabrera baja del barco que lo trae desde Montevideo con la guitarra al hombro. Luego se dispone a tomar una cerveza en un bar cerca de Retiro, porque en un par de horas tiene que partir rumbo a Santa Fe. El hombre está de buen humor. Cabrera se acaba de enterar que Liliana Herrero y Fito Páez tocaron su canción “Te abracé en la noche” en el cierre del 2º Festival de Invierno de Porto Alegre. Y no puede evitar emocionarse. “Una alegría tremenda”, dice.
Para los menos enterados, Fernando Cabrera es un nombre que se viene deslizando a hurtadillas por el ambiente musical, de mano en mano como la llave dorada de un tesoro. Se trata de un cantautor uruguayo que viene batallando desde hace tres décadas, cuando formó su primer banda, MonTresVideo. Luego vino Baldío, su otro grupo, y desde allí hasta acá un camino solista de una estatura artística notable y un profundo sentido de la honestidad. Aún así, aún a pesar de más de 10 discos en su haber (en nuestro debe, eso si), recién en 2004 la recopilación El tiempo está después empezó a poner las cosas en su lugar editándose en nuestro país. Y la otra buena noticia es que Bardo, su último disco, salió simultáneamente en Uruguay y Argentina.
Entonces si, la primera pregunta cae sobre la mesa como una fruta madura ¿Cómo es que recién ahora llega la música de Cabrera a este lado del río? El tipo sonríe un poco de costado y contesta: “No veo que apuro había…”. Después si, explica mejor: “Por un lado, no lo busqué y entonces es lógico que si no levantaba una banderita nadie me fuera a ver. Yo me quedé tranquilo allá, no tuve el impulso de hacerlo hace 20 o 30 años, cuando algunos músicos de mi generación como Leo Masliah y Jaime Roos se vinieron. El contacto empezó ahora y para mi es mejor, porque llego con una madurez y un repertorio que cuando tenía veinte años no tenía. Pero me alegra mucho venir. Tuve una gran mano de gente de los medios y de colegas que me abrieron muchas puertas y me dieron un gran impulso, como Liliana Herrero, Jorge Drexler y la Bersuit”.
-¿Cómo te sentís sabiendo que fueron tus colegas los que impulsaron tu carrera por aquí?
-Eso es lo que más satisfacciones me da. Poder mantener una política que tengo desde que empecé: no golpear puertas, no pasar tarjetas, no llevar currículums. Y más que no gustarme, son cosas que me faltan. Es una carencia de mi carácter. No me vendo, no creo en mi, no se como decirte. Las cosas que me pasan, me pasan solas. Me da una cierta tranquilidad saber que no estoy prepoteando a nadie, saber que no soy fruto de ninguna campaña. Al que le gusta lo que yo hago es porque le gustó. Y luego va y corre la voz, lo multiplica. Y no porque yo esté detrás de eso.
-Ahora ¿no es extraño que, estando al otro lado del río, cueste tanto conseguir tu música y la de otros autores uruguayos?
-No es difícil de entender. Así se maneja toda la industria de la música: el que no entra o no participa de sus códigos queda afuera. Pero ahí está mi satisfacción de conseguir cierta receptividad sin haber atravesado todos esos mecanismos previos. Para mi es un orgullo, una satisfacción impagable. Aparte yo no tengo apuro. La ansiedad, así como es una gran combustible para el ser humano, también puede conducirte a hacer las cosas antes de tiempo. Yo carezco de ansiedad, entonces me da lo mismo que las cosas me pasen a los 20 años o a los 97. Que pasen cuando tengan que pasar. Soy de la idea que la vida es larga y es mejor ir llenándola de a poco, no que te pase todo de golpe a los 25.
EL CULTO
Si bien Cabrera trabajó con grandes representantes de la canción uruguaya como Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans, su figura siempre mantuvo un cierto bajo perfil. Recién desembarcó en estas costas de la mano de Jorge Drexler que, en un gran gesto de profundidad histórica, invitó a su referente a compartir el escenario del Gran Rex. Poco después, y presentados justamente por Drexler, Cabrera trabó amistad con Gustavo Cordera de la Bersuit, que lo invitó a tocar junto a su banda en el Luna Park.
En fin, en nuestro país, antes que el público, a Cabrera lo conocieron sus colegas. Y eso, sumado al difícil acceso a sus discos, provocó que se transformara en un músico ‘de culto’. Se lo digo, y no termina de entender que significa ser ‘de culto’. Después de un rato, nos acercamos a una definición: un artista ‘de culto’ es aquel que, por determinadas circunstancias, su acceso y circulación es restringido. Así, el público que lo descubre, lo transmite y carga su obra con un gran valor afectivo. “Entonces se ajusta a lo que yo soy- apunta. Tengo un público que es una maravilla. Gente que te demuestra con su actitud la hondura emocional con que está viviendo el momento del concierto. Yo puedo tocar por una hora y media y no vuela una mosca. Es el silencio más absoluto. En mis recitales, ese silencio, esa concentración y esa actitud casi litúrgica es un poco necesaria. Yo no planteo una cosa de catarsis, ni de diversión, ni de ir a hacer pogo. Es como un concierto a la antigua: la gente escucha, y después aplaude. Y yo me siento agradecido, porque me permiten cantar mis músicas, mis letras. Mi canto, mi guitarra”.
-No te atrincheras en ningún género. ¿Cómo es que aún así se logra esa idea de obra integral?
-No hace falta circunscribirse a un género, a un estilo concreto como si fuera un club, como si fuera una hinchada. A mi me gusta la música. A mi me gusta tanto Bach como Lisandro Aristimuño. Escucho música de todos los géneros y de todas las épocas, no solamente lo que está sonando hoy en la radio. Entonces bueno, cuando produzco, pasa lo mismo: salen de adentro mío todas esas cosas. Soy anticorporativo.
-El rock ¿cayó presa de esa actitud corporativa?
-Totalmente. El rock es una corporación. Yo lucho contra el rock… (sonríe, sabe que acaba de pronunciar una frase polémica) Es un chiste. El rock cree que lo que no es rock no existe. En esa filosofía, no cuenten conmigo.
-Actualmente, en Argentina, los desafíos musicales más interesantes no vienen desde el rock, sino desde ciertas interpretaciones del folklore…
-Claro. Pero te voy a agregar una cosa, porque también quiero clavar una lanza por este lado. Acá también hay una banda que está en el mainstream rockero, todo lo que vos quieras, pero que es muy valiente y muy corajuda, que es la Bersuit. Porque la Bersuit se animó a romper con los códigos de lo cool y lo nariz pa’arriba, y entró a mezclar todo con el cuarteto y la cumbia. Y eso, hermano, eso es valentía. Y eso es tirar abajo las barreras de la discriminación, que no es estética: es social y es económica.
URUGUAY
Nos demoramos repasando la escena musical uruguaya que, me cuenta Cabrera, no difiere demasiado de la argentina. “Yo hago chistes, pero te digo la verdad: a los tipos que venimos de otra época, nos cuesta comprender esta –se sincera. Porque esta época está tan desideologizada... Ha dejado de existir como valor lo ‘original’. Antiguamente, cuando yo era joven, ser ‘original’ era uno de los elementos básicos de cualquier proyecto. Hoy todos clonan. Hay que entregar a la plaza algún matiz diferente que salga de adentro tuyo”.
Sin embargo, así como lo critica con agudeza y perspicacia, no deja de deslumbrarse por los artistas que siguen creciendo en su país. “Es un tesoro, un manantial. En Uruguay hay más músicos que baldosas, y no puede absorberlos a todos. Somos 3 millones de habitantes... la palabra mercado ya nos queda grande. ¿Como podes absorber el trabajo de 500 bandas, 100 solistas, miles de orquestas, todo el teatro, toda la poesía, toda la danza?”. En su listado incorpora tanto a los artistas más jóvenes como Martín Buscaglia, Samantha Navarro y Ana Prada, a los maduros como Drexler y no deja nunca de reivindicar a sus mayores.
-Te reconocés en un linaje cancionístico que abarca desde Sampayo hasta Drexler, y sin embargo no puede decirse que seas conservador…
-No, porque ellos tampoco lo eran. Viglietti era un cantautor que, dentro de los folkloristas, era lo más vanguardista que había. Darnauchans, Mateo ¡son todos vanguardistas! En Uruguay hay una tradición de cantautores renovadores. Así como también hay otros más vinculados a las formas antiguas de la canción y el folklore, también tenemos a gente como Leo Masliah. Mirá, al lado de Lazaroff, de Leo Masliah, de Mateo y de Viglietti ¡yo me siento un conservador! Sampayo, que murió hace poquito, era el verdadero fundador.
Nos despedimos hasta el concierto, unos días después. Y ahora ya es después, cuando Cabrera sale al escenario y el silencio se planta en la platea. El hombre está solo, cantando y tocando sólo las notas esenciales, algún acorde perdido. Está yendo hacia atrás, o hacia el centro. Y lo hace cantando eso de que “no hay ningún rincón, ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos. El tiempo está después”. Es verdad, aquí todo se ha detenido. El tiempo quedó afuera. En la calle.
martes, 24 de noviembre de 2009
FERNANDO CABRERA: el trovador
Hace un par de años, el gran trovador uruguayo desembarcó en Buenos Aires para presentar Bardo. Y decir desembarcar, en ese caso, era absolutamente literal. El encuentro fue a metros del puerto y a minutos de la llegada del ferry. Graziano lo entrevistó para Rumbos y aquella nota se publicó sólo en parte. Ahora la hemos conseguido en su completitud, con la foto de Eliana Graziano -tomada durante un concierto en La Plata- que originalmente la acompañó.
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Fernando Cabrera,
Revista Rumbos
RESEÑA: La Filarmónica Cósmica
La escena cancionística del Río de la Plata acaba de dar un nuevo fruto. Se trata de este, el primer disco de La Filarmónica Cósmica, que Graziano reseñó el mes pasado para La Pulseada. Es una delicada edición de autor. ¡Salud!
LA FILARMÓNICA CÓSMICA: idem
La nave que ilustra la tapa es manejada por El Gnomo. El Gnomo se llama Martín Reznik y, además de ser el autor de todas las piezas, es el guitarrista y director general de La Filarmónica Cósmica. Algo así como un colectivo camarístico de música popular con actitud rockera. Y el término colectivo no es caprichoso, porque si bien tanto Manuel Toyos (pianos) como Martín Pantuso (bajo y coros) permanecen en el grupo de manera estable, por la grabación pasaron -entre muchos otros- Leila Cherro (chelo), Gaspar Tytelman (percusión) y Juan Suárez (trompeta). Músicos de tránsito, que fueron parte de esta formación fluctuante y pueden volver a serlo. Por allí entonces, algunas pistas: los colores predominantemente acústicos y un perfume a happening controlado. Aún así, las composiciones del Gnomo son en rigor canciones, que a lo largo de este primer disco van tejiendo un tapiz expansivo y vital. Si pudiéramos acceder al revés de esa trama, veríamos hebras de psicodelia, de folklores latinoamericanos, música contemporánea, rock argentino de raíz y algo de reggae. Veríamos estampitas del omnipresente Eduardo Mateo, de Charly García, los Beatles y hasta Puente Celeste. Por suerte, tanto su timbre melodioso como los arreglos y el universo de mística pastoril que manejan sus letras, logran unificar ese discurso, impidiendo el mero ejercicio de estilos. La mecánica puede parecer caótica, pero vaya si el Gnomo puede hacer funcionar esta nave. Algunos ya la avistaron. Salgan a la calle.
Martín E. Graziano
LA FILARMÓNICA CÓSMICA: idem
La nave que ilustra la tapa es manejada por El Gnomo. El Gnomo se llama Martín Reznik y, además de ser el autor de todas las piezas, es el guitarrista y director general de La Filarmónica Cósmica. Algo así como un colectivo camarístico de música popular con actitud rockera. Y el término colectivo no es caprichoso, porque si bien tanto Manuel Toyos (pianos) como Martín Pantuso (bajo y coros) permanecen en el grupo de manera estable, por la grabación pasaron -entre muchos otros- Leila Cherro (chelo), Gaspar Tytelman (percusión) y Juan Suárez (trompeta). Músicos de tránsito, que fueron parte de esta formación fluctuante y pueden volver a serlo. Por allí entonces, algunas pistas: los colores predominantemente acústicos y un perfume a happening controlado. Aún así, las composiciones del Gnomo son en rigor canciones, que a lo largo de este primer disco van tejiendo un tapiz expansivo y vital. Si pudiéramos acceder al revés de esa trama, veríamos hebras de psicodelia, de folklores latinoamericanos, música contemporánea, rock argentino de raíz y algo de reggae. Veríamos estampitas del omnipresente Eduardo Mateo, de Charly García, los Beatles y hasta Puente Celeste. Por suerte, tanto su timbre melodioso como los arreglos y el universo de mística pastoril que manejan sus letras, logran unificar ese discurso, impidiendo el mero ejercicio de estilos. La mecánica puede parecer caótica, pero vaya si el Gnomo puede hacer funcionar esta nave. Algunos ya la avistaron. Salgan a la calle.
Martín E. Graziano
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