El sello S'Music engrosó su catálogo -ciertamente, muy bueno- editando hace unos meses el segundo disco solista de Alfonso Barbieri. Y Graziano lo reseñó para La Pulseada. Aquí debajo está el texto.
ALFONSO BARBIERI: Las canciones que se me cantan
El caso de Barbieri, músico y artista plástico, sí que es especial. Durante años trashumó una existencia peregrina que lo llevó por el Brasil, Europa y el interior argentino. Cuando los ’80 avizoraban el cartelito de salida, instaló su base de operaciones en Córdoba. Desde allí empezó a exponer sus obras y animar la escena mediterránea con Los Cocineros, el grupo que lideró durante más de un lustro. A fines del 2008 decidió mudarse a la Capital y se puso inmediatamente en contacto con la efervescente escena cancionística del Río de la Plata. Con los integrantes del grupo Anetol Delmonte como principales aliados, entró a los estudios para registrar su segundo disco solista, un paseo caprichoso y encantador por su mundo musical. La sonoridad del acordeón –su instrumento natural- es omnipresente aunque rara vez accede al protagonismo, que queda en manos de las canciones. A lo largo del disco, Barbieri se hace cargo de voces, guitarras, bajos, teclados y, sobre todo, de los arreglos y la producción. Quizás porque tiene un rango vocal limitado y vulnerable -que, misteriosamente, termina por seducir- prefiere ceder la voz cantante en muchos tramos. Y lo hace con gran tino y sensibilidad. Con el rionegrino Lisandro Aristimuño reinventan “Instituciones”, la cumbre maldita de Sui Géneris, convirtiéndola en un vaporoso vals fúnebre. La versión de “Two sisters”, esa pequeña gema de los Kinks a tres voces con Pablo Dacal y el enigmático Tigre, es de una delicadeza adictiva. Además, Alfonso aporta al repertorio un puñado de piezas propias emocionantes, como el cuarteto desaforado junto Palo Pandolfo o “Córdoba”, un valsecito criollo de amor. En sus versos, el amante rescata a su chica de la inundación a bordo de un bote. Barbieri la canta con su novia Jimena López Chaplin, esa monja que guiña desde la tapa con complicidad, instalando la duda: ¿quién salva a quién?
Martín E. Graziano
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