miércoles, 30 de septiembre de 2009

DIANE DENOIR: los ojos

Podemos intuir que cuando Graziano fue al encuentro de Diane Denoir, no sabía que esperar. Su figura huidiza y los años de silencio evaporaban el cuerpo de la musa uruguaya, dándole estatura de mito. Pero la entrevista sucedió, en algún edificio de la Capital Federal. Se publicó en Rumbos, hacia fines de 2008.

LA DAMA ORIENTAL
Hasta hace poco tiempo, era uno de los secretos mejor guardados de la música rioplatense. Apenas recordada como la musa de Eduardo Mateo. El rescate de una grabación perdida la puso nuevamente en su lugar. Ahora acaba de regresar con dos discos, dispuesta a destruir el mito con la voz intacta y nuevas canciones.


Por Martín E. Graziano

Hace unos tres años, el pequeño sello discográfico Índice Virgen editó un disco que sorprendió a muchos por muy diversas razones. Ese disco era realmente un enigma y, podía sentirse, tenía detrás una historia que valía la pena ser contada. Se trataba de un puñado de canciones grabadas en 1972, en su mayoría composiciones tempranas de Eduardo Mateo, el gran mito de la canción rioplatense. La voz que las cantaba, evocaba con sobriedad tanto a las lánguidas chanteuses francesas como a las damas ilustres del bossa nova. Pero ¿de quién eran esos ojos tristes que miraban en blanco y negro desde la tapa del disco? La respuesta vino desde el Uruguay. Esos ojos eran de Diane Denoir.
Diane Denoir era una cantante singularísima del universo musical de Montevideo que, sin dejar demasiados rastros, había desaparecido del mapa artístico en 1974, cuando partió hacia un prolongado exilio. A mediados de los ’60, había animado la efervescente movida de su país presentándose en los legendarios Conciertos Beat y grabando un puñado de simples y un LP que se convirtieron en valiosos objetos de colección. Sobre todo, Diane era la voz que interpretó mejor que nadie aquellas gemas como “Esa tristeza” y “Mejor me voy”, canciones que el gran Eduardo Mateo compuso y tocó para ella. El rescate de aquel disco fue determinante y no hizo falta más que encontrar la punta del ovillo para tirar y que se develara poco a poco el misterio.
Desde Mallorca –lugar donde reside-, la cantante comenzó a volver a los escenarios poco a poco. El primer paso fue, en 2006, para presentar en Argentina aquel disco rescatado. Luego decidió editar algunas grabaciones pendientes de sus primeros años junto a Mateo, que acaban de salir a la venta aquí bajo el nombre de Inéditas. Finalmente, Diane Denoir se dispuso a derribar el mito que se había agigantado en su ausencia. Y comenzó a hacerlo demostrando que estaba viva. Grabó un delicioso disco nuevo titulado Quien te viera (Acqua), que la encuentra en plena forma y dominio de su instrumento, con la producción y el acompañamiento de su pareja Daniel ‘Lobito’ Lagarde -otro referente de la canción uruguaya, integrante de grupos seminales como El Kinto y Tótem-. El repertorio de Quien te viera se pasea por Jorge Drexler y Spinetta, con escalas en Chico Buarque y si, claro, Eduardo Mateo.
-La edición del LP y de Inéditas ¿es una forma de saldar cuentas y arrancar de cero con Quien te viera?
-En realidad, es un proceso diferente. El disco Inéditas es una mirada sobre cómo nos divertíamos y la versatilidad de lo que hacíamos en los ’60. Es una especie de guiñada que funciona como un registro documental. Eran cintas que tenía y fui salvando a través de los años. Después, estando en Mallorca, me ofrecieron editar en cd el “Diane Denoir Blanco y Negro” –como yo lo llamo-. Ese era un disco que a mí nunca me había gustado mucho. De hecho, en aquel momento del ’72, no quise que se editara en la Argentina. Pero lo volví a escuchar y, treinta años después, reconocí que no era tan espantoso como me parecía (risas). Me pareció bien reeditarlo, porque además yo estaba volviendo a cantar. Incluso estaba bien presentarlo, pero ¿y Diane Denoir hoy, qué? ¡Yo estoy viva! Y ese es el por qué de Quien te viera.
-¿Cómo fue la elección del repertorio?
-Fue muy rápido decidir, porque elegimos sólo lo que tenía ganas de cantar. De de los 14 temas, sólo dos me los sugirieron: “Cuando apagás la luz”, de Rodrigo Gómez del grupo Sordromo era uno, que por supuesto versionamos en el estilo Diane Denoir/Lobito Lagarde. Y después “Montevideo” de Drexler. Ya lo había escuchado hace tiempo, pero al re-escucharlo lo sentí muy mío y terminé de apropiármelo. Sobre todo por esos versos: “si dejo elegir a mis pies, me llevan camino del mar”. Yo soy así. La letra de Jorge, lo que dice del puerto, lo que dice de cuanto te vas y que podés volver. Todo eso a mi me pasó y me pasa. Y me gustó que el disco abriera con esa canción. Incluso la gráfica del disco es de arena, mar y cielo. Es como un renacimiento.
-Después de tantos años sin grabar y cantar en público ¿con qué te encontraste?
-Como dejé de fumar, creo que incluso tengo mejor la voz. Fumé 28 años como una chimenea, así que ahora dupliqué mi capacidad toráxica. Además volví a trabajar la voz con una profesora en Mallorca, y encuentro que mi voz está más diáfana y clara. Es realmente en un redescubrimiento, porque me reencontré con toda una parte mía con la que sólo tenía un contacto casero. Sobre un escenario no es lo mismo, porque aparecer otra adrenalina. Y me sentí bárbaro. Empecé a preguntarme cómo pude estar tanto tiempo sin hacer esto. Porque en esto soy muy yo. Me sale muy de adentro.

MONTEVIDEO BEAT
Una noche de 1966 en Montevideo, cuando Diane era una jovencita de 17 años que admiraba a los Beatles, Elis Regina y Boris Vian, entró en un reducto poco aconsejable buscando músicos para que la acompañen. En el bar La Vela, de la planta baja del Hotel Lancaster, estaba tocando un grupo comandado por Eduardo Mateo. Cuando terminó el concierto, Diane se acercó y le propuso participar en los irreverentes Conciertos Beat, que tendrían lugar en el hasta entonces templo de la música culta uruguaya: el Teatro Solís. Allí nació una sociedad que, pese a las distancias, nunca se disolvió. En el ’68, Diane partió hacia Europa y a su regreso estaba más interesada en el Canto Popular comprometido políticamente. En ese camino, Mateo no la acompañaba, pero aún así seguían frecuentándose. Hasta que, con la irrupción de los militares en el gobierno uruguayo tuvo que partir hacia un largo exilio que incluyó primero la Argentina y, más tarde, Venezuela.
-¿Podías intuir la estatura de leyenda que le esperaba a Mateo?
-En aquella época esa proyección no era posible. ¿Vos te pensás que nosotros pensábamos trascender? Ni siquiera pensábamos que íbamos a grabar en un estudio de Buenos Aires. Nosotros la pasábamos bien y ojalá vinieran a escucharnos y nos aplaudieran. Hasta ahí llegábamos. Esa era la frescura: lo hacíamos sin ningún tipo de intención. Simplemente era lo que teníamos ganas de hacer. Eso si, con el rigor de hacerlo bien, que sonara lo mejor posible y disfrutarlo. La música que nosotros hacíamos se merecía ser bien tocada.
-¿Cómo fueron tus días de exilio?
-Aunque yo no lo supiera, comenzaron el 29 de abril del ’74. Un día así no se olvida, sobre todo porque yo me había ido por una semana. Me crucé a Argentina con mi compañero, y cuando estaba por volver, Mario Benedetti me dijo ‘te pido por favor que te quedes una semana más’. A regañadientes le hice caso a Mario, y esa semana me fueron a buscar a mi casa. Tampoco era el mejor momento para estar en Argentina, así que en el ’76 me fui a Venezuela, que era una de las tres democracias que quedaban en América Latina. Allá estuve quince felices años.
-Cuando regresaste a Uruguay, tenías un trabajo donde no te permitían cantar ¿es cierto?
-En el ’92, cuando resuelvo volver al Uruguay para estar cerca de la familia, regresé trabajando para la Comunidad Europea. En un momento pedí vacaciones y en ese tiempo prepare un recital en el Teatro del Notariado. La prensa lo recibió muy bien pero cuando volví a laburar, uno de los jefes españoles que tenía me esperaba con el diario y me dijo ‘¡¿qué es esto?!’. En realidad no había ningún reglamento interno que me prohibiera cantar: no le gustaba verme a mí en el diario y no verse él. Esa era la verdad. Me había sacado el gusto de tocar, pero me habían arrebatado la zanahoria cuando había mordido la puntita. Con mucha rabia tuve que volver a atracar, aunque seguí cantando media clandestina. Hasta que, entre toque y toque, me falleció la Lily -mi mamá– y me decidí a renunciar, y me fui a Mallorca. Quería que me dejen ser yo. Quiero me dejen ser como soy, por favor. Y yo, canto.

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