martes, 19 de enero de 2010

CINE ARGENTINO: generación

Hace casi un año, Graziano convocó a cuatro directores argentinos de cine para dar su mirada sobre algunas cuestiones centrales de la actividad y sus circunstancias. Está de más aclarar que el componente 'interesante' de la nota no tiene en absoluto que ver con las intervenciones de Graziano. Sino, desde luego, con la palabra de los protagonistas. Fue publicada por la revista Nómada.

SOSTIENEN LOS DIRECTORES
Celina Murga, Mariano Llinás, Manuel Ferrari y Gabriel Medina. Se trata de algunos de los realizadores más importantes de la nueva generación. Convocados por Nómada, revisan el buen momento artístico y el público que falta. Las rupturas, las continuidades y el futuro. Se abren los debates.

Por Martín E. Graziano

Delineando, tal vez, uno de los períodos más fértiles del cine argentino, durante todo el año pasado y lo que llevamos de 2009 se estrenaron un puñado de películas valiosísimas. Sobre todo, porque esas películas –esos realizadores- no se enmarcan dentro de una sola manera de hacer o entender el cine, sino que trazan un mapa con una geografía más bien diversa. Es verdad, no deja de ser cierto que aún no hay cineastas más o menos importantes que no practiquen alguna variante del realismo, y que el cine de género parece confinado a proyecciones muy marginales. Sin embargo, en las arenas movedizas de aquello llamado realismo, gravita todo un mundo.
En un extremo, los registros más documentales, como es el caso de la filmografía de Lisandro Alonso y su búsqueda paisajística, hacia afuera y dentro de sus personajes solitarios. En el otro, los aparatos ficcionales montados por directores como Mariano Llinás y Gabriel Medina. En las estaciones del medio, un abanico sutil que trama desde el realismo psicológico de Lucrecia Martel hasta los documentos ficcionalizados de Pablo Trapero y Albertina Carri, pasando por la disección social de clase media en Daniel Burman y Juan Taratuto.
Nómada invitó a cuatro de los directores argentinos más singulares para tomar una temperatura del momento. Primero la dama, entonces: Celina Murga, que está presentando su segunda película, Una semana solos, sucesora de la celebrada Ana y los otros. Por otro lado, Manuel Ferrari, que viene de exhibir en la sala Lugones su ópera prima, la bella e incómoda Cómo estar muerto / Como estar muerto. También Gabriel Medina, autor de esa contagiosa viñeta, clasicista y furiosamente actual, que es Los Paranoicos. Y por último, Mariano Llinás, director de Historias Extraordinarias. Acaso la película más importante del lote y con mayor voluntad de profundidad histórica.

EL ‘PÚBLICO’
Desde luego, siempre es una tarea ardua, y acaso imposible, definir eso que llamamos ‘público’. Esa abstracción, que deja por fuera a los cinéfilos que fatigan los pasillos de festivales como el Bafici, atiende a un hipotético gusto medio y señala -no sin culpa- a esa audiencia ‘normal’ o ‘no-iniciada’ que puebla las salas comerciales. Pero es esa franja importante, que aún consume cine y se amontona alrededor de los puestos de dvd’s piratas, la que parece no enterarse del gran momento que atraviesa el cine argentino.
“Esa idea de ‘publico’ cambió –advierte Medina-. La mediocridad general es alarmante. Hoy, ¿cuánta gente busca una obra de arte en el cine? ¿Cuánta gente puede pagar una entrada de veinte pesos? El cine, como acontecimiento artístico, queda finalmente relegado a los festivales y las salas-museo. No quiero menospreciar a la gente, sólo siento que la clase popular no tiene acceso a una sala, no ha tenido educación, y es víctima de un sistema manejado por gente mediocre cada vez más bruta y más primitiva, donde solo impera el billete, la viveza del afano, la teta, el culo y el fútbol. En un contexto así, no es difícil pensar porque a la mayoría no le interesa -ni puede- ir a buscar belleza y arte en una película. Estos mismos valores imperan en los distribuidores y los complejos multisalas, donde una película no se sostiene (aunque tenga publico) más de dos semanas en cartel”.
Despojado de cualquier carga piadosa, Llinás se apura por aclarar: “en general se insiste demasiado en el famoso ‘divorcio’ entre las películas y el público. Creo que quienes lo hacen añoran, un tanto cándidamente, aquella época en que el cine era un programa dominical que agotaba salas inmensas como el América o el Gran Rex. Es hora de asumir que ese lugar de entretenimiento masivo es un lugar perdido para el cinematógrafo, que corresponde a un mundo distinto, y que lo único que podemos hacer es ver cómo nos las apañamos para mantener el aspecto ceremonial del cine como algo vigente. Ahora bien, suponer que un film como Los paranoicos tiene que resistir un esquema de cinco proyecciones diarias es un error de lectura relativo al lugar que cierto cine ocupa en la vida de los espectadores. Las cosas ya no son así: la idea de público ha estallado, las películas interesan sólo a aquella gente a quien le interesa esa cosa arcaica llamada cine, y negarlo es simplemente negarse a ver la realidad. Las formas de mostrar las películas deben cambiar, de la misma manera que han cambiado las películas mismas. De lo contrario, corremos el riesgo de parecernos a esos japoneses que seguían combatiendo, ocultos en sus islas del Pacífico, veinte años después de que la guerra hubiera terminado”.
A punto de estrenar y precedida por la expectativa generada por los premios internacionales y el auspicio de Scorsese (recuadro), Murga trata de discernir: “es importante partir de la idea de que los criterios de éxito y fracaso son relativos y no se puede medir todo con la misma vara. No todos deseamos llevar a la sala un millón de espectadores. La idea es que haya productos culturales diversos y este es un punto que creo importante defender. Con mi primer película llevamos a las salas 20.000 espectadores. Este número, en relación a otras grandes producciones, puede parecer poco. Pero, en relación al tamaño del lanzamiento, a la cantidad de copias y de dinero invertido en publicidad, fue un éxito. Y como este, hay muchos otros ejemplos en el cine argentino”.
Partiendo de esa premisa, y con un optimismo mesurado, Manuel Ferrari revisa el camino de su película, una obra hipnótica y contemplativa, definitivamente alejada de eso que, si existiera, sería el ‘gusto medio’: “A mi película ya le va bien por el hecho de haberse terminado. Que no es poca cosa. En segundo lugar, es un logro que se haya estrenado en la Lugones. En el mismo barrio donde filmé, en el mismo lugar donde pude ver las mejores películas. Es decir, esta zona de la ciudad, donde está ubicado el Teatro San Martín, ‘es la película’, y que pueda exhibirse allí quiere decir que termina en el mismo lugar donde empezó. Y eso me produce mucha felicidad”. Su obra, Cómo estar muerto / Como estar muerto es, justamente, un ensayo elíptico sobre la juventud en la ciudad. Sin embargo, sería un error leer en su puesta en escena algo así como un ‘fresco generacional’. Los protagonistas, esos muchachos que recorren incansablemente la avenida Corrientes son, como Ferrari, una rara avis.
Lo que nos lleva, si, a las generaciones.

LAS GENERACIONES
Es difícil establecer taxativamente si esta camada de cineastas, gestada en los pliegues de aquello que se llamó Nuevo Cine Argentino, confronta o establece una continuidad con algún cine local. “Nada nace de un repollo, siempre hay una tradición de donde se proviene, consciente o inconscientemente –apunta Murga-. Aunque, personalmente, creo que hay más confrontación que continuidad. Las películas que empezaron a surgir a partir de mediados o fines de los ‘90 se proponen ser menos declamativas que las que se venían haciendo hasta esa época”.
Si bien tanto Medina como Llinás establecen rupturas, señalan como un referente ineludible a Hugo Santiago y, en el caso del director de Los Paranoicos, se reivindica el linaje que incorpora a Leonardo Favio, Leopoldo Torre Nilsson y hasta Carlos Hugo Christensen (“esos directores siempre están presentes en alguna mesa de café”, dice Medina), Manuel Ferrari, por su parte, es más tajante: “en mi opinión, los cineastas argentinos no están pensando en la tradición del cine nacional. Muy probablemente porque no está en sus orígenes tomarlo como referencia. Creo que es más difícil aún pensar el problema en términos grupales o colectivos. Independientemente del afán de ciertos críticos o festivales, considero casi imposible pensar en una generación actual que filme confrontándose a otra generación. Digo, incluso la misma idea de ‘grupo’ o ‘colectivo generacional’ considero que está totalmente disuelta”.
Incorporado a una escena cultural que excede los parámetros del cine, el grupo que trabaja alrededor de El Pampero Cine –la productora que realizó Historias extraordinarias-, esboza desde su sitio algo así como una pertenencia. Han trabado amistades y realizado videoclips para músicos de la nueva cancionística argentina -como Pablo Dacal y Rosal-, además de trabajar con un ojo puesto sobre la escena teatral que transitan dramaturgos de la talla de Lola Arias y Rafael Spregelburd. “Creo que, generacionalmente, hay algo formidable que está pasando en Buenos Aires –se entusiasma Llinás-. Nunca, que yo recuerde, ha habido un momento de mayor esplendor artístico. Basta fijarse en la actividad teatral, o en la música que en algún momento se llamó ‘rock’. El grado de sofisticación y alegría, la intensa creatividad que se respira en el aire no encuentra, en mi corta memoria, precedentes en la historia de esta ciudad desde los años sesenta. Desde El Pampero Cine intentamos, apenas, estar a la altura de este gran momento y evitar ese destino trágico del cine argentino, que vive llegando veinte años tarde a todo”.

EL FUTURO
Sin una industria argentina de cine, sólo se puede hablar de películas. Y si bien el espacio para exhibirlas en salas comerciales es nimio, es lícito observar que no dejan de abrirse circuitos alternativos. Un reflejo de esa actividad es la proliferación de festivales a lo largo y ancho del país, desde el FestiFreak de La Plata hasta el Tandil Cine, pasando por las competencias de Tucumán, Catamarca y hasta el Buenos Aires Rojo Sangre. Sin mencionar que, culminada su XI Edición, el Bafici se encuentra definitivamente afianzado, con un salto cuantitativo en su convocatoria e intentando consolidar su versión itinerante.
Por otro lado, la mirada expectante que el cine argentino recibe fuera del país provocó que, a lo largo de los últimos meses, tanto las películas de Murga y Lisandro Alonso, como las de Ferrari y el mismo Llinás fueran reconocidas en el circuito de festivales europeos. “Sospecho que las ven en busca de exotismo –adivina Llinás-, y encuentran cierta prolijidad que los tranquiliza. No estoy seguro de que las comprendan del todo”.
Mientras Medina, Murga y Ferrari, bocetan los guiones de sus próximos largometrajes, Llinás y El Pampero ya están embarcados en lo que será Castro. Dirigida por Alejo Moguillansky y con una puesta ambiciosa, Llinás promete “¡Preparense para Castro!”. Habrá que creerle. Lo dice con esa misma pasión que parece mover a cada uno de estos directores. Finalmente, todo parece indicar que hacer cine aquí y ahora es, en definitiva, casi un gesto romántico: “te enfrentas con tantas dificultades que, aunque el resultado sea fallido, debemos respetar al tipo que deja todo por una película –dice Medina-. Los Paranoicos no la hice para hacer guita, jamás pensé en eso y ni siquiera cobre un sueldo ni creo que vea un peso alguna vez. Para la época del estreno no tenía plata ni para un sándwich, y apenas alcanzábamos con mi mujer a pagar el alquiler. Lo que empujaba era otra cosa: era la película en sí misma, la postura. Era la apuesta”.

sábado, 9 de enero de 2010

RESEÑA: Viaje astral

Si bien su edición pasó casi desapercibida, este dvd merece una segunda oportunidad. Más allá de su tapa poco afortunada, Graziano encuentra aquí motivos de sobra para deleitar su paladar musical. Lo reseñó para La Pulseada y el texto es este.


LA CHICANA: Viaje astral

Grabado durante la presentación oficial de Lejos, su último disco, este dvd documenta al grupo de Dolores Solá y Acho Estol en ebullición artística. Por el escenario despojado del Teatro ND Ateneo, durante aquella noche pasearon su singular modo de entender el tango a comienzos del nuevo milenio. La Chicana hace pie en las composiciones de Estol, que remiten tanto al tango anterior a Gardel como a Moris, pero también incorporan culturas afines como la del flamenco, el fado, el takirari boliviano, la cumbia y la música balcánica. En el escenario, ese mestizaje se desplaza con ligereza y naturalidad en el empuje caliente del grupo, que hace notar sus cuatro discos encima y la infinidad de giras por Argentina y el mundo. Más allá de algunos detalles de pos-producción que no le hacen justicia a la austeridad campera de La Chicana, el registro gira con pericia alrededor de su musicalidad y, es justo decirlo, alrededor de la estrella innegable de Dolores. Mención aparte merecen el carisma arrollador de Rodrigo de la Serna (invitado de lujo en “Nos tenemos que ir”), la versión en clave canción de cuna de “Lullaby”, de Tom Waits, y, definitivamente, la forma en que el grupo gana intensidad con el correr del concierto y, desde luego, del vino.

Martín E. Graziano

miércoles, 6 de enero de 2010

LAISECA: los monstruos

Sería sólo un monoambiente de Caballito. Pero no. Porque allí vive Alberto Laiseca, y el lugar se transforma en su morada. Graziano atravesó la puerta como quien desciende por el hoyo del conejo, y la entrevista resultante apenas pudo contener, en la tiranía de las letras, la experiencia alucinada. Se publicó en G7, algunos meses atrás. Puede leerse aquí, en su sitio.

martes, 22 de diciembre de 2009

NEGRO AGUIRRE: el bajo perfil

No podemos negarle a Graziano cierta capacidad de oportunismo. Carlos 'Negro' Aguirre estaba apenas de paso por Buenos Aires, para asistir a algunas reuniones y hacer trámites que no vienen a cuento. Desde hace unos años, Aguirre vive en Paraná y cultiva un notorio bajo perfil. Graziano se enteró de su visita y fue por él. Se encontraron por San Telmo y la nota resultante se publicó en Rumbos.

IMPRESIÓN DEL LITORAL
El pianista y compositor entrerriano es uno de los secretos mejor guardados del folclore. Desde hace diez años, junto al Carlos Aguirre Grupo, viene editando algunos de los discos más exquisitos del género. Fuera de los circuitos tradicionales, fundó su propio sello discográfico y se fue a vivir junto río.

Por Martín E. Graziano

Cultor de un notorio bajo perfil, Carlos Aguirre probablemente sea un nombre que no suene demasiado familiar para el público masivo. Sin embargo, en los caminos de la música popular, su obra ya es un árbol sólido, frondoso y de raíces profundas. Pianista y compositor entrerriano, el Negro Aguirre nació rodeado de canciones en el pequeño pueblo de Seguí, hace 43 años. Después de afincarse en Paraná y formarse en las lides del piano clásico, su vínculo como arreglador de algunos cantores latinoamericanos lo acercó a las formas folclóricas.
A partir de allí, generó un dúo con el guitarrista Lucho González y atravesó algunas experiencias jazzísticas como el trío Nube Negra. Los problemas para editar, tanto a Nube Negra como a toda una escena cercana geográfica y estéticamente, dieron lugar a su propio sello, Shagrada Medra (recuadro). Apenas más tarde, el curso natural de su fortalecimiento como compositor y su inclinación por un concepto popular y camarístico, lo llevó a formar el Carlos Aguirre Grupo. A partir del 2000, y con diferentes formaciones, el grupo publicó tres discos que Aguirre decidió no titular pero, por sus colores de tapa, son conocidos como el ‘crema’, el ‘rojo’, y el ‘violeta’. Llenos de aire y de río, exquisitos y minuciosos en el detalle, los tres discos parten desde una identidad inequívocamente regional para trazar un mapa universal del Litoral.
-Después de vivir un tiempo en Buenos Aires, ¿por qué decidiste volver e instalarte en Paraná?
-En primer lugar, porque allí tengo un marco afectivo y varios proyectos, entre los cuales está el sello. Por otra parte, a la hora de pensarme como compositor siento que el silencio de ese lugar, su biorritmo, está en armonía con mi forma de llevar la vida. Por ejemplo, durante el año que estuve viviendo en Buenos Aires prácticamente no compuse nada. Y cuando regresé a Paraná, al día siguiente que me dieron las llaves de la casa, unas de las primeras cosas que hice fue componer el tema que abre el último disco. Ahí sentí una certeza, que ahora siento permanentemente porque vivo a metros del río.
-Trabajaste como solista, en dúos, tríos, cuartetos y ahora un noneto. ¿Con qué formato te sentís más cómodo?
-El noneto fue un momento de mucha felicidad para mí. Porque está planteado como un grupo de cámara, y sentí que ese era el sonido que estaba buscando. Las voces son una experiencia única. El canto comunitario y compartido tiene una sintonía fina, una vibración muy emotiva, y las posibilidades que brinda un grupo de voces son buenísimas. A su vez, la actitud de los músicos es tan vital, que a veces me animo a proponerles que se pongan a tocar un instrumento que no han tocado nunca en su vida. Y ellos se ponen a estudiarlo, así que cada vez tengo más colores tímbricos. La verdad es que me gustaría continuar en esta línea. Siento que hay una música que suena únicamente así. Al menos la música que estoy sintiendo en este momento.
-¿Por qué decidiste innominar todos tus discos con el grupo?
-Surgió con el primer disco y, de alguna forma, determinó a los que vinieron después. Sentí muy claramente que ese primer repertorio estaba regido por un color. Obedecía a una versión muy diáfana de un paisaje que quería pintar. Ese fue el disco ‘crema’. En el segundo disco, la sonoridad de algunas armonías y tonalidades me sonaba al color rojo. Además era más sanguíneo, porque se trataba de un disco más relacionado con la problemática de las personas dentro de ese paisaje que había pintado. Y el violeta es un color muy asociado a la espiritualidad. En la mayoría de los cultos religiosos, ese color aparece como una de las vibraciones más altas. Y yo sentí que este disco era bisagra para nuestra experiencia grupal. Si bien toma mucho de los elementos que hemos desarrollado antes, hay un despojo de las formas tradicionales. Quisimos dejar que la música proponga su duración y no atarnos a nada. Fue la posibilidad de ahondar en lo formal, y acordar con lo que la música nos iba pidiendo.

MÚSICA DEL PAISAJE
Desde un tiempo a esta parte, todo el Litoral ha funcionado como una gran arena para innovaciones en la música popular. Buena parte de los artistas más comprometidos con mantener viva la lengua de los folclores, han nacido o desarrollado su obra en la región. Por nombrar sólo algunos, tanto el Chango Spasiuk como Liliana Herrero, Coqui Ortiz y hasta el mismo Aguirre, cada uno desde su perspectiva, se han dedicado a insuflarle vida al cancionero. Y, desde luego, el cantautor santafesino Jorge Fandermole, que no casualmente es un referente para Aguirre y hasta ha editado sus últimos discos a través de Shagrada Medra. “Para todos los que vinimos después, el hecho de que esté Fander ha sido muy determinante –dice Aguirre-. Porque representa un permiso: abrió o corrió la frontera en el aspecto literario. Sus canciones incorporan vocablos que aparentemente no tenían nada que ver con el folclore, pero no tenían nada que ver porque a nadie se le había ocurrido. Creo que una persona puede pensar desde su lugar, pero con un concepto más universal. Cuando realmente tenés conocimiento de tu lugar, no necesariamente tenés que gastarte en el chauvinismo o en la afirmación de la entrerreanía”.
-¿Hasta dónde puede llegar una música folclórica en ese camino?
-Es ilimitado. Hay una esencia argentina en todos los que hacemos música desde este lugar. Hay gestualidades, hay una sensualidad en la rítmica, algo que tiene que ver con este paisaje. De ahí en más, depende de su propia necesidad expresiva. Me parece que hay tantos folclores como síntesis hagan las distintas personas. Y yo creo en el folclore como hecho dinámico, como un lenguaje que va mutando en la medida de las necesidades expresivas de un pueblo. Y me gustaría que el folclore también pueda echar mano a herramientas que han sido muy bien utilizadas en otros folclores del mundo. Porque convengamos que las fronteras políticas son caprichos del poder. En realidad, lo que existe en el mundo son regiones culturales, ecosistemas. Y la cultura es emergente de un paisaje y un relieve, de una forma de vivir.
-Ese paisaje, ¿cómo aparece en tu música?
-No es casual que haya intentado, por todos los medios, mudarme cerca del río. El rio es un universo poético. Y me gusta habitarlo desde adentro, estar envuelto en ese universo. Es un disparador. Para mi es vital el encuentro cotidiano con el río, y creo que hay una presencia del rio en mi obra. En un punto de mi música siento que se diluyen las orillas y las formas y los colores. Justamente, con los chicos que hicieron un trabajo en relación a la poética de Juan L. Ortiz, nos imaginábamos que podíamos nombrar a ese fenómeno como Impresionismo del Litoral. Y nos gustaba sentirnos dentro de esa bruma.
-¿En qué beneficia y en qué perjudica a tu trabajo tu bajo perfil?
-Es que no es un proceso consciente. Yo hago todos los deberes para que se conozca lo que hago. Tal vez sucede es que hay cosas que no me interesan. Mi actitud es artística, entonces no estoy dispuesto a negociar nada que no se ajuste a mi necesidad expresiva. Si necesito que los discos no tengan nombre, no tendrán. Por otro lado, tampoco considero que mi look sea una obra de arte como para estar en la tapa del disco... (risas). Pero todo esto no es una cuestión de humildad: es una decisión estética.
-Entre tus intereses, ¿te gustaría llegar a ser un artista realmente popular? -Si, por supuesto. De todas maneras, eso es todo un proceso que se va dando muy lentamente. Me ha pasado con mucha felicidad llegar a un lugar donde nunca había estado y que la gente supiera mis canciones. Ese es el trabajo que van haciendo los discos, que a veces llegan antes que uno. Me encantaría ser popular, pero a la vez no sé si quiero… porque para eso quizás uno debe resignar espacio creativo, o tiempo y energía. Por supuesto no quiero ser un necio y propiciar el anonimato total, pero hay que hacer todo a una escala humana. Por decir una cosa, este verano lo dediqué sólo a la lectura. No toqué ni una nota. Porque sentía que era vital leer determinados libros. Esas necesidades, para mí, son más fuertes que llenar un estadio.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

LOLA ARIAS: la impúdica

En marzo de este año que se va, Lola Arias presentó una obra de teatro única: Mi vida después. Seis actores nacidos entre fines de los ‘70 y comienzos de los ‘80, reconstruían la vida de sus padres a través de sus recuerdos fragmentarios, de cartas, cintas, fotografías y objetos. Lola, además de ser una de las dramaturgas con más proyección del off, es actriz, poeta y una songwriter sorprendente. Graziano la entrevistó mientras hacía las valijas. Berlín la esperaba. Puede leerse parte de ese diálogo en el website de TDI.

martes, 24 de noviembre de 2009

FERNANDO CABRERA: el trovador

Hace un par de años, el gran trovador uruguayo desembarcó en Buenos Aires para presentar Bardo. Y decir desembarcar, en ese caso, era absolutamente literal. El encuentro fue a metros del puerto y a minutos de la llegada del ferry. Graziano lo entrevistó para Rumbos y aquella nota se publicó sólo en parte. Ahora la hemos conseguido en su completitud, con la foto de Eliana Graziano -tomada durante un concierto en La Plata- que originalmente la acompañó.



EL BARDO ORIENTAL
Es uno de los cantautores históricos de su país. Aún así, recién ahora empieza a ser conocido por aquí. Era hora
.

Por Martín E. Graziano

Esto no es sólo un buen comienzo para la nota. No, esto también está sucediendo: Fernando Cabrera baja del barco que lo trae desde Montevideo con la guitarra al hombro. Luego se dispone a tomar una cerveza en un bar cerca de Retiro, porque en un par de horas tiene que partir rumbo a Santa Fe. El hombre está de buen humor. Cabrera se acaba de enterar que Liliana Herrero y Fito Páez tocaron su canción “Te abracé en la noche” en el cierre del 2º Festival de Invierno de Porto Alegre. Y no puede evitar emocionarse. “Una alegría tremenda”, dice.
Para los menos enterados, Fernando Cabrera es un nombre que se viene deslizando a hurtadillas por el ambiente musical, de mano en mano como la llave dorada de un tesoro. Se trata de un cantautor uruguayo que viene batallando desde hace tres décadas, cuando formó su primer banda, MonTresVideo. Luego vino Baldío, su otro grupo, y desde allí hasta acá un camino solista de una estatura artística notable y un profundo sentido de la honestidad. Aún así, aún a pesar de más de 10 discos en su haber (en nuestro debe, eso si), recién en 2004 la recopilación El tiempo está después empezó a poner las cosas en su lugar editándose en nuestro país. Y la otra buena noticia es que Bardo, su último disco, salió simultáneamente en Uruguay y Argentina.
Entonces si, la primera pregunta cae sobre la mesa como una fruta madura ¿Cómo es que recién ahora llega la música de Cabrera a este lado del río? El tipo sonríe un poco de costado y contesta: “No veo que apuro había…”. Después si, explica mejor: “Por un lado, no lo busqué y entonces es lógico que si no levantaba una banderita nadie me fuera a ver. Yo me quedé tranquilo allá, no tuve el impulso de hacerlo hace 20 o 30 años, cuando algunos músicos de mi generación como Leo Masliah y Jaime Roos se vinieron. El contacto empezó ahora y para mi es mejor, porque llego con una madurez y un repertorio que cuando tenía veinte años no tenía. Pero me alegra mucho venir. Tuve una gran mano de gente de los medios y de colegas que me abrieron muchas puertas y me dieron un gran impulso, como Liliana Herrero, Jorge Drexler y la Bersuit”.
-¿Cómo te sentís sabiendo que fueron tus colegas los que impulsaron tu carrera por aquí?
-Eso es lo que más satisfacciones me da. Poder mantener una política que tengo desde que empecé: no golpear puertas, no pasar tarjetas, no llevar currículums. Y más que no gustarme, son cosas que me faltan. Es una carencia de mi carácter. No me vendo, no creo en mi, no se como decirte. Las cosas que me pasan, me pasan solas. Me da una cierta tranquilidad saber que no estoy prepoteando a nadie, saber que no soy fruto de ninguna campaña. Al que le gusta lo que yo hago es porque le gustó. Y luego va y corre la voz, lo multiplica. Y no porque yo esté detrás de eso.
-Ahora ¿no es extraño que, estando al otro lado del río, cueste tanto conseguir tu música y la de otros autores uruguayos?
-No es difícil de entender. Así se maneja toda la industria de la música: el que no entra o no participa de sus códigos queda afuera. Pero ahí está mi satisfacción de conseguir cierta receptividad sin haber atravesado todos esos mecanismos previos. Para mi es un orgullo, una satisfacción impagable. Aparte yo no tengo apuro. La ansiedad, así como es una gran combustible para el ser humano, también puede conducirte a hacer las cosas antes de tiempo. Yo carezco de ansiedad, entonces me da lo mismo que las cosas me pasen a los 20 años o a los 97. Que pasen cuando tengan que pasar. Soy de la idea que la vida es larga y es mejor ir llenándola de a poco, no que te pase todo de golpe a los 25.

EL CULTO
Si bien Cabrera trabajó con grandes representantes de la canción uruguaya como Eduardo Mateo y Eduardo Darnauchans, su figura siempre mantuvo un cierto bajo perfil. Recién desembarcó en estas costas de la mano de Jorge Drexler que, en un gran gesto de profundidad histórica, invitó a su referente a compartir el escenario del Gran Rex. Poco después, y presentados justamente por Drexler, Cabrera trabó amistad con Gustavo Cordera de la Bersuit, que lo invitó a tocar junto a su banda en el Luna Park.
En fin, en nuestro país, antes que el público, a Cabrera lo conocieron sus colegas. Y eso, sumado al difícil acceso a sus discos, provocó que se transformara en un músico ‘de culto’. Se lo digo, y no termina de entender que significa ser ‘de culto’. Después de un rato, nos acercamos a una definición: un artista ‘de culto’ es aquel que, por determinadas circunstancias, su acceso y circulación es restringido. Así, el público que lo descubre, lo transmite y carga su obra con un gran valor afectivo. “Entonces se ajusta a lo que yo soy- apunta. Tengo un público que es una maravilla. Gente que te demuestra con su actitud la hondura emocional con que está viviendo el momento del concierto. Yo puedo tocar por una hora y media y no vuela una mosca. Es el silencio más absoluto. En mis recitales, ese silencio, esa concentración y esa actitud casi litúrgica es un poco necesaria. Yo no planteo una cosa de catarsis, ni de diversión, ni de ir a hacer pogo. Es como un concierto a la antigua: la gente escucha, y después aplaude. Y yo me siento agradecido, porque me permiten cantar mis músicas, mis letras. Mi canto, mi guitarra”.
-No te atrincheras en ningún género. ¿Cómo es que aún así se logra esa idea de obra integral?
-No hace falta circunscribirse a un género, a un estilo concreto como si fuera un club, como si fuera una hinchada. A mi me gusta la música. A mi me gusta tanto Bach como Lisandro Aristimuño. Escucho música de todos los géneros y de todas las épocas, no solamente lo que está sonando hoy en la radio. Entonces bueno, cuando produzco, pasa lo mismo: salen de adentro mío todas esas cosas. Soy anticorporativo.
-El rock ¿cayó presa de esa actitud corporativa?
-Totalmente. El rock es una corporación. Yo lucho contra el rock… (sonríe, sabe que acaba de pronunciar una frase polémica) Es un chiste. El rock cree que lo que no es rock no existe. En esa filosofía, no cuenten conmigo.
-Actualmente, en Argentina, los desafíos musicales más interesantes no vienen desde el rock, sino desde ciertas interpretaciones del folklore…
-Claro. Pero te voy a agregar una cosa, porque también quiero clavar una lanza por este lado. Acá también hay una banda que está en el mainstream rockero, todo lo que vos quieras, pero que es muy valiente y muy corajuda, que es la Bersuit. Porque la Bersuit se animó a romper con los códigos de lo cool y lo nariz pa’arriba, y entró a mezclar todo con el cuarteto y la cumbia. Y eso, hermano, eso es valentía. Y eso es tirar abajo las barreras de la discriminación, que no es estética: es social y es económica.

URUGUAY
Nos demoramos repasando la escena musical uruguaya que, me cuenta Cabrera, no difiere demasiado de la argentina. “Yo hago chistes, pero te digo la verdad: a los tipos que venimos de otra época, nos cuesta comprender esta –se sincera. Porque esta época está tan desideologizada... Ha dejado de existir como valor lo ‘original’. Antiguamente, cuando yo era joven, ser ‘original’ era uno de los elementos básicos de cualquier proyecto. Hoy todos clonan. Hay que entregar a la plaza algún matiz diferente que salga de adentro tuyo”.
Sin embargo, así como lo critica con agudeza y perspicacia, no deja de deslumbrarse por los artistas que siguen creciendo en su país. “Es un tesoro, un manantial. En Uruguay hay más músicos que baldosas, y no puede absorberlos a todos. Somos 3 millones de habitantes... la palabra mercado ya nos queda grande. ¿Como podes absorber el trabajo de 500 bandas, 100 solistas, miles de orquestas, todo el teatro, toda la poesía, toda la danza?”. En su listado incorpora tanto a los artistas más jóvenes como Martín Buscaglia, Samantha Navarro y Ana Prada, a los maduros como Drexler y no deja nunca de reivindicar a sus mayores.
-Te reconocés en un linaje cancionístico que abarca desde Sampayo hasta Drexler, y sin embargo no puede decirse que seas conservador…
-No, porque ellos tampoco lo eran. Viglietti era un cantautor que, dentro de los folkloristas, era lo más vanguardista que había. Darnauchans, Mateo ¡son todos vanguardistas! En Uruguay hay una tradición de cantautores renovadores. Así como también hay otros más vinculados a las formas antiguas de la canción y el folklore, también tenemos a gente como Leo Masliah. Mirá, al lado de Lazaroff, de Leo Masliah, de Mateo y de Viglietti ¡yo me siento un conservador! Sampayo, que murió hace poquito, era el verdadero fundador.
Nos despedimos hasta el concierto, unos días después. Y ahora ya es después, cuando Cabrera sale al escenario y el silencio se planta en la platea. El hombre está solo, cantando y tocando sólo las notas esenciales, algún acorde perdido. Está yendo hacia atrás, o hacia el centro. Y lo hace cantando eso de que “no hay ningún rincón, ningún atracadero que pueda disolver en su escondite lo que fuimos. El tiempo está después”. Es verdad, aquí todo se ha detenido. El tiempo quedó afuera. En la calle.

RESEÑA: La Filarmónica Cósmica

La escena cancionística del Río de la Plata acaba de dar un nuevo fruto. Se trata de este, el primer disco de La Filarmónica Cósmica, que Graziano reseñó el mes pasado para La Pulseada. Es una delicada edición de autor. ¡Salud!

LA FILARMÓNICA CÓSMICA: idem
La nave que ilustra la tapa es manejada por El Gnomo. El Gnomo se llama Martín Reznik y, además de ser el autor de todas las piezas, es el guitarrista y director general de La Filarmónica Cósmica. Algo así como un colectivo camarístico de música popular con actitud rockera. Y el término colectivo no es caprichoso, porque si bien tanto Manuel Toyos (pianos) como Martín Pantuso (bajo y coros) permanecen en el grupo de manera estable, por la grabación pasaron -entre muchos otros- Leila Cherro (chelo), Gaspar Tytelman (percusión) y Juan Suárez (trompeta). Músicos de tránsito, que fueron parte de esta formación fluctuante y pueden volver a serlo. Por allí entonces, algunas pistas: los colores predominantemente acústicos y un perfume a happening controlado. Aún así, las composiciones del Gnomo son en rigor canciones, que a lo largo de este primer disco van tejiendo un tapiz expansivo y vital. Si pudiéramos acceder al revés de esa trama, veríamos hebras de psicodelia, de folklores latinoamericanos, música contemporánea, rock argentino de raíz y algo de reggae. Veríamos estampitas del omnipresente Eduardo Mateo, de Charly García, los Beatles y hasta Puente Celeste. Por suerte, tanto su timbre melodioso como los arreglos y el universo de mística pastoril que manejan sus letras, logran unificar ese discurso, impidiendo el mero ejercicio de estilos. La mecánica puede parecer caótica, pero vaya si el Gnomo puede hacer funcionar esta nave. Algunos ya la avistaron. Salgan a la calle.
Martín E. Graziano